Fuerzas políticas y sociales marroquíes estudian si emprenden una “Marcha Verde” sobre Ceuta y Melilla como la que conquistó el Sahara Occidental, y el Gobierno no parece inmutarse porque ambas ciudades “siempre fueron y serán españolas”.
El PSOE, la oposición con mayor peso, tampoco habla, no vaya a ser que la acusen de traición y antipatriotismo constitucional.
Quizás el rey Mohamed VI contenga el movimiento reivindicativo mientras le interese, pero debe recordarse que estas ciudades eran solamente Plazas de Soberanía hasta que se hicieron parte de Andalucía en el tardofranquismo, aunque la Constitución las definió luego como comunidades autónomas.
Cuando se construyen nuevas obras públicas en ellas, los comentarios de parte de la población española son de egoísmo y cierto desamparo: “Mejor sería que nos ayudaran a volver a la Península y no gastaran en bienes para los marroquíes”.
Sentir general, también, entre quienes creen que debe negociarse una cesión provechosa y honorable para España y Marruecos, aunque se expresen solo en confianza: nadie admite ser “mal español”.
La economía de las dos ciudades florece, en buena medida, gracias al contrabando, incluido el de drogas. El más inocuo es el de los 65.0000 fardos diarios que pasan a Marruecos por cuenta de tenderos que, mayoritariamente, ni siquiera son españoles.
Últimamente, jóvenes marroquíes apedrean con creciente frecuencia a las fuerzas de seguridad españolas, una señal de su mundo bien conocida por antropólogos y especialistas en intifadas, y que debería alarmar aquí.