Consenso es una hermosa palabra del vocabulario político que procede del latín “consensus” y que a los políticos españoles no se les cae de la lengua desde los tiempos de la Transición. Otra cosa es lo que signifique o lo que esconda en cada momento, pero en su origen más puro quiere decir “acuerdo que se alcanza por el consentimiento entre los miembros de un grupo o entre varios grupos”. El consenso fue la palabra estrella tras la muerte de Franco y la recuperación de la democracia, siguió siéndolo con la mayoría absoluta de Felipe González y su, no obstante, famoso “rodillo” y lo fue después con Aznar, con Zapatero y ahora también con Rajoy. El consenso se saca a pasear por necesidad cuando no hay mayorías absolutas y por estética y lustre democrático cuando las hay aunque no se tenga voluntad alguna de conseguirlo, sólo deseos de no proyectar una imagen autoritaria ante la opinión pública.
“Buscaremos el máximo consenso para aprobar esta ley”, dicen los que ostentan la mayoría absoluta a sabiendas de que si los que se oponen no se pliegan a sus deseos siempre podrán escudarse en que “lo intentamos pero no fue posible, hemos puesto todo de nuestra parte pero los electores nos han dado la responsabilidad de gobernar y eso es lo que vamos a hacer”. Es excusa vana y poco creíble puesto que nadie cuestiona la legitimidad de la mayoría absoluta pero sí su uso y abuso en contra ya no solo de toda la oposición sino incluso de la mayoría de la sociedad.
Después de ignorar soberanamente el rechazo político y social generalizado ante la reforma de la Ley del Aborto, Mariano Rajoy acaba de descubrir ahora las bondades del consenso para no aprobar leyes que el próximo gobierno “no derogue desde el minuto uno”, según su acertado símil deportivo. En realidad, lo que han descubierto el presidente y sus asesores es un amplio consenso social contrario a volver a votarle al PP en las dos citas electorales del año que viene y para no echarle más leña al fuego no ha dudado en quemar en la hoguera a Ruiz – Gallardón. Que esa reforma carecía del mínimo consenso era más que evidente mucho antes de que pasara por el Consejo de Ministros. Sin embargo, Rajoy no consideró entonces necesario retirarla como acaba de hacer ahora en un ejemplo de que su manejo de los tiempos no es tan inteligente como proclaman sus hagiógrafos.
De haber retirado la reforma el año pasado no habría quedado tan de manifiesto que lo único que le preocupa ahora es perder votos y no buscar el consenso sobre una reforma que, por otra parte, nadie había pedido, salvo la derecha extrema de su partido y la cúpula de la Conferencia Episcopal. Si de verdad Rajoy fuera un político de consenso, no sólo habría tenido que aparcar hace mucho tiempo la reforma del aborto. Tendría que haber hecho lo mismo con la reforma laboral que provocó dos huelgas generales, la de la Educación que ha concitado el rechazo unánime de la comunidad educativa o la desorbitada subida de las tasas judiciales que consiguió unir por primera vez en la historia del país a jueces, fiscales, abogados y otros agentes del ámbito jurídico además de a la inmensa mayoría de la población.
Podríamos citar también aquí su completa falta de cintura política y voluntad de diálogo para encauzar la situación en Cataluña e impedir que llegara a las cotas de enfrentamiento que ha alcanzado. Y por mencionar un asunto más cercano, la imposición sin diálogo ni consenso de unos sondeos petrolíferos en Canarias que rechazan instituciones y buena parte de la sociedad de las Islas. Y solo cito algunos casos flagrantes de absoluta falta de consenso, a pesar de lo cual Rajoy ha seguido adelante con los faroles sin importarle lo más mínimo las consecuencias de sus medidas adoptadas con la absoluta y solitaria mayoría del PP.
Ahora bien, si con su extemporánea apelación de ayer al consenso para retirar la reforma del aborto pretende Rajoy haberse ganado el reconocimiento de los españoles por su capacidad para el diálogo cargando la responsabilidad del fiasco sobre su ex ministro de Justicia, puede ir renunciando a la idea. El fracaso de esa reforma no es sólo de Gallardón sino del conjunto del Gobierno del que Rajoy es presidente y en el que se aprobó el anteproyecto de ley correspondiente con él sentado a la cabecera de la mesa del Consejo de Ministros el 20 de diciembre de 2013.
El consenso no presupone debilidad política aunque quien lo busque disponga de votos suficientes para prescindir de él. Se trata de un valor esencial del juego político democrático que debe procurarse al menos cuando se quieren tomar decisiones de calado para el conjunto de la sociedad y no solo cuando los malos augurios electorales aprietan como ha hecho ahora Rajoy. Bertrand Rusell escribió que “un verdadero liberal se distingue no tanto por lo que defiende como por el talante con que lo defiende: la tolerancia antidogmática, la búsqueda del consenso, el diálogo como esencia democrática”. A saber qué hubiera dicho Rusell de Rajoy pero es improbable que lo considerara una liberal.