Revista Filosofía

Marco histórico, sociocultural y filosófico de San Agustín

Por Vicente

Fechas de Referencia:

- 0 Nacimiento de Cristo
- Siglos I al III avance y persecuciones del cristianismo
- 313: Edicto de Milán: El cristianismo, religión oficial
- 376: Inicio de las invasiones de los bárbaros
- 354 a 430: SAN AGUSTÍN
- 476: Fin oficial del Imperio Romano Occidental

Cuando Agustín aparece hacía seiscientos años de la muerte de Aristóteles y aún restaban ochocientos para que apareciera Tomás de Aquino. Nace en el 354 en la pequeña ciudad de Tagaste en una provincia romana africana (ahora Argelia). Su educación estuvo marcada por Santa Mónica, su madre, cristiana y la influencia de una sociedad pagana decadente entregada a un hedonismo malentendido. En efecto, el modelo patriarcal estaba en crisis y la familia patriarcal romana en decadencia se estaba mezclando con otras estructuras sociales y familiares (clanes), costumbres y leyes importadas por los pueblos invasores, rápidamente convertidos al cristianismo. La contradicción entre los deseos juveniles de Agustín y el sentimiento de culpa que la autoridad materna le hacía padecer empezó a resolverse gracias a la filosofía estoica de Cicerón, a quien había estudiado en lo que aún era la Academia fundada por Platón siglos atrás (En estos siglos continúan activas las escuelas griegas: Academia, Liceo, estoicos, epicúreos, escépticos destacando autores paganos dentro de ellas tales como Séneca y Marco Aurelio en el estoicismo, Filón y Plotino en el neoplatonismo. Conviven estas escuelas con movimientos provenientes de Oriente como el gnosticismo, mezcla de ideas filosóficas y creencias místicas y religiosas. Esta mezcla da lugar a unas actitudes intelectuales de sincretismo y eclecticismo (seleccionar tesis de diferentes corrientes culturales sin o con algún criterio, respectivamente) y a una obsesión por la salvación personal).

Sin embargo cayó en el maniqueísmo, una especie de secta de origen persa que defendía un dualismo según el cual el mundo es el producto del conflicto entre la Luz y la Oscuridad, el Bien y el Mal, entendiendo ambos como una especie de sustancias reales.La Iglesia había tachado de herejes a quienes suscribieran estos planteamientos pues el mal, para el cristianismo, es la ausencia del Bien y Dios es Uno y Verdadero, es decir, sólo Bueno.Pero no fue la Iglesia quien le apartó de esta secta sino la ciencia: los últimos descubrimientos astronómicos no encajaban con la visión mitológica de los maniqueos.Sus andanzas con estos le llevaron finalmente a Milán, donde le ofrecieron el puesto de profesor de retórica.Milán era ahora la capital administrativa del Imperio romano (ya no lo era Roma), un Imperio en pleno proceso de división (Oriental y Occidental).La figura más relevante de Milán no era ni siquiera el emperador sino el obispo Ambrosio (hoy santo, sepultado en la Catedral de aquella ciudad).Pronto los sermones de Ambrosio le atrajeron y Agustín consideró -frente a los irracionalistas cristianos, opuestos a cualquier filosofía y cuyo lema era el “Creo porque es absurdo” de Tertuliano -que la religión cristiana sí era compatible con el ejercicio de la inteligencia y la razón. Su conversión, no obstante, no fue inmediata.

Para Agustín, Y DE ESTO ES DE LO QUE TRATA EL TEXTO, el problema fundamental era el del mal en el mundo. Fue entonces cuando descubrió los escritos de Plotino (tercer siglo d. C.) Plotino reinterpretó de un modo peculiar la Filosofía de Platón.La filosofía plotiniana mezclaba a los pitagóricos, a Aristóteles y a los estoicos con un cierto enfoque místico. Todo lo que existe emana de lo Uno.El mal no existe por sí mismo sino que es la degradación de lo Uno según baja “niveles” en la realidad, al contaminarse con la materia. El mal es alejamiento del bien y no existe por sí mismo. También leyó las “Epístolas” de San Pablo (esto es fundamental para comprender la crítica que Nietzsche hace en El Anticristo al agustinismo y al protestantismo).Finalmente él y su hijo Adeodato (“A Dios dado”) se hicieron bautizar por San Ambrosio, Padre de la Iglesia, en Milán. En los últimos años de su vida, en la que llegó a ser obispo de Hipona, el Imperio Romano se colapsó. Los vándalos invadieron las provincias del norte de África.No vivió para ver la expulsión de los obispos católicos, pues murió en el 430. Su cadáver después de ser trasladado a Cerdeña (donde estaría hasta la invasión sarracena) sería llevado hasta la ciudad italiana de Pavía donde hoy descansa.


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