Revista Cultura y Ocio

Margaritas en mi habitación

Por Aceituno

A mí nunca me prepararon un cumpleaños de este estilo, con tantos globos y tantos colores, en un lugar tan maravilloso para los niños, donde pueden correr y jugar a sus anchas. Seguramente estén a punto de llegar y no saben lo que les espera, lo cual añade un plus a la situación porque a los niños les encantan las sorpresas. Luego ya, cuando crecemos, me parece que no nos gustan tanto. Al menos a mí.

Hay gente a la que le encanta dar sorpresas, como si fuese lo más divertido del mundo. ¿Queda alguien a quien le guste que le den una sorpresa? No lo sé, pero me sorprendería. Intuyo que a los adultos les gusta darlas pero no recibirlas, como las bromas. Cuando eres niño es diferente porque todo entra en el mismo saco de juegos y diversión permanente, a cada rato y en cada lugar pero después, al crecer, uno ya no está para tantas bromas porque se empieza a dar cuenta de que la vida que nos han enseñado es una gran ilusión destinada a hacer que pasemos una infancia lo más feliz posible, pero que se desvanece en cuanto somos capaces de pensar por nuestra cuenta.

Es como si, poco a poco, se fuese desinflando el globo que nuestros padres llenaron para nosotros con tanto cariño cuando nacimos. Vamos perdiendo dosis de felicidad a medida que vamos creciendo, pero no lo hacen con maldad sino más bien con la idea de que “ya que la vida les va a dar tantos palos, al menos que la infancia sea feliz, que ya llegará el día en que cambie la cosa y se de vuelta la tortilla”. Loable y encantador propósito. De hecho parece demostrado que una infancia infeliz produce innumerables trastornos mentales, así que más nos vale llenar de globos el parque mientras podamos porque luego ya es tarde, se acumulan los reproches y se llenan los manicomios.

En mi caso no tengo demasiados reproches. Creo que mi niñez fue bastante feliz. De hecho solo guardo recuerdos positivos lo mire por donde lo mire. Mis padres supieron crear un entorno en el que mi hermana y yo crecimos sanos y fuertes, curiosos y vivarachos. Mucho contacto con la naturaleza, con los deportes, con la cultura, con los viajes…

¿En qué momento se torció todo?

Ni lo sé, ni tengo ganas de pensarlo. Prefiero quedarme con la idea de que a mí nunca me hicieron una fiesta con globos en el parque pero ni falta que me hizo. Lamentablemente la fecha de mi cumpleaños, 24 de diciembre, impedía ese tipo de celebraciones, así que desde muy pequeño comprendí que, ese día, siempre sería un segundón porque, aunque mi familia es más bien atea, no había forma de competir con Papá Noel y el niño Jesús al mismo tiempo.

Ni con globos en el parque ni con margaritas en mi habitación. Imposible.


Margaritas en mi habitación


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