Se estrena una de las descripciones más inteligentes sobre el nacimiento de la crisis. Margin call se nos presenta como una película de catástrofes en toda regla.
La actual crisis económica es, posiblemente, la que ha revelado con mayor claridad sus causas y sus causantes. No ha habido en las anteriores crisis tanta información sobre sus orígenes (aun siendo provocadas como en el caso de 1929) que la que hay en la actualidad. Tampoco ha habido nunca tantos culpables que hayan mantenido sus puestos de responsabilidad. El documental Inside job ya revelaba que algunos de los "gestores" de la crisis habían sido nombrados asesores económicos de la administración Obama. De ahí que la lectura de algunos analistas pase por renombrar la crisis como una "reorganización" del pastel financiero de las sociedades occidentales. La burbuja ha explotado y ahora hay que poner en su sitio a quienes disfrutaron del estado del bienestar. No porque no sea sostenible, sino porque ya no beneficia a unos pocos. Las grandes entidades financieras no han recortado su poder, sino que han eliminado competidores. Es evidente que el control financiero está ahora más concentrado. El resto no importa. Los políticos que falsearon las cuentas en países como Grecia y Portugal siguen manteniendo sus cuotas de poder, aunque en la oposición; los especuladores que mantuvieron en el mercado bonos basura ahora asesoran sobre cómo salir de la crisis (clarificadora paradoja sobre la situación).
Margin call tiene la capacidad de mostrarnos con perspicaz claridad cómo y de dónde surge esta crisis. Pero sobre todo consigue huir de esos maniqueismos que vienen quitando efectividad a los mensajes de los últimos movimientos sociales, para retratar con astucia las entrañas humanas de unas oficinas que se dedicaban a comprar y vender humo hasta que el humo se convirtió en fuego. La premisa es clara: la crisis surge de una serie de grandes cagadas, y cuando determinadas fuentes de especulación se vieron con la mierda hasta el cuello se dedicaron a esparcirla por todo el mercado, con la ayuda, por supuesto, de esas mismas agencias de calificación que todavía siguen marcando las tendencias del mercado, y que en última instancia deciden quién es un chico bueno y quién merece un castigo.
El director y guionista J.C. Chandor, desprovisto de los tics habituales de los cineastas debutantes, logra traducir a lenguaje de la calle lo que el documental Inside job, otro de esos referentes imprescindibles para entender la gran cagada económica, mostraba a veces con cierta confusión. Y lo hace con una decisión inteligente: sustraer del mensaje todos los números y cifras. En una escena, en la que vemos la cara horrorizada de los protagonistas ante lo que se les viene encima, el espectador no ve en ningún momento esos gráficos que vaticinan el fin de la economía. En una de las frases más certeras del guión, el tiburón Jeremy Irons dice a un subalterno: "Explícame la situación como si yo fuera un niño o un perro. No he llegado hasta aquí gracias a mi inteligencia". Margin call recuerda en su forma a Glengarry Glen Ross, esa brutal descripción de la venta de seguros que creó como obra teatral David Mamet. Como aquella, a pesar de la inmundicia que les rodea, logra extraer dosis de humanidad de sus personajes. Curiosamente, Kevin Spacey era uno de los protagonistas de la versión cinematográfica dirigida por James Foley, aunque en Margin call su personaje se parece más al que interpretaba Jack Lemmon en aquélla.
A lo largo de la historia, un joven broker obsesionado con el dinero pregunta continuamente cuánto ganan sus jefes, comparándolo con sus "escasos" 250.000 dólares al año. Son cifras astronómicas, increíbles, irritantes. Muchos de los estafadores que controlan las principales entidades financieras en España, por ejemplo, también tienen primas y pensiones astronómicas, increíbles, irritantes, algunas de ellas adjudicadas durante la crisis económica.
Más que un "thriller" económico, como se la ha calificado, Margin call se nos antoja una auténtica película de catástrofes, aunque en este caso los destrozos vienen desde el interior. Tiene todos los ingredientes habituales: un reparto de primera clase, un gabinete de crisis, una estructura "in crescendo"... El problema es que aquí no hay nadie que quiera salvar el mundo. Todos tratan de salvarse a sí mismos. Sin embargo, lo más aterrador está en otro de esos monólogos precisos que Jeremy Irons suelta con la naturalidad de un gran actor: "Esta crisis es cíclica, va y viene. Y vendrán otras crisis. Lo que hay que hacer es saber ganar dinero con ellas". O lo que es lo mismo: no tenemos escapatoria.