No era un día normal en el Consejo Superior de Deportes. Una multitud aguardaba en su sala principal la aparición de la piloto María de Villota. Todavía sobrecoge el sonido grabado el día del accidente. Unidades móviles, antenas apuntando a los satélites, periodistas preparados para entarar en directos en los diferentes programas de televisión y radio. La ocasión lo merecía. Tres meses después del fatídico accidente, la piloto quería dar las gracias a todos.
Un centenar de periodistas llegados desde diferentes puntos de España, corresponsales de medios extranjeros, personalidades del propio Consejo de Deportes y de la Federación Española de Automovilismo.
María no estaba sola. Las tres primeras filas estaban reservadas para sus más allegados. Sus amigos esperaban nerviosos, era un día especial para su amiga. Primer momento emotivo, rozando las doce del mediodía, hora señalada para la comparecencia, aparecen los padres de la piloto. Sonrientes, sorprendidos por la repercusión mediática, emocionados y embriagados de recuerdos de la última etapa difícil que les ha tocado pasar.
Arropada también por quienes con ella han compartido horas entre motores, olor a gasolina, kilómetros en pista. Carlos Sáinz no quería perderse el momento. Acompañado de su hijo, de nombre también Carlos, quería abrazar a María.
Todo preparado. Los objetivos de las cámaras enfocando a una pequeña puerta blanca, en mitad de la sala, por donde debía salir la ‘nueva’, María de Villota. Escoltada por el doctor Casado, su ángel de la guarda, y Miguel Cardenal, presidente del CSD, ponía un pie en la sala.
Con un traje azul oscuro, color que se asocia con la estabilidad y la profundidad, y un parche a juego cubriendo su ojo derecho, María de Villota se ha presentado ante los medios. Ruido de flashes, alboroto, más de cinco minutos posando ante los medios gráficos, antes de que pudiera tomar la palabra.
Ha comenzado dando las gracias, pidiendo perdón por no poder hablar del accidente porque está abierta una investigación, y rebosando cariño. Con sinceridad, ha recordado como fue el momento en el que despertó. “Le miré al médico, y le pregunté que si él necesitaba las dos manos para operar, le dije que yo necesitaba los dos ojos para pilotar, que era una decisión mía”, recuerda sonriente, antes de reconocer que luego pidió perdón al médico porque le habían salvado la vida, y no fue nada fácil.
Ha respondido desde el cariño, controlando sus emociones incluso cuando ha contado la anécdota sucedida entre su madre, un espejo y ella. “Siempre estaban los espejos tapados para que no me viera, hasta un día que me miré, con mi madre detrás sufriendo al verme la cara, tiré de humor y le dije a la imagen del espejo, ‘quita bicho’”, relata sonriente.
Al acabar de contestar a todas las preguntas de la prensa, ovación cerrada de todos los presentes. Nuevo baño de cariño para la piloto, que ha tardado en alcanzar de nuevo la puerta desde la que se ha mostrado de nuevo al mundo, porque no ha parado de besar y saludar.
Ha dado un nuevo ejemplo de superación, esfuerzo y sacrificio, tras perder su ojo derecho asegura que ahora ve “más que nunca”. Aún le quedan unos kilómetros por recorrer en su lucha por recuperarse todo lo posible, tiene secuelas que nunca podrá resolver, pero con la cabeza bien alta, como si hubiera cruzado primera la bandera de cuadros en un Gran Premio, está “orgullosa” de sus cicatrices.