Revista Cultura y Ocio

María José Orellana: Belial

Publicado el 01 julio 2019 por Libros Prohibidos @Librosprohibi2
María José Orellana: Belial

Parte I. Informativo.

El proyector se enciende con un aleteo casi imperceptible que se convierte en una voz perfectamente modulada e impersonal. La periodista cobra cuerpo, texturas y colores que flotan en la penumbra del salón de Adrastea. Le gusta. Se pregunta si es humana, pero en seguida cae en la cuenta de que, a estas alturas, ya no habrá IAs que trabajen fuera del mercado de compañía. Sin ellas, la superpoblación no podría frenarse ni con la nueva ley para el control de natalidad. La prohibición global de engendrar durante los próximos diez años. El Barbecho.

A los pocos años de sustitución de los falibles y fatigables humanos por unidades de inteligencia artificial, estas cotejaban infinidad de investigaciones médicas sobre cualquier enfermedad o síndrome, en décimas de segundo, para combinar métodos y hallar soluciones nuevas. El doctor Atlas Higía cumpliría su sueño: exterminar toda enfermedad del planeta, incluso el alzhéimer que se había llevado a su amada esposa, mediante un único descubrimiento. Una fórmula matemática y alumbraría el cerebro artificial perfecto, el sanador de todo lo concebible. El Panacea 0.1. No imaginaba la plaga humana iba a detonar.

De eso habla la proyección casi tangible, que resume las noticias más relevantes del año que acaba, recordando al recién finado doctor Higía que, de pronto, se materializa en el salón de Adrastea, como si fuera Nochebuena, apenas unos días atrás. Ella da un respingo. Sabe que el fantasma es de archivo, pero aún así, la impresión de darse de bruces con su padre después de cremarlo la sacude con virulencia. Apaga el aparato de tridilevisión ipso facto, antes de que también le introduzca en casa el amasijo de hierros calcinados del que arrancaron su cadáver y el de la abuela. Recrea esa imagen en su mente y corre en busca de una bolsa de papel de la que respirar hasta caer desmayada. Un método de lo más rudimentario pero eficiente. Qué ironía.

Más tarde y más calmada, vuelve a encender el proyector y da un largo trago a su copa de vino. Se abstrae en los carnosos labios de la narradora, que sigue recitando los eventos más cruciales de este convulso año. Sus incisivos ligeramente separados le otorgan un aire juvenil, el puente de su garganta desemboca en un cuello de blusa súbitamente cerrado, insoportablemente casto, que reemplaza los voluptuosos escotes que esta mujer solía lucir hasta hace unos meses. Adrastea suspira de frustración y se pregunta si en algún momento de su vida estudiantil, durante la crisis, esta joven habrá cedido su imagen a la fabricación de réplicas androides para alcoba. Con su mismo aspecto, voz y mente. Aunque jamás ha destacado por nada intelectual -más bien al contrario-, le atraen las mujeres que aparentan serlo. En cambio, escoge hombres de belleza brutal y primitiva, a los que poder dar esquinazo rápido tras una consumación animal y fugaz.

Se pregunta qué audiolibros llevaría programados la unidad a escala exacta de esta presentadora. Jamás ha leído uno, pero le fascina que le cuenten cuentos. Sobre todo de misterio. Su padre decía que el Estado ha limitado la literatura interactiva al drama y a todo lo que induzca al suicidio, para que este opere recortes demográficos. Ella lo llamó pedante y le pidió que hablara en cristiano. En realidad le había entendido, pero le aterrorizaba ver al exterminador del alzhéimer volverse tan paranoico. En otra ocasión, ya le había comentado, lleno de furia, que la industria farmacológica para la que él había trabajado, ahora ligada al gobierno, estaba investigando cómo manipular el ADN para que, una vez retomadas las gestaciones, finalizado el Barbecho, la especie emitiera mayor número de especímenes de tendencia homosexual con el fin de autorregular la población de manera natural. La abuela le rugió por hablar como esos viejos fascistas de principios del XXI, que aún consideraban la no heterosexualidad una enfermedad. Adrastea no creía que manipular el ADN fuera una manera muy natural de controlar la población. Por una vez, los tres coincidían en algo y eso le hizo sonreír.

Decididamente, si estuviera disponible una IA semejante a la periodista, Adrastea estudiaría gustosamente adquirirla. Ella misma, en su día, cedió los derechos sobre su imagen para la fabricación de IAs con su misma armónica androginia a cambio de lo que, en su ingenua juventud, le pareció una importante suma de dinero. Y que se fundió en tiempo récord. Idiota de ella, no se le ocurrió negociar royalties. Ni estudió el contrato ni consideró añadir cláusulas, con ciertos límites. Se dio cuenta demasiado tarde y, avergonzada por su imprudencia, nunca lo contó a la familia. Lo bien que le vendría ahora toda esa pasta. Empieza a notar un nudo en la garganta que se apresura a engullir con el rosado.

María José Orellana: Belial
Vuelve a centrarse en el informativo. Muestra las celebraciones por la aprobación de la Orden de Retirada de Inteligencias Artificiales de los Puestos de Trabajo. Millones de personas extasiadas porque se les facilitara el reintegro al mercado laboral, tras años de haberse delegado sus funciones a máquinas. Acababa la pesadilla de la cuota de subsistencia y no saber cómo gestionar tanto tiempo libre.

Escenas del destierro del viejo gobierno, que había fomentado la ociosidad para instigar el consumo como freno del aburrimiento. Las campañas de publicidad subliminal más agresivas de la historia, atacando la autoestima, generando necesidades que falsamente suplieran las carencias inducidas.

Un fragmento de entrevista reproduce las palabras de un célebre ex miembro convencido de la actual Cúpula, indignado por la poca previsión e irresponsabilidad del régimen caído: "¿no previeron que las generaciones adoctrinadas en el trabajo duro, el esfuerzo y la meritocracia caerían en la depresión y el vicio al verse faltas de ocupación? El obrero ocioso no sabe administrar su tiempo. Han arrastrado a familias enteras a la ruina: al fornicio y la reproducción desatada e irresponsable. A las deudas por adicción a las drogas, a esas máquinas de la lujuria y a las apuestas. ¡Si es que encima publicitaban el juego! ¿Cómo se puede pretender recaudar impuestos para el Estado mediante el vicio que castiga a la gente de voluntad débil? ¡Indecente! El trabajo dignifica. Arbeit macht frei ". Más adelante, la frase "al menos, cuando había venéreas, había menos natalidad" le costaría la carrera. Pero el antiquísimo lema en esa extraña lengua calaría.

Esas palabras son ilustradas con imágenes de policías a las órdenes del viejo régimen, ejecutando abiertamente a indigentes que moraban por las calles. No era por higiene, pues estaban sanos. Era la imagen de la vulnerabilidad, la inanición, lo que aterrorizaba al pueblo y amenazaba con la revuelta que por fin llegó con la Cúpula.

De nuevo, un inesperado holograma del doctor Higía atenta contra la paz de Adrastea. Pero el alcohol emborrona todo eficientemente. Atlas El Sanador, lo llamaron. Sacudía la cabeza rabioso: "como en las repúblicas bananeras de hace un siglo, que limpiaban sus calles para que les concedieran las Olimpiadas", declaró en su día, "qué horror y qué vergüenza". El tridilevisor mete ahora panzas hinchadas de niños pálidos y enclenques en el salón, mientras la voz de la reportera celebra que la dictadura haya subsanado estos hechos.

Adrastea se siente terroríficamente invadida. Se pregunta cuándo la intimidad de la propia casa dejó de ser un refugio del mundo exterior y sus miserias. Recuerda a su abuela, llorosa, incrédula al ver que los niños de su ciudad ya parecían los del Senegal de los telediarios de su infancia, pero en una versión más incolora y de ojos rasgados. Dentro de su cocina. La vieja reprochaba a su nieta que se anduviese con caprichos con la comida, como ella llamaba a aquella anorexia galopante.

La atmósfera del informativo se torna más lúgubre con la revuelta y golpe de Estado. Luego, conatos de violencia de quienes, más adelante, no encajaron el anuncio de retirada de IAs. Directivas empresariales amotinadas en azoteas de fábricas, tomando como rehenes a los humanos que debían contratar. En protestas totalmente kamikazes, denunciaron las pérdidas que la aplicación de la nueva ley iba a provocarles, haciendo oídos sordos a las promesas de subvenciones, llegando incluso a decapitar a algunos obreros. Poco a poco, las negociaciones y ayudas del Estado irían calando y la violencia cambiaría de bando, sobre todo tras el anuncio del despojo de bienes a toda la clase política anterior, en castigo al fomento del desastre y la miseria global. Pero duró poco: eran menos y fue fácil quebrarlos.

Los más listos de la casta se arrodillarían en seguida. El padre de Adrastea mostró predisposición a adaptarse a las nuevas normas del juego. Llevaba años protestando contra el desastre ecológico y social. A ella le traían al pairo sus pamplinas mientras la familia conservara su acomodado estatus. Y tratándose del Sanador, gentes de todos los colores políticos le mostraban respeto y afecto, así que todo había permanecido en orden. Hasta que había estrellado el hoovercar y desparramado sus sesos tan inoportuna como irremediablemente.

La caza de inteligencias artificiales parecía lejana y tan solo han pasado unos meses desde el atentado androide en la capital, el que derivó en un tiroteo masivo con decenas de humanos muertos. Daños colaterales, lo llamó el gobierno, viendo así avalada la eliminación de estos seres con letales planes propios. Aún así, exhibieron todo el paripé del homenaje a las víctimas, jornadas de luto y demás. Son lo suficientemente inteligentes como para mantener esas composturas: que no parezca que sobra gente en el mundo, sino que basta con frenar la reproducción durante unos añitos. Que está feo que se note que cuantos más mueran, más quedará para los demás. Por eso nadie se sorprendió de que el atentado no estableciera el fin del derecho a portar armas de fuego en la vía pública. En un mundo superpoblado, la muerte ya no tiene el mismo efecto dramático.

Sin embargo, la imagen tridimensional del cadáver de aquella madre y su hijo irritó bastante a Adrastea durante días. El vestido verde esmeralda. El chiquillo muerto y su cabellera roja fulgurante, camuflada con el charco de sangre donde yacían. Los vio caer muertos en riguroso directo, como si exhalaran su último hálito en su propia alfombra. Se pregunta en cuántos escenarios distintos murieron a la vez. Maldita tridilevisión.

Esa vez no funcionó ni cambiar de canal para reemplazarlos por cuerpos anatómicamente perfectos, desnudos y copulando bestialmente, lo que normalmente le resultaba una manera efectiva de enterrar recuerdos desagradables. Tampoco ayudaron los interminables llamativos diseños de moda, estampados estridentes, manjares de aspecto artístico, sabores arriesgados y digestión efímera y demás incesantes actualizaciones de redes sociales. Su tacto, sus colores y olores. Todo bien regado de vino. El hedor a sangre fresca de esa mujer y el chiquillo se incrustó en su pituitaria.

Seguramente por eso ayer no quiso entrar al tanatorio. No quiso ver el trabajo realizado con su padre y la abuela. El mayordomo, entre lágrimas, le dijo que estaban muy guapos y se despidió. Pero entendió que ella prefiriese el recuerdo vivo de la sonrisa y el gesticular de quienes se fueron al hieratismo de la carcasa grisácea y embalsamada.

No. Ella, simplemente, no lo quiso volver a ver. A ese al que amó y que la ha forzado a incorporarse al mundo laboral, por primera vez, a sus treinta y tres años. Pudiendo haberle resuelto la vida con cierta fortuna y privilegios, conservados por haberse congraciado con el nuevo régimen. Comodidades que, sinceramente, esperaba heredar. Él nunca había aprobado su hedonismo y la farándula del tabloide que había estado pagando sus lujos en época de bonanza. Aunque jamás se lo reprochó porque era obvio que la consideraba intelectual y moralmente limitada. Pero era su hija y no quería herir sus sentimientos. Y ella no era tan tonta como para no notarlo. Cuando más lo necesitaba, el viejo había donado gran parte de su hacienda a la ayuda humanitaria y, si ella esperaba ver el resto, debía aceptar un empleo. Esas eran las condiciones del testamento.

Por muy enfadados que hubieran llegado a estar, Adrastea nunca había dejado de dirigirse la palabra con su padre. Tras cada nuevo escándalo, él se limitaba a llevársela de retiro a la naturaleza y a hablarle más dulcemente que antes si cabe, pero sin mirarla a los ojos. De modo que, aunque dolido, seguía mostrándose a su lado, protegiéndola. Él siempre culparía al sistema educativo, que había podrido de raíz a toda una serie de generaciones que no pensaban más que en los placeres sensoriales y la imagen. Su hija no era más que el producto de una sociedad enferma que la había sexualizado desde niña, desde que aquel estúpido paparazi la retratara en la piscina, tras la ceremonia de los Nobel en que él sería premiado por su contribución a la humanidad. Ella agradecía esa condescendencia. Pero eso no perdonaba que al morir la hubiera dejado desamparada y la enviase al purgatorio de lo laboral.

Para Adrastea, no entrar en el tanatorio y no ver su cuerpo era su única y absurda manera de expresarle que no los había separado la muerte, sino él. No puede parar de llorar.

Con gran empeño, presta toda la atención que la periodista exige hacia el comunicado oficial del Estado, que recuerda a los ciudadanos las medidas aplicadas a lo largo del año, para la adaptación a la entrada en vigor del nuevo código. La luz roja del tridilevisor se ha puesto en marcha, así que el anuncio es de obligada escucha y los controles del aparato se bloquean para impedir su apagado. Esquivar esta advertencia es punible. Incurrir en una falta aquí advertida conlleva agravante. Es importante que cada individuo tome muy en serio los consejos que van a enumerarse, pues la Ley por la Contención de Plaga Humana y Garantía de Bienestar Social se activará una vez suene la última campanada de esta noche. Feliz año nuevo.

Parte II. 7 de enero. Resaca.

Adrastea se mete la píldora anticonceptiva en la boca y la arrastra garganta abajo con un gran tazón de café negro. Se le agolpan las lágrimas en los ojos cada vez que se enfrenta a la realidad de que en apenas unas horas tiene su primera entrevista de trabajo en 33 años y no sabe cómo afrontarla. Lleva un traje totalmente diplomático, es decir, totalmente asexuado, como aconsejó el notario. Con la legislación presente, toda invitación pública a la libido está prohibida. Los tronistas de programas de griterío de sobremesa y las modelos profesionales deberán buscarse ocupación más eficiente. Y esto elimina sus únicas salidas profesionales hasta la fecha, por lo que deberá mostrarse seria. Hasta esos momentos no había sido realmente consciente de cuántas nocivas portadas del corazón será capaz de hacer olvidar, con la actitud más madura y digna que sea capaz de transmitir. Y teme que eso sea igual a cero.

El trabajo os hará libres. Qué mierda sería esa. Decía papá Higía que tomaban el lema de una peligrosa dictadura antiquísima. Ella no aprendió nada de eso. De hecho, no recuerda haber aprendido algo útil en la escuela, la antesala del centro comercial. El doctor luchaba por una reforma educativa.

La tridilevisión ha sustituido el bombardeo pro-consumismo y la apología de la ludopatía para vociferar constantes instrucciones morales para la "planificación familiar sensata". Hete aquí otro lema del Ministerio. Proliferaron los documentales sobre los placeres de la autoexploración creativa del propio cuerpo, alternativa a las relaciones con el sexo opuesto. Se ha reemplazado a gran parte del personal tridilevisivo por miembros de colectivos homosexuales, abanderando una promoción de la igualdad que en realidad aboga por cualquier liberación de la libido que no conlleve más nacimientos. Con la ley antirreproducción ya vigente, se aconseja la adquisición de unidades de inteligencia artificial programadas para satisfacer todas las filias y parafilias habidas y por haber. Las más sofisticadas incluso incorporan inyección de ovulicidas a discreción. "Solamente falta que convoquen la hora de la paja. ¡Ja!". Adrastea se hace gracia ella sola y se atraganta con el café.

Su pasado le dificulta el acceso a un empleo. Es incapaz de calcular cuánta gente la ha visto desnuda, fuera en fiestas extremas o en Internet. O peor: follando en vídeos caseros virales que en su día le importó un bledo que se filtraran, puesto que le permitían saltar de plató en plató y cobrar del circo. Y esos no son los pensamientos más tétricos: ¿cuántas unidades de compañía existirán con su fisonomía, su misma voz y su poca prudencia? ¿Y si quien le entreviste posee una?

Se le hiela la sangre. Corre a comprobar la web oficial de tasación de Personajes Ilustres Androidificados. Parece que la muerte de su padre la ha convertido en trending topic y ha puesto en alza el ejemplar a escala natural de Adrastea Higía. No es nada asequible, no está al alcance de cualquiera. Eso le relaja un poco.

Mierda, podría estar forrada con los royalties que no exigió en su día.

Recibe un mensaje electrónico que le recuerda que deberá abonar el pago de su conexión en los próximos cinco días o esta se le retirará. Resopla y echa un vistazo al listado de lugares en que el abogado que le lleva los temas del testamento de su padre le depositó currículos. Se niega a contestar a la invitación a formar parte de la empresa farmacológica que el doctor Higía había abastecido de IAs, acabando con la enfermedad. Le pareció de muy mal gusto que se le ofertara en la misma carta del pésame. Además, aunque los entresijos de la política se le escapan, su padre ya no se mostraba feliz con la farmacológica desde que el gobierno se adueñó de ella y, en cierto modo, ella los intuía satisfechos con su muerte. Podría ser paranoia.

Ojalá funcionasen ya las tiendas de ropa, la moda es de las pocas cosas que le interesan. Siguen cerradas hasta que se homogeneice una estética. Miedo le dan las nuevas tendencias que, según el gobierno, "no apelarán a los bajos instintos del varón heterosexual alfa", que es el que consideran violador en potencia. Adrastea recuerda poco de la fiesta de Nochevieja, pero entre los efluvios de alcohol evoca la envidia al ver a una pareja de chicos enrollándose apasionadamente en plena calle. Unos guardias los miraban con expresión de repulsión, pero fue a una pareja de mujeres a las que fueron a llamarles la atención. Al tratarse de la primera semana de adaptación a la ley, no iban a llevárselas al calabozo, pero tenían la obligación de recordarles que eso cambiaría en un mes y que estaban incurriendo en un atentado contra el equilibrio hormonal de sujetos potencialmente fecundadores en la vía pública. La expresividad sensual debía limitarse al ámbito privado.
Adrastea se dio cuenta de que la espontaneidad había sido herida de muerte para cualquier pareja en la que hubiera al menos un útero.

Finalmente había enviado su perfil al sector de supermercados y la más modesta hostelería. Lugares cuyos dueños no ostenten una gran fortuna. Que no puedan costearse una muñeca de carne y circuitos exactamente igual que ella. Una réplica a la que vejar sexualmente cada noche.

Parte III. Trabajo en cadena.

María José Orellana: Belial
Esa misma tarde recibe respuesta. Le conceden la oportunidad de demostrar sus habilidades en un comedor escolar al día siguiente, como tributo póstumo a la figura de su excelentísimo padre. No requiere experiencia, pues solamente tendrá que calentar productos precocinados.

No le gustan los niños, de hecho, casi celebra la prohibición de reproducción para la próxima década. Cuando su abuela le animó a inscribirse en la lista de espera en que culminará el Barbecho, a luchar por uno de los escasos certificados de Cualificación para Futura Madre, la capeó alegando que seguramente ya estaría en la menopausia para entonces. Eso dejó triste a la anciana, pero le ahorró explicaciones a Adrastea.

Lo cierto es que se alegra de haber dado con un trabajo en el que el público, quizás, todavía no le haya visto las tetas.

Adrastea sale, exhausta pero contenta, tras sus primeras escasas horas en el comedor escolar. El volumen de trabajo es considerable, pero se ve capacitada para soportarlo y, al pasar más tiempo en cocina que en sala, no se le hace tan duro tener que soportar a las criaturas. Además agradece no tenerse que mudar a un cubículo en alguna ciudad industrial.

En la puerta de la escuela, un extrañamente hermoso ejemplar masculino se dirige a ella por nombre y apellidos. Ella en seguida se siente en guardia, temiendo algún comentario inapropiado, relacionado con sus afamados excesos públicos.

-Me llamo Heimdall. Creo que el triple de lo que contiene este sobre te convencerá de aceptar ese empleo en la farmacológica donde trabajaba tu padre.

Pese a preguntarse por qué él posee esa información, acepta un café y escuchar una perorata sobre el mal que engendra esa empresa y cómo aplicarle una cura de humildad, para lo que ella debería infiltrarse y proporcionarle acceso a la llamada Sala de Cultivos. Ella se levanta, como quien oye llover, pues nadie le asegura que ese tipo tenga semejante dineral. Él le mete el sobre en el bolsillo de la chaqueta:

-Tu anticipo. Habrá otros dos.

-Pero no he aceptado, -espeta Adrastea a la robusta espalda que se aleja de ella.

La suma dentro del sobre le corta la respiración. Sale tras él, pero se ha esfumado. Prácticamente corre hasta casa, temiendo que alguien la atraque, aún bastante ajena a la cantidad de agentes de policía apostados por doquier.

Por la mañana, antes que el despertador, la desvela una llamada. Alguien ha filtrado uno de sus vergonzosos vídeos virales entre los padres. Sintiéndolo mucho, no debe dejarse ver por la escuela. Le sugieren un puesto algo más discreto, como una cadena de montaje.

Parte IV. El bucle.

Tras varios infructuosos intentos de incorporarse a otros gremios -con idéntico resultado-, Adrastea se resigna a acudir a la maldita farmacológica.

Le da la bienvenida el presidente de la directiva, con sus dientes resplandecientes. Tras acompañarla a su puesto en la cadena de empaquetado, le presenta a su superior, que la instruye en las escasas variantes de su acción diaria.

Al final de su jornada, le duelen los pies terriblemente y tiene la espalda totalmente entumecida.

Su superior le da instrucciones de acudir al día siguiente a la dirección indicada, para el chequeo médico. En ayunas. Asiente y toma nota mental de tomarse el anticonceptivo durante la comida al día siguiente, y no en el desayuno como acostumbra.

A la mañana siguiente, el presidente vuelve a recibirla. Tras cerciorarse de que no ha comido aún, bromean sobre cómo, pese a la ausencia de enfermedades, los empleados siguen siendo susceptibles a riesgos laborales y las compañías de seguros siempre alegarán que "esa tara la traías tú ya de casa". Es una manera de dejar constancia de en qué condiciones se incorporaban al trabajo. Adrastea tiene la sensación de ganar dioptrías cada vez que el tipo muestra aunque sea un solo diente. Y a la vez le resulta muy atractivo, como todo lujo ya inalcanzable para ella.

Como si le leyera el pensamiento, prosigue:

-Además, nos permitirás usarte de cobaya. -Ríe abiertamente, cegándola-. Ya sabrás que también nos dedicamos a los tratamientos odontológicos. Obsequiamos a nuestros empleados con blanqueamientos dentales como el que puedes ver. -De nuevo exhibe ese centelleo en su boca-. Tenemos el compromiso ético de conservar la salud global que tu padre garantizó, pero esto vuelve a ser un negocio. Y ahora, además, debemos procurar generosos impuestos al Estado. Una dentadura esplendorosa es síntoma de una mente sana y activa. Por ahí irá nuestro eslogan. Puedes presentar tus ideas a concurso, por cierto. Aún no hemos dado con el lema por excelencia. El caso es que en nuestra empresa cobrarás como para volver a moverte en círculos muy ostentosos. Y en ellos, sois nuestra mejor publicidad.

-Pues no se diga más. -Adrastea sonríe y se acomoda en la silla de la dentista, armada con otra de esas bocas perladas. Por fin siente auténtica alegría en mucho tiempo.

-Respira dentro de esta cámara, -le susurra la auxiliar-. Vas a notar un agradable perfume. Es un gas que eliminará toda sensación de fricción o presión sobre las encías.

Confiada, Adrastea cae en un sopor tan dulce que no recuerda sensación semejante. Durante una décima de segundo, teme que su subconsciente delate el plan oculto pactado con Heimdall. Pero el sueño la domina por completo.

No llega a detectar el cambio de expresión en el rostro de la mujer, que procede a inyectarle un enjambre de nano-robots en el último molar superior derecho.

-El reseteo de memoria debería realizarse mañana por la noche. De lo contrario olvidará los procedimientos rutinarios de su trabajo.

-Entonces dejaremos que practiquen mañana de nuevo. Programa los activadores de la sustancia para esa hora. -El presidente ya no sonríe.

-Puedes dar esa orden tú mismo desde la aplicación del móvil que te instalé ayer, -contesta la dentista, con voz monótona.

-De acuerdo. Tienes al siguiente empleado en la sala contigua.

La dentista lo mira con desprecio y se dirige hacia su siguiente víctima. Si su cuerpo lleno de circuitos no se encontrase entre la espada y la pared, lo mataría ahora mismo y huiría. Delataría a la gentuza de ese cabrón, que va a condenar a cientos de empleados a vivir eternamente en su primer día de trabajo. Una y otra vez. Y sin ver un duro a cambio.

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