Revista Religión
“El Señor se ha fijado en la humilde condición de su sierva”.
María es Señora de los pobres, porque fue pobre y
amante de los pobres. Su nacimiento en Jerusalén, en una humilde estancia, se pareció mucho al de su Hijo en un establo. No mentía, al exclamar que Dios se había fijado en la baja condición social de su situación; porque perteneció siempre, y para mucha honra, a la clase social de los desposeídos; "su esposo se ganaba la vida aserrando maderas y clavando puntas, arreglando sillas y cerraduras, poniendo ladrillos, o arreglando herramientas y aperos de trabajo. Siempre fueron pobres; su Hijo entró en el mundo con la marca de la pobreza; pudo haber nacido entre brocados de seda y bajo palios de oro, pero quiso tener un pesebre como cuna. Cuando sus padres lo presentaron en el templo, hicieron la ofrenda de los pobres, porque su bolsa no daba para más. En su vida pública anduvo recorriendo pueblos y ciudades, como un desarraigado de la tierra, como un pobre de solemnidad, que no tenía siquiera donde reclinar su cabeza. Terminó muriendo en una cruz, despojado de todo, hasta de la ropa, en la pobreza suma. Clavado al madero, pidió a Juan que cuidara de su madre, pues se quedaba en total indigencia. Y después, recitando el salmo de los pobres, murió, en muerte de cruz.
En su extrema pobreza radicaba su grandeza infinita y, en definitiva, su glorificación. Su madre sabía que el Mesías tenía que ser pobre, para redimir a los pobres a través de su pobreza. Para liberar al pobre, al desvalido y desamparado, a todos los oprimidos y marginados que gimen por el mundo. Todos los pobres del mundo se reconocen en el Mesías, el Siervo de Dios, el pobre elegido por Dios para liberar a los hombres de todas las esclavitudes que les tienen aherrojados. El salvador de los pobres tiene que salir de las filas de los pobres, nunca podrá salir de los estamentos de los ricos. Por este motivo, su llegada se anunció en primer lugar a los pobres, a los proletarios, al pueblo de la tierra. Cuando comenzó su vida pública, en su primera predicación, dejó bien claramente dicho a lo que había venido a este mundo: a evangelizar a los pobres, a liberar a los oprimidos. Hizo de su vida una opción de voluntaria pobreza, se apuntó a la clase de los pobres, optó por los marginados. De ahí que, en la carta magna del reino de Dios, la primera bienaventuranza fuera para ellos: “Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino. Los pobres son los ciudadanos de primera en el reino de Dios; y si el Evangelio es de todos, lo es en primer lugar y por derecho propio, de los pobres. Y pobres son los que nada tienen, los oprimidos, las marginados, los explotados, los desvalidos, los primeros evangelizados, las masas humildes, que le seguían enfervorizadas, los auténticos representantes del pueblo de Dios.
El prototipo de todos los pobres fue y es Jesucristo. Y, con Él y por Él, su Madre, María, porque fue pobre de verdad, porque vivió siempre al día, porque tuvo fe en el de arriba, que da de comer a las aves del cielo y viste a los lirios del campo y cuida de todas sus criaturas con amor providente. El ejemplo supremo para saber valorar los bienes de este mundo, caducos y efímeros, lo encontramos en la Virgen. De Ella, hemos aprendido que no vale la pena apegarse a los bienes materiales de este mundo de abajo, a los que inevitablemente hay que dejar aquí. Sabemos, además, porque Jesús lo ha dicho, que Dios llenará de bienes a los pobres y dejará sin nada a los ricos.
Señora de los pobres, enséñanos a ser pobres, a vivir con alegría nuestra vida indigente, porque esa será la mejor manera de vivir, siendo pobres y ricos a la vez, poseedores de la mayor riqueza, pues el verdadero rico no es el que mucho tiene, sino el que tiene poco y se conforma con lo poco que tiene. Ruega por nosotros para que nos conformemos con lo necesario, y no luchemos ni aspiremos a poseer más, para no caer en las garras esclavizantes del dinero; que estemos abiertos a los demás; que ejerzamos la solidaridad y la caridad, con los que tienen todavía menos que nosotros; que trabajemos para que desaparezcan las desigualdades sociales y que nos comprometamos con los pobres, con los marginados, porque ellos constituyen un sacramento vivo, en el que nos encontramos con la presencia dulcísima de Dios. No podemos estar en plena comunión contigo, si no nos apuntamos a la lista interminable de los que han optado por los pobres; esta comunión solidaria con ellos y contigo hará surgir una Iglesia, que se comprometa más decididamente con la justicia y la liberación de los oprimidos; pues esta opción en favor de los pobres ocupa el primer puesto en los postulados de la Palabra de Dios.
Camilo Valverde Mudarra