Revista Religión
La Lumen Gentium dedica todo el n. 55 a las profecías del Antiguo Testamento, sobre la función de María como Madre del Mesías. Esta madre aparece ya “proféticamente bosquejada en la promesa de victoria sobre la serpiente hecha a los primeros padres caídos en pecado”. “Enemistad pondré entre ti y la mujer, entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza, mientras acechas tú su calcañar” (Gén 3, 15).
Isaías la preanuncia como virgen-madre: “He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel” (Is 7, 14). Miqueas predice el engrandecimiento de la pequeña Belén Efrata porque allí nacerá el “gobernador de Israel”, quien “pastoreará firme con la fuerza de Yahvé”, cuando “la parturienta dé a luz...” (Miq 5, 1-3). El Mesías será esperado entonces como “pastor” asistido por la fuerza de Dios.
Todas las promesas se cumplieron cuando hace ya dos mil años, en un período maduro llamado “plenitud de los tiempos”, en una noche fría, en las afueras de Belén y más precisamente en una cueva de animales, “envió Dios a su Hijo, nacido de mujer” (Gál 4, 4).
José y María, que estaba encinta, llegaron al santo lugar escogido por Dios. “Mientras estaban ahí, se le cumplieron los días del alumbramiento y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre porque no tenían sitio en el albergue” (Lc 2, 6-7). San Juan nos transmitirá este hecho feliz y trascendental de la historia con brevedad y precisión: “Y la Palabra se hizo carne y puso su Morada entre nosotros” (Jn 1, 14).
Los primeros visitantes del “Pastor de Israel” serían “unos pastores que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño” (Lc 2, 8). Esa visita de los humildes y pobres pastores era como el reconocimiento de su “Mayoral” (cf. 1 Ped 5, 4) que se les había acercado, del Pastor de los pastores, de quien se definiría a sí mismo más tarde diciendo: “Yo soy el Buen Pastor” (Jn 10, 11).
María Virgen, la “predestinada desde toda la eternidad como Madre de Dios juntamente con la encarnación del Verbo... fue en la tierra la Madre excelsa del divino Redentor... Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, padeciendo con su Hijo cuando moría en la Cruz , cooperó en forma enteramente impar a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas. Por eso es nuestra madre en el orden de la gracia” (LG, 61). En estas líneas el Concilio implícitamente se habla de María Corredentora, para más adelante acoger los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora que la Iglesia siempre le ha reconocido.
Es justo y muy grato llamar “MADRE DEL BUEN PASTOR”, a María, la dichosa Virgen-Madre, la “Nueva Eva” que “dio a luz al Hijo, a quien Dios constituyó primogénito entre muchos hermanos” (cf. Rom 8, 29), esto es, los fieles, a cuya generación y educación coopera con amor materno” (LG, 63). En lógica consecuencia, todos los que nos identificamos en nuestro ser y en nuestra misión con el Buen Pastor, llenos de gozo y esperanza, podemos llamar a María “Madre de los Pastores”, es decir, nuestra propia Madre.
He aquí algunos textos patrísticos que remiten a la figura “pastoral” de María. Ellos, por sí solos, hablarán de la relación estrecha entre nosotros pastores y María, nos recordarán al Buen Pastor y, como siempre sucede con todo aquello que se diga de María, nos remitirán al Hijo.
• Melitón de Sardes en la Homilía sobre la pascua, presenta a la Virgen María en una dimensión que está íntimamente ligada al mundo pastoral y al misterio de la salvación:
Él es Aquel que se ha encarnado en una Virgen...
Él es el Cordero que no tiene voz.
Él es el Cordero inmolado.
Él es Aquel que ha nacido de María, la bella cordera.
• San Efrén (+ 373) es quizás quien con mayor claridad aplica a María un lenguaje pastoral:
“Todos saben que María es la puerta de la Luz : a través de ella el mundo y sus habitantes han sido iluminados” (Himno sobre la Natividad ).
“En la primavera, cuando los corderos vagan por los campos, Cristo entra en el vientre virginal, luego entra en el río... En invierno los corderos recién nacidos son vistos primero por los pastores y justamente ellos conocieron primero el nacimiento del verdadero Cordero anunciado desde el cielo. El lobo antiguo vio al Cordero tomando el alimento materno y tuvo miedo porque se había disfrazado con la piel de una oveja, mientras el Pastor universal se convirtió en un cordero del rebaño: así dispuso Él mismo hacerse devorar como Cordero manso para poder derrotar al sanguinario con su propia potencia. El Santo habitó con su cuerpo en el seno materno, mientras ahora tiene su morada, con su Espíritu, en el alma: si María, que lo concibió, se abstuvo de las bodas (en el sentido de fiesta de pecado), el alma que es por Él habitada se abstenga del libertinaje” (Sermones de Nativitate).
“María Madre es un prodigio divino: acogió al Señor y lo hizo hacerse siervo; acogió la Palabra encarnada y la hizo convertirse en muda; acogió a Aquel que truena y le cortó la voz; acogió al Creador y Salvador y los transformó en Cordero (Sermones de Nativitate).
“Oh Virgen, Señora, Madre de Dios, que llevaste en el vientre a Cristo Salvador y Señor nuestro, en ti yo coloco toda mi esperanza, en ti confío, porque eres la más excelsa de todas las potencias celestiales. Protégeme con tu gracia purísima que viene de Dios, muéstrame el camino para hacer la santa voluntad de tu Hijo y Señor nuestro” (Precationes ad Deiparam).
En uno de los himnos a María, san Efrén, lee poéticamente el pasaje del sacrificio de Isaac y en especial la sustitución con un cordero en el momento de la inmolación: “Ni antes, ni después el árbol generó un cordero sobre la tierra, ni otra Virgen generó sin el concurso de hombre. María y el árbol representan una sola realidad. El cordero estaba sujeto a las ramas, mientras el Señor nuestro lo estaba en el Gólgota. El cordero salvó a Isaac y nuestro Señor a las creaturas”.
• San Proclo de Constantinopla (+ 446) en su cuarto discurso de Navidad:
“Corran los pastores porque ha nacido el Pastor de la Cordera Virgen... De hecho, el Pastor ha querido revestirse en forma nueva...”.
• San Andrés de Creta (+ 740):
“María da alimento a Quien todos nutre, María es el vestido sin mancha de Aquel que es al mismo tiempo Cordero y Pastor, María es la oveja sin mancha que generó al Cordero Cristo, María es la mesa inteligente de la fe que ha preparado el pan de la vida para el mundo entero” (Homilia in laudem 5. Mariae).
• San Juan Damasceno (+ 750):
“Exulte la naturaleza: viene al mundo la Cordera , en la cual el Pastor se transformará en oveja y arrancará la túnica de la antigua muerte... María es la Cordera que genera al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.
• El himno Akathistos (s. VI):
Los pastores oyeron los angélicos coros,
que al Señor hecho hombre cantaban.
Para ver al Pastor van corriendo;
un cordero inocente contemplan
que del pecho materno se nutre
y a la Virgen le cantan...
Salve, nutriz del Pastor y Cordero;
salve, aprisco de fieles rebaños.
Conclusiones
Madre del Buen Pastor y Madre nuestra
El Hijo es el “Buen Pastor”, María es la “Madre del Buen Pastor”. El Hijo es el Señor, Ella es la Señora. El Hijo es el “Cordero de Dios”, Ella es la “casta Cordera”. El Hijo es el Mayoral de los pastores, Ella es la divina “Pastora”. El Hijo es el príncipe de los pastores, Ella es la Reina de los pastores. El Hijo es el Maestro, Ella es la Maestra de los pastores. Pues bien, si nosotros somos prolongadores y actual presencia del Buen Pastor hemos de acudir a la Madre y Maestra para que Ella nos enseñe cómo apacentar en el tiempo presente.
Ella, la Madre de la Iglesia, la llena del Espíritu Santo, el “icono viviente del Espíritu” nos acompañe en esta hora a los pastores de la Iglesia así como estuvo al lado de los apóstoles en las primeras dificultades de la Iglesia. Con ellos estuvo en Caná (cfr. Jn 2, 1-11) y allí su intercesión fue escuchada por su Hijo. Con el apóstol Juan estuvo al pie de la cruz y allí nos la entregó el Señor como el más precioso tesoro de su corazón. Unida a los apóstoles vivió, y como primera, anticipándose a ellos, el indecible gozo de la resurrección; con ellos esperó y recibió el Don del Espíritu Santo el día de Pentecostés. Junto a Juan, alentando a la Iglesia en su primera expansión, vivió después de la Ascensión (cfr. Hech 1, 12-14). Ella, la tierna Madre, presente en todo momento en el corazón de la Iglesia, está también guiando a sus hijos como Madre, Maestra y Reina de inagotable misericordia y sabiduría.
El seno bendito de María en donde se formó Jesús, el Verbo Encarnado, por el Espíritu Santo, siga siendo la cuna sacerdotal en donde se formen los actuales pastores. El corazón de María que enseñó a palpitar y a amar al Sagrado Corazón de Jesús, “manso y humilde’, nos enseñe a tener un corazón que arda en amor a Dios y a la Iglesia, amor que se haga visible a través de una entrega renovada a la Evangelización.
Fuente: Seminario Pontificio Mayor de Santiago. Chile