por favor , que acabe la guerra en Gaza...
Es difícil reprimir un escalofrío ante las durísimas imágenes de guerra o revoluciones con las que nos bombardean los diferentes medios de información. El ensañamiento para destruir toda ideología o vestigio de cultura diferente a la dominante no debiera dejar a nadie indiferente, pero es tal el vértigo que produce la fluidez informativa que un acontecimiento social o deportivo puede taparnos la noticia más cruel sin que lleguemos a digerirla.Esta entrada se la debo a María. Ya había cumplido los setenta cuando yo la conocí, trabajaba de maestra porque necesitaba años de cotización a la Seguridad Social para poder jubilarse. Era fuerte y enérgica, las vicisitudes que había vivido no le habían doblegado su carácter, más bien se había afirmado en sus posiciones. En la clase era donde se sentía perdida, confusa y fuera de lugar, no encontraba ni las gafas que llevaba puestas. Tenía el cabello gris, corto y ondulado, el rostro cansado y arrugado y el cuerpo pesado de las señoras que no se han dedicado a ellas mismas, sino que han sido otras las preocupaciones de la vida que les ha tocado vivir. Su mirada tras las gafas de gruesos cristales… ¡hay su mirada! El fuego que María tenía en sus ojos cuando te contaba cómo en la plaza de Bergara los falangistas hicieron una pira con todos los libros y la obligaron a presenciarlo, producía un silencio helador. El sabor a ceniza que se le pegó a la garganta, el calor que le quemaba por dentro y el estruendo de las llamas engullendo libros, le producía tal impotencia que un torrente de lágrimas estaba a punto de fluir por su rostro; pero al ver las patadas que los camisas azules con risas soeces daban a los libros que habían resbalado para salvarse de la quema, se dijo que no debía mostrarles ni un segundo su debilidad y eso fue lo que hizo. Se dedicó a insultar, a gritar, a despreciar; pero solo hacia dentro a la vez que sorbía las lágrimas. A fuerza de tragar sus emociones y su sensibilidad, se convirtió en la mujer dura y fría que yo conocí. Ya antes de la quema de los libros, debido a que dominaba un perfecto francés, había sido la responsable de un barco cargado de niños en dirección a Bélgica para entregarlos a familias de acogida y librarlos de los horrores de la guerra de aquí (1936-1939) Por poco tiempo les había dicho, era lo que ella creía, pero vivía con el dolor de no haber cumplido su promesa de volver a recogerlos. Estaba segura que los niños sentirían que los había traicionado.