Revista Libros
María Zambrano.Obras completas IV. Tomo I. Claros del bosque. De la Aurora. Senderos. Edición dirigida por Jesús Moreno Sanz.Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2018.
En la noche del sentido germina la aurora de la palabra. Y así, cuando las palabras que han germinado durante la noche del sentido aparecen, son ellas mismas la sustanciación posible, en este lugar, de la diosa Aurora, de lo divino que aparece y se cela en la Aurora; la manifestación de la palabra misma, de ella, que no es lenguaje, aunque lo sustente y le dé vida. La palabra que da vida por la luz, escribe María Zambrano en De la Aurora, uno de los tres libros que recoge el tomo primero del volumen cuarto de sus Obras Completas dirigidas por Jesús Moreno Sanz y publicadas por Galaxia Gutenberg.
En este cuarto volumen se reúnen, en palabras del director de la edición, “los seis libros finales que acabó y preparó para su publicación la propia María Zambrano. Serán dos tomos de los que ha aparecido el primero, con tres libros compuestos entre 1977 y 1986: Claros del bosque, De la Aurora y Senderos.
En el segundo se publicarán otros tres libros -Notas de un método, Algunos lugares de la pintura y Los bienaventurados-, escritos entre 1989 y 1990.
Como en el resto de los volúmenes de esta magnífica edición en marcha, cada uno de los libros va precedido de una presentación del responsable de su edición: Mercedes Blesa para Claros del bosque; Moreno Sanz para De la Aurora y Sebastián Fenoy y el propio Moreno Sanz para Senderos.
María Zambrano escribió Claros del bosque, que apareció en 1977, aún en el exilio, y sus páginas contienen textos fundamentales en la estética contemporánea, porque perfilan de manera definitiva la propuesta zambraniana de la razón poética. Este es su primer párrafo:
El claro del bosque es un centro en el que no siempre es posible entrar; desde la linde se le mira y el aparecer de algunas huellas de animales no ayuda a dar ese paso. Es otro reino que un alma habita y guarda. Algún pájaro avisa y llama a ir hasta donde vaya marcando su voz. Y se la obedece; luego no se encuentra nada, nada que no sea un lugar intacto que parece haberse abierto en ese solo instante y que nunca más se dará así. No hay que buscarlo. No hay que buscar. Es la lección inmediata de los claros del bosque: no hay que ir a buscarlos, ni tampoco a buscar nada de ellos. Nada determinado, prefigurado, consabido. Y la analogía del claro con el templo puede desviar la atención.
Claros del bosque es, como señala Mercedes Blesa en su Presentación, una guía espiritual, un camino hacia la revelación de la verdad que se continuaría con su complementario De la Aurora, un libro que María Zambrano compuso a la vuelta de su exilio en 1984, en un proceso que evoca Jesús Moreno Sanz, que colaboró con ella en la ordenación y la forma definitiva de los materiales.
Junto con Claros del bosque, Notas de un método y Los bienaventurados, De la Aurora es -en palabras de Jesús Moreno Sanz- “un poema del pensamiento” que representa “el colofón de la plenitud de la razón poética.”
En este libro, en el que la aurora es metáfora del renacer de la luz tras las tinieblas y un símbolo de la germinación silenciosa de la palabra, se leen párrafos como este:
en la noche del sentido germina la aurora de la palabra. Y así, cuando las palabras que han germinado durante la noche del sentido aparecen, son ellas mismas la sustanciación posible, en este lugar, de la diosa Aurora, de lo divino que aparece y se cela en la Aurora; la manifestación de la palabra misma, de ella, que no es lenguaje, aunque lo sustente y le dé vida. La palabra que da vida por la luz.
Completa el volumen un tercer libro, Senderos, que reúne por voluntad de la propia María Zambrano dos obras anteriores: Los intelectuales en el drama de España y La tumba de Antígona, que es, con Claros del bosque, su obra de más calidad literaria.
Hay en esa obra una honda reflexión sobre el silencio y el lugar de la palabra a través de la figura trágica de Antígona, en la que María Zambrano vio una síntesis de poesía y conocimiento que se ajustaba a su concepción de la razón poética:
La palabra escondida, a solas celada en el silencio, puede surgir sosteniendo sin darlo a entender un largo discurso, un poema y aun un filosófico texto, anónimamente, orientando el sentido, transformando el encadenamiento lógico en cadencia; abriendo espacios de silencios incalmables, reveladores. Ya que lo que de revelador hay en un hablar proviene de esa palabra intacta que no se anuncia, ni se enuncia a sí misma, invisible al modo de cristal a fuerza de nitidez, de inexistencia. Engendradora de musicalidad y de abismos de silencio, la palabra que no es concepto porque es ella la que hace concebir, la fuente del concebir que está más allá propiamente de lo que se llama pensar.
Nadie ha reflexionado más lúcidamente en nuestra cultura sobre las relaciones entre pensamiento y poesía, entre filosofía y creación, entre razón y conocimiento poético que María Zambrano, que transformó la razón vital de su maestro Ortega y Gasset en razón poética.
Desde esa propuesta, sus textos se acercan a la penumbra desde la lucidez de la conciencia y las visiones de lo oculto, desde el centro inaccesible donde se funden la mística y el sueño, la poesía y la filosofía en un doble impulso que convoca lo órfico y lo prometeico a través de una palabra poética mediadora entre el hombre y lo sagrado.
La calidad de su prosa y la sutileza de su pensamiento son algunas de las constantes de una obra y una actividad intelectual que se prolongó durante más de sesenta años de indagación en las conexiones entre filosofía y lenguaje, entre razón y revelación, entre el misterio y el secreto, entre la palabra y la música.
Santos Domínguez