D. Mariano, igual que su predecesor, el Sr. Aznar, habla catalán en la intimidad y a lo que se ve, lo escribe en esos ratos libres que le deja la presidencia del gobierno. En un guiño de torpeza política mayúscula, publica un artículo de opinión en El País, en catalán, destinado a la lectura de una ciudadanía en la que se sanciona a quienes rotulen en castellano, la lengua oficial del Estado, sus establecimientos públicos. El español sufre una persecución sin precedentes en la comunidad gobernada por D. Arturo, bajo el eufemismo “inmersión lingüística”, pareja de términos tan utilizados que no sabemos exactamente cual es su significado. D. Mariano echa las redes en un caladero de votos peligroso; peligroso para él quiero decir, y ejerce el buenismo acomplejado de un centro derecha que deja por miedo, de ser fiel a sus principios. Fue Hernández Mancha quien lo dijo en su día, con gran acierto, al dirigirse a Felipe González: Si va usted a hacer una política de derechas, déjenosla a nosotros. No es este el caso, en el que el Sr. Rajoy teme más las reacciones de la oposición que el evidente malestar que genera entre sus simpatizantes por el ansia de parecer “guay” a los ojos de una oposición que espera la ocasión de tirarse a su yugular.