El "Fenómeno Rajoy", el de un político que gana elecciones y gobierna a pesar de estar desprestigiado, ser sospechoso de corrupción y presidir un partido condenado y con cientos de compañeros de filas encarcelados por corruptos o a punto de serlo, es insólito, sorprendente y digno de ser estudiado en todas las universidades y escuelas especializadas del mundo. ---
Rajoy está a punto de convertirse en el primer presidente de gobierno español que se siente ante un tribunal de Justicia durante su mandato. No va a comparecer como investigado, sino como testigo, pero la vergüenza está servida y en democracia esa comparecencia ante los jueces es especialmente grave.
Sin embargo, Rajoy ha conseguido convencer a los españoles de que, aunque él no sea nada atractivo ni ejemplar como político, los demás son peores. Es la comprobación de la vieja sentencia de que "En el país de los ciegos, el tuerto es rey".
Los españoles le votan con la nariz tapada para poder soportar el hedor que desprende su partido, pero lo hacen porque están convencidos de que los otros partidos que se presentan, sobre todo el fuerte partido socialista, huelen más y peor.
Rajoy ha soportado todas las miserias y desgracias imaginables en política: dimisiones forzadas de ministros, altos cargos de su partido encarcelados, una lista inmensa de compañeros de filas imputados, muchos de los suyos investigados y miles de "compañeros" sospechosos e incapaces de justificar sus abultados patrimonios, obtenidos mientras ejercían como políticos.
En España, la Justicia está interferida por los políticos, como lo están también otras muchas cosas que en democracia deben ser libres, entre ellas la prensa, la sociedad civil y muchas instituciones y empresas, manejadas desde el poder, directa o indirectamente. En España los partidos políticos se reparten el nombramiento de jueces y magistrados en los altos tribunales y en los órganos de dirección de la Justicia, mientras que los jueces y abogados se agrupan en asociaciones judiciales que en su mayoría y por desgracia reproducen las ideologías, filias, fobias y lealtades de los partidos políticos, una estructura ajena por completo a las normas de la democracia, que exige una Justicia independiente y libre de interferencias partidistas.
Al margen de la politización y deterioro de la Justicia española, los partidos políticos y sus miembros directivos han sobrepasado en España casi todas las líneas rojas de la decencia y el decoro. Han convivido y tal vez hasta participado y amparado la corrupción; han antepuesto, una y otra vez, sus propios intereses al bien común; hay cientos de casos de corrupción, sobre todo comisiones cobradas, robos y otras actuaciones mafiosas, comprobadas y condenadas; hay miles de políticos que no son capaces de justificar sus abultados patrimonios; hay miles de empresarios que declaran que han sido extorsionados por políticos gobernantes; han existido miles de casos de contratos amañados, subvenciones públicas vendidas, intermediarios y recaudadores de partidos actuando y contrataciones arbitrarias, además de un largo rosario de errores y delitos que ni siquiera están tipificados porque en España muchas leyes se redactan y aprueban para que beneficien a los políticos, a sus amigos y a los poderosos.
Hay que ser conscientes de que cuando la democracia está prostituida y los partidos juegan a politizar y controlar la Justicia, se fabrica siempre una justicia arbitraria y partidista, ajena a la democracia. Es lo que ha ocurrido en España.
No tengo conocimientos jurídicos suficientes para opinar en profundidad y discernir si a Rajoy le habría ido mejor o peor en el caso de que la Justicia española fuera libre y democrática, pero sí puedo decir que tal vez Rajoy esté probando su propia medicina y pagando las consecuencias de haber contribuido, junto con el PSOE y los nacionalismos, a que la Justicia esté infectada de partidismo.
En España las cosas lleva años funcionando así: si te toca un juez del partido contrario, estás jodido, pero si te toca uno de los tuyos estás salvado. Son las reglas que han creado estos políticos de quinta división. Toda una vergüenza con la que habría que terminar, pero son los partidos los que lo impiden.
Francisco Rubiales