La Iglesia Católica recluta exorcistas porque cree que el diablo está avanzando. Tal vez tenga razón, pero algunos creemos que mejor sería que volcara toda su influencia celestial y terrena para erradicar la injusticia que emana del Estado y ayudarnos a reclutar jueces justos e independientes capaces de perseguir y castigar a la caterva de delincuentes atrincherados en el poder político y financiero español, donde se cometen delitos contra los débiles de una crueldad sobrecogedora. El último aireado por la prensa es el de un niño al que un banco cambió sin permiso sus ahorros infantiles por deuda subordinada de alto riesgo, con lo que ha perdido casi todo su dinero.
En la puerta de la parroquia de La Magdalena, en Sevilla, dos feligreses comentaban el nombramiento de exorcistas en Madrid y el presunto pseudo-exorcismo practicado por el papa Francisco al mexicano enfermo. Uno de ellos dijo con tono solemne: "el que necesita un exorcismo es Rajoy porque no se puede mentir tanto, traicionar a los suyos y suicidarse como él lo está haciendo sin estar poseído por el diablo".
Me cuesta creer en los demonios ambulantes y en los diablos okupas, pero la explicación del feligrés sevillano me parece cargada de razón, ya que el comportamiento del presidente del gobierno español carece de lógica alguna. Miente como un poseso y no cumple lo que prometió porque no quiere. Su excusa de que los impuestos son necesarios para atajar la crisis es falsa. Sólo son necesarios para que los políticos cobren sobresueldos y para que el Estado se mantenga gordo, injusto y plagado de parásitos innecesarios con carné de partido. Cierra empresas, aumenta el desempleo, paraliza el consumo, desmoraliza al país, desconcierta a sus votantes y genera mas pobreza, miedo y desesperación que un tornado. Su alianza con lo injusto y el sufrimiento ajeno es de tal envergadura que solo una colaboración con el mismísimo diablo podría explicarla.
Rajoy se dirige raudo, con todo su partido a cuestas, hacia una memorable derrota electoral. El pueblo le espera agazapado y vengativo a pie de urna para hacerle morder el polvo. Es un comportamiento tan inexplicable y absurdo que tal vez la única respuesta creíble es que está endemoniado.