Aquello de que la mujer del césar no solo ha de ser honrada sino parecerlo cobra en la sociedad actual una nueva dimensión. Los tiquismiquis de piel fina que se ofenden por todo y cuya máxima expresión de liberación es entrar con una pulserita arcoíris en una iglesia o no depilarse la sobaquera persiguen un estándar de buen rollito y corrección política tan descomunal que caen presas de su propia exageración. Y de paso, la prensa, ávida devoradora de cualquier personalidad que se le ponga por delante, olvida de forma deliberada la necesaria investigación y el mínimo contraste de los hechos para poner negro sobre blanco un titular con gancho. Que se ajuste a la realidad es del todo secundario.
La caza de brujas va disparada. Se lleva incluso a muchos de sus promotores por delante, ignorantes, por promoverla y demostrar que andan justos de conocimiento, que no dan una talla imposible de dar, por otra parte. El propio Pérez-Reverte, blasfemo pertinaz contra la idiocia reinante, se lamentaba de haberse censurado un “mariconadas”, descargando su culpa en un posterior artículo del mismo nombre.
Aquellas beatas que se escandalizaban cuando en el cine del barrio una parejita de novios se metía mano y llamaban al acomodador, aquellos meapilas que censuraban un beso, unos muslos o un escote prominente son los que hoy censuran un calendario benéfico de bomberos porque llevan poca ropa, los que señalan a propios y a extraños por tildar de “maricón” a un compañero de Consejo de Ministros, cuando aun no lo era. Es más probable que la ministra caiga por un irreflexivo apelativo en un entorno distendido y algún que otro comentario, de los que se clasifican hoy puritanamente como “desafortunados” que por el meollo de la cuestión: mentir en el ejercicio de su cargo. Este es el signo de los tiempos.
La explosión de Libertad de la Transición se derrumba sin más. Tan importante es la apariencia que todos los diputados han de ser doctores, como si el mero hecho de tener un título en una determinada especialidad les habilitara para algo más que exponer sus conocimientos en ese particular campo. Se saben – más bien se intuyen – tan bajos que solo mediante la retórica pueden esconder su infinidad de carencias. La mujer del césar, además de parecerlo debía serlo. No se olvide nadie del inicio del enunciado.
Estamos perdiendo el fondo y acabaremos manejando solamente formas vacías. Acabaremos siendo personas que no son más que cáscara, sin corazón ni atisbo de inteligencia. Eso sí, guapísimos y educadísimos. Políticamente correctísimos. Con un currículo majestuoso. Pero que no saben lo que es echar un buen polvo. Abrazar a un amigo, mientras le llaman mariconazo o cabronazo. O hijo de la gran puta, ¿cómo has estado? Seres que no saben vivir al margen del qué dirán. Acomplejados porque ellos no han pasado una guerra.
Disculpen si lo envío todo a la mierda, pero es que a veces pierdo las formas, porque me concentro en el fondo. Espero que no se me escape el meollo entre tanta mariconada.
Publicada en DesdeElExilio.com