Revista Cine
Quien lea cualquier resumen biográfico del austriaco hollywoodizado Erich von Stroheim (1885-1957) -sea el contenido en el The New Biographical Dictionary of Film, de David Thomson; o el que aparece en uno de los tomos del tan plagiado World Films Directors, editado por John Wakeman- queda con la tentación de asegurar que su vida es más interesante que todo el cine que hizo. Por supuesto, quien diga esto no ha visto las películas que dirigió von Stroheim en su corta y accidentada carrera como cineasta, de 1919 a 1929, de Maridos Ciegos (Blind Husbands, EU, 1919) a Queen Kelly (1929). En todo caso, podemos decir que von Stroheim tuvo una vida casi tan intensa como su cine y que su primera obra mayor de invención fue él mismo. Nacido en Vienna, llegó a Estados Unidos a inicios del siglo XX -en 1906 o 1909- y, aparentemente, desde que pisó Ellis Island, se dijo descendiente de la realeza austro-húngara. Su nombre era Erich Oswald Stroheim, pero al tramitar sus papeles borró el Oswald y agregó el "von", con el que sería reconocido y nombrado por el resto de su vida. Una década después, cuando se estrenó Maridos Ciegos, Universal informaba a la prensa que el cineasta debutante era hijo de un barón alemán, una condensa austriaca, se había graduado de una prestigiosa escuela militar y era un veterano de guerra que había participado en la anexión de Bosnia Herzegovina. Nada de esto era cierto: Stroheim -von Stroheim, pues- había nacido en una familia judía clasemediera, no tenía ninguna experiencia heroica -a no ser el haber realizado el servicio militar obligatorio- y, de hecho, algunos afirman que su viaje hacia América se debió a que salió huyendo de sus responsabilidades en la milicia. En todo caso, como aquel barbado judío convertido en aristocrático cineasta en esa obra maestra olvidada llamada Ragtime (Forman, 1981), von Stroheim sustituía su falta de auténtica "sangre azul" con un descaro, una arrogancia y una seguridad irrebatibles. Así, después de un malogrado braguetazo con una socialité californiana que terminó en divorcio, von Stroheim se conectó con el cine cuando conoció a Griffith en la filmación de El Nacimiento de una Nación (1914). A partir de ese momento, el austriaco apareció en varios filmes de Griffith como extra y actor secundario, y poco después empezó a trabajar para la Mutual como asistente de director, productor y consejero técnico en varios filmes. El involucramiento de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial significó para von Stroheim una oportunidad de oro: no solo se convirtió en el perfecto villano alemán en varias películas bélicas ("El hombre que usted amará odiar") sino que, además, fungió como consejero militar en otros filmes, con el viejo choro de que era veterano de guerra.Finalmente, en 1919, cuando von Stroheim era una celebridad reconocida por el gran público -no faltó la doña que lo escupía en la calle por lo malo que era en las películas-, el austriaco logró convencer a Carl Laemmle, la cabeza de Universal Pictures, para que lo dejara dirigir la que sería su primera cinta, "The Pinnacle", sobre un argumento escrito por él mismo. En esta notable opera prima están contenidas muchas de las características del cine de von Stroheim -su gusto por los escenarios abiertos, la sensualidad de su puesta en imágenes, su inclinación romántica, la complejidad de algunas tomas- y, también, todos los problemas prácticos que enfrentaría el cineasta el resto de su carrera. Así pues, el presupuesto, originalmente planteado en 25 mil dólares terminó siendo de 112 mil, y cuando Universal decidió cambiar el título original "The Pinnacle" por "Blind Husbands", von Stroheim salió a la prensa a hablar pestes de los estudios, los ejecutivos y de Hollywood, que era incapaz de ver su genio. Como la película fue, de todas formas, un éxito rotundo tanto de crítica como de taquilla, Universal dejó que von Stroheim hiciera su berrinche. Después, el hombre del monóculo ya no tendría tanta suerte. Esposos Ciegos es un melodrama burgués moralizante con triángulo amoroso y ejemplar castigo incluidos. Estamos en la frontera austro-italiana, en el idílico pueblito montañés de Cortina. A ese lugar llegan a vacacionar la pareja formada por el doctor americano Robert Armstrong (Sam de Grasse) y su juvenil y bella esposa Margaret (Francelia Billington), al mismo hotel al que llega el teniente de la caballería austriaca Erich von Steuben (von Stroheim, claro) que, según nos dice el intertítulo respectivo, vive para disfrutar de "los vinos, LAS MUJERES y la música" -las mayúsculas vienen en la película, que conste.De inmediato, von Stroheim -digo, von Steuben- se da cuenta que el doctorcito de marras descuida a su preciosa mujer -se lleva leyendo su periódico, no la pela nunca, la deja colgada cuando surge una emergencia médica- así que el calvo militar ve la oportunidad calva y decide hacer todo lo posible por conquistar a ese pobre "Corazón Olvidado" -el título con el que se estrenó en España- ante la mirada acusadora y silenciosa de Sepp (Gibson Gowland), el perruno guía montañés amigo de Armstrong.Para entonces, von Stroheim ya tenía perfeccionado su papel de malvado y decadente militar europeo, siempre dispuesto a mancillar la virginidad, inocencia o ingenuidad de sus víctimas americanas. Su von Steuben es todo un espectáculo: lascivo, cínico, egocéntrico y, como todo buen villano despreciable que se respete, abiertamente cobarde cuando se vea acorralado por la superioridad moral y física de su rival.Como cineasta, el debutante von Stroheim mostró que su aprendizaje al lado de Griffith -de mirón, de extra, de actor- más sus variopintas labores en la Mutual le habían enseñado no solamente las herramientas básicas para una muy funcional y dinámica puesta en imágenes, sino que fue capaz de crear algunas tomas extraordinarias, como ese juego de primeros planos en el que von Steuben conoce a los Armstrong; la escena en la que atormentada esposa ve reflejado en el espejo de su cuarto a su esposo dormido, imagen que es sustituida por el rostro del tentador -en más de un sentido- von Steuben; o ese sonriente rostro descarado de maléfico von Steuben al que le sigue un fálico dedo acusador que quien sabe cómo burló a la censura de su época. Y, por supuesto, ya que se salió con la suya con estos descarados juegos sexuales/sensuales, von Stroheim iría por más en Esposas Frívolas (1922). Pero esa es ya otra historia. Y otra película.