Marina Vilalta, una campesina de un pueblo gerundense de 40 habitantes, protagoniza un libro que homenajea un mundo que muere: el de los pequeños ganaderos. Desde que era niña, la única de doce hermanos que disfrutaba ayudando a su padre con el ganado, antes de la Guerra Civil, hasta hoy, con 96 años, esta mujer ha conducido su rebaño por las praderas de este rincón del Pirineo de Girona. Y, cuando ella muera, puede que no quede nadie allí que siga saliendo a pastorear con sus animales.
En 2022, Marina recibió la Creu de Sant Jordi de la Generalitat. Fue su reconocimiento al que siguieron exposiciones en su pueblo, Bruguera, visitas institucionales y un libro que hoy se cuenta entre los más vendidos en la sección de no ficción en catalán “Una vida a les muntanyes (Ara Llibres)”, del periodista de TV3, Abraham Orriols.“Escribirás un libro de miserias porque esta es una vida de miserias. ¿No ves que aquí siempre hemos sido pobres? A todos lados con las ovejas, que ya no dan nada. Y ya está”. Con esas palabras recibió la pastora Vilalta la propuesta de Orriols de narrar su vida, y con ellas se resume su particular relación con este oficio en declive que ejerce desde hace 70 años. Resalta la dureza y la soledad que acarrea. Pero a la vez reconoce que es su pasión y que no sabría estar lejos de los 40 animales que hoy gestiona.
Marina explica las partes más crudas y sacrificadas de ser pastora. “Además, la montaña no es para ella un lugar bucólico en el que te despiertan los pajaritos. Hace frío, no hay servicios y se está despoblando”, expresa el periodista. Su libro es un homenaje a la pastora más vieja de Catalunya pero también a un modelo de ganadería que está en serio retroceso porque no da dinero. “Son pocos los que reman contracorriente, porque actualmente necesitas muchas cabezas de ganado para que te salgan las cuentas”, dice Orriols. Solo en la provincia de Girona, el número de ovejas ha caído en 20 años de 700.000 a menos de 300.000, al tiempo que proliferan las macrogranjas de cerdos y de vacas.
A su edad, y a pesar de sus achaques, Vilalta sigue saliendo cada día con las ovejas. Y su presencia entre las colinas del Valle de Ribes resulta inconfundible debido a su gorro peruano de colores, que siempre la protege del frío, pero también es legendario su conocimiento de las canciones populares catalanas. Ese fue el otro motivo por el que le dieron la Creu de Sant Jordi. Sin saber leer ni escribir, su pasión por la canción la ha convertido en depositaria de un repertorio que suele usar para comentar cualquier aspecto de la vida, desde una ruptura amorosa hasta una defunción.
“Todo te lo cuenta sin darse importancia. No es una mujer de discursos, sino que ejerce lo que otros proclaman”, dice Orriols. Durante décadas fue una de las pocas mujeres que se hacía cargo del rebaño en vez de cuidar solo de la familia y el corral. Pero nunca lo vio extraño. Creció marcada por el hambre y el miedo de la guerra y la posguerra. Fue la más asilvestrada de sus hermanas, siempre corriendo por el bosque y junto a las ovejas de su padre, sabiendo muy pronto que quería heredar el oficio. Se casó con un joven de la zona, Sebastià, que fue albañil y luego cartero, y que en más de una ocasión la animó a vender el rebaño para buscar una vida más acomodada. Pero ella nunca quiso; tampoco ahora, cuando quienes le hacen esta recomendación son sus hijos. O el médico de cabecera.