Foto: La Taberna del Puerto. Panteón de Marinos Ilustres.
Para no perder la costumbre que ya inaguráramos con la Felicísima, Córdova encontraría, a lo largo de la campaña de mil setecientos ochenta y uno y a todo lo largo del Canal de la Mancha, violentos temporales que azotaron con saña la escuadra sin experimentar, sin embargo, males de consideración. Todo ello gracias al genial general Córdova que dispondría las mejores disposiciones de cara a arrostrar con éxito tanto la debacle que pudiera provenir de la Naturaleza cómo desde costas británicas. Le secundaría en las misma el mayor general y segundo en la línea de mando José de Mazarredo. Serían tiempos de una Armada dotada con el mejor efectivo humano que conocido hubiera la historia naval española. Dice mucho de éste hecho el que Córdova pudiera acariciar un nuevo éxito pudiendo llevar a Brest otro convoy de veinticuatro buques británicos cómo brillante colofón a la campaña que había enfrentado a la decadente España con la surgiente Inglaterra.Buen marino, buenas dotaciones.
Dice mucho del tandém de marinos a los que nos referimos el hecho de que, secundados con eficacia por su ayudante de la mayoría, Escaño, se lograran unas dotaciones plenamente entrenadas y eficaces. Fruto siempre de los desvelos por obtener el mejor de los rendimientos para sentar las bases de lo que sería las Reales Ordenanzas de la Armada que servirían para entrenar, dotar, manejar y explotar de la mejor de las maneras y a partir de aquellos momentos a la Marina de Guerra de nuestro país. la campaña del ochenta y uno, que tan buenos objetivos tuvo sobre la presa británica puso a prueba tanto los modernos buques de la Armada, que casi siempre tenían su astillero en La Habana, cómo de los sistemas instrumentales con los que poco a poco se iba dotando a la flota. Ello, complementado con la nueva línea de artillería, basada en fundición de mejor calidad, los sistemas de disparo, aboliendo definitivamente el botafuego y el entrenamiento eficaz de las dotaciones predisponía a tener una Armada temible por cualquier país contemporáneo.
De Córdova regresaría a España en mil ochocientos noventa y dos. Ya viejo, tuvo aún el valor, coraje y fuerza para mandar la fuerzas navales combinadas hispano-francesas reunidas en la bahía de Algeciras para proceder al bloqueo naval de Gibraltar y gestionar de manera efectiva su rendición y toma. Sin miedo ni consideración por su propia persona, tomaría parte en los más sangrientos y arriesgados ataques a la plaza. Siempre estuvo en vanguardia en el ataque y se destacó por su capacidad bajo el mando de Antonio Barceló al enviar éste la flota al ataque de corta distancia. Una vez cesada la acción de barceló se emplearía en el rescate de los desdichados que sucumbirian en las lanchas flotantes ideadas por d´Arçon y que no eran otra cosa que baterías flotantes lentas y forradas de hierro que se convertirían en improvisados hornos a ser atacados por las balas rojas incendiarias de los defensores. Se emplearían bajo el mando de Ventura Moreno y sería de Córdova el encargado de salvar las dotaciones.
Últimas acciones.
En los incendios y explosiones de aquellas inútiles embarcaciones, pesadas, lentas y que eran en teoría insumergibles e incombustibles, que basaban su experanza en una circulación interna de agua a modo de radiador que debían de evitar el calentamiento de las planchas en caso de incendio, hubo trescientos treinta y ocho muertos, seiscientos treinta y ocho heridos, ochenta ahogados y trescientos treinta y cinco prisioneros. Un balance nefasto que sin embargo fue superado por las bajas británicas provocadas por las lanchas cañoneras inventadas por Bárcelo, ganando estas en efectividad lo que las otras, las inventadas por el francés, habían perdido por inoperancia. En aquel ataque hispano-francés, la Roca era defendida por el fobernador Elliot. Los barcos de la Armada permanecían largas jornadas en la mar refugiándose en Algeciras sólo con tiempos duro, lo cual aprovechaban para hacer aguada y aprovisionamiento de víveres y munición.
La situación en Gibraltar a punto estuvo de estar ventilada para los españoles, pero los británicos enviaron un convoy de unos treinta navíos al mando del almirante Richar Howe. El británico penetraría en el mediterráneo corriendo un temporal de variante sudoeste y Córdova no pudo evitar que entrara en la Plaza con los pertrechos sin los cuales Gibraltar habría capitulado. En su descargo hay que decir que el viento no le era en absoluto favorable, viéndose de repente en mitad de un temporal que pudo aprovechar el inglés pero que de modo alguno pudieron aprovechar en la combinada. Al salir de Gibraltar no obstante, si que pudo arrostrar el marino inglés entablando el veinte de octubre de mil setecientos ochenta y dos la batalla del Cabo Espartel donde sólo entablando la huida, pudieron los treinta y cuatro buques ingleses, mucho más ligeros que los cuarenta y seis españoles escapar con bien. Cómo apunte, el insignia de Córdova, el Santísima Trinidad tan sólo pudo hacer una descarga completa de todas sus baterías.
El descanso del Guerrero.
El treinta de enero de mis setecientos ochenta y tres, España y Gran Bretaña firmaban la paz, siéndole restituida a la Corona hispánica la isla de Menorca y la Florida. Luis de Córdova vió sus desvelos recompensando siendo nombrado Director General de la Armada con fecha de siete de febrero de mil setecientos ochenta y trés. Poco tiempo después sería ascendido por méritos de guerra a Capitán General de la Armada. El ilustre marino, defensor de España, terror de Inglaterra y ejemplo de marinos arrió su insignia del Navío de Línea Santísima Trinidad el uno de mayo de mil setecientos ochenta y cuatro, sabiendo que nunca la volvería a arbolar. El dos de julio de mil setecientos ochenta y seis pondría la primera piedra del Panteón de Marinos Ilustres de la Isla de León (San Fernando), donde fallecería el veintinueve de julio de mil setecientos noventa y seis a la edad de noventa años, siendo sepultado en la iglesia de San Francisco desde donde se trasladarían sus restos al panteón de Marinos en mil ochocientos setenta, tras una orden de mil ochocientos cincuenta y uno.
Bibliografía:
- González de Canales, Fernando. ^Catalogo de Pinturas del Museo Naval. Tomo II. Ministerio de Defensa. Madrid, 2000. Pp. 178-179.
- Martínez-Valverde y Martínez, Carlos. Enciclopedia General del Mar. Garriga, 1957.