Revista Libros
Mario Martín Gijón.Restitución.Pretextos. Valencia, 2023.
Hay algo atávico y primigenio en una ciudad surgida de las aguas. Recuerdo un despertar de madrugada en la plaza de San Marcos. Sólo había bebido media botella de vodka, pero quién sabe qué espíritus tóxicos se mezclaron en aquel brebaje, el más asequible de la sección de licores del Euro-Spin. El espacio estaba tan turbio como las aguas, las dos columnas menos firmes que de costumbre. Sus cuatrocientas ventanas, armónicas olas congeladas, se mecían suavemente.
Así evoca el escultor checo Miroslav desde el tren de vuelta un amanecer en Venecia, a la que había huido desde Praga: “Lo que busqué, quizás, al marchar a esa ciudad perenne, para ser capaz finalmente del gran rifiuto: vivir sin memoria de todos mis fracasos, empezar de nuevo al final de mi vida, hallar una luz.”
Ese personaje es el protagonista narrador de ‘La isla de los cipreses’, el primero de los capítulos con los que Mario Martín Gijón construye su magnífica novela Restitución, que publica Pre-Textos en su colección de narrativa contemporánea.
Organizada en tres partes (“Huida”, “Búsqueda”, “Hallazgo”) separadas por dos breves interludios, Restitución va más allá de las fronteras narrativas del género novelístico para adentrarse, a través de unos personajes construidos desde dentro y dotados de hondura y de verdad, en una profunda indagación sobre la fragilidad de la condición humana y en una densa reflexión sobre la cultura contemporánea (de la filosofía a la literatura, de la poesía a la política) y sobre los límites intelectuales y existenciales del individuo.
Esa primera parte es a la vez consecuencia y desarrollo de la novela corta Inconvenientes del turismo en Praga (2012), narrada en parte por el mismo personaje (“Llamadme Miroslav”), que se cerraba en el momento en que mataba al joven español Fernando. Cumplida su condena en la prisión de Pankrac, decide ir a Venecia, donde lleva una vida de vagabundo mendicante que evoca con memoria alucinada en el tren de regreso a Praga:
Y qué mejor que hacer memoria, de por qué llegué y por qué me fui de la única ciudad que, en cuanto a belleza y sensualidad, puede rivalizar con Praga.
Viví en ese laberinto de calles y canales, sin saber si era yo Teseo o el Minotauro, perseguidor o perseguido, apuesto joven cuando el deseo me rejuvenecía, o monstruo necio que se escarnece en carne propia, que se lacera pues no hay más cera que la que arde, carne hacia su verdugo sin apenas defenderme, pues quien a hierro mata a hierro muere. Y ese error que me llegó al horror me obligaba a recordar una y otra vez a aquel joven español al que abatí como si fuera yo un san Jorge y él, dragón que amenazara a una doncella.
Otro escultor, el polaco Zbigniew, protagoniza la intensa secuencia (‘La imitación de Zbigniew’) que completa la primera parte de la obra con una exposición desde fuera, en tercera persona, de su desgarro interior, de su comportamiento agónico entre el ascetismo del Kempis y la lucha contra la tentación, entre el pasado bohemio en París y la renuncia a su mujer en Borek. Es otra forma de huida: la estremecedora huida de sí mismo.
Tras esa primera parte, entre sueños y alucinaciones alcohólicas, un primer interludio, la perturbadora “Parábola europea”, con sus guillotinadas cabezas parlantes, abre paso a una segunda parte -“Búsqueda”- ambientada en Stuttgart y en Marbach, un pueblecito a orillas del Neckar, adonde llega la española Sofía Giménez con una beca de formación para investigar en los fondos del Archivos de Literatura Alemana sobre El fermento, un manuscrito de Giménez Caballero desaparecido en los años treinta.
Allí conoce a Jeremías, archivero obsesionado con “el pálido Celan y el negro Heidegger”:
Heidegger y Celan, Celan y Heidegger. Una atracción fatal, yo sé bien lo que es eso. Una conversación inacabada, e inacabable. Yo también consulto, ausculto y escucho las voces que custodio en este archivo y, por encima de todas ellas, las de estos dos muertos, más vivos que los que creemos vivir en esta edad decadente.
El segundo interludio, “Testamento chileno”, recoge la cabeza de un anciano inmovilizado en silla de ruedas como consecuencia de las protestas de 2019 contra Sebastián Piñera, que evoca el golpe de Pinochet en 1973, un episodio chileno de Miroslav que también estaba narrado y asociado a la primavera de Praga y al fracaso al fracaso de la vía socialista de Dubček en Inconvenientes del turismo en Praga.
Málaga, Carratraca, París y Berlín son las referencias espaciales de la tercera parte, “Hallazgo”, que se abre con un primer capítulo -‘Obcecada luz’- en el que los dos filólogos, Sofía y Jeremías, se convierten en narradores alternantes de los hechos que preparan un desenlace inesperado y violento.
Zbigniew, el Tratado de la Encarnación de Juan Casiano y su vivencia religiosa al límite entre la mano de Dios y la mano del diablo, entre el maltrato y el arrepentimiento,es el centro de la segunda secuencia, ‘La llamada’, de esta parte final que cierra Magdalena, o el consuelo, en la que se evoca memorablemente la relación conflictiva y la ruptura entre Heidegger y Celan, que conversan en el Volkswagen escarabajo del profesor Neumann, quien deja espléndidas reflexiones sobre el poeta y el filósofo junto con lecciones de botánica a su cuidadora Magdalena, la mujer repudiada por Zbigniew, que evoca su último día en Berlín con el anciano Neumann, que le dedica sus últimas palabras:
-María… Magdalena… Consuelo de mi vida -dijo antes de quedarse dormido.
Como en su brillante La pasión de Rafael Alconétar, abundan en Restitución rasgos característicos del estilo de Martín Gijón: las digresiones y los meandros reflexivos, los guiños literarios y juegos de palabras como el calambur y la paronomasia, que no son gratuitos fuegos de artificio, sino un método para explorar los matices de la realidad y sus insospechadas conexiones.
Restitución es literatura exigente en su forma, en la densidad intelectual de su base y en el ambicioso desarrollo de un entramado narrativo que une a unos personajes con otros en el mosaico de una sólida construcción novelística que es literatura en estado puro.
Santos Domínguez