Revista Cultura y Ocio

Mario y Sila, la primera guerra civil romana

Por Joaquintoledo

Mario y Sila, la primera guerra civil romana

Primer acto: Mario y Sila unidos contra Yugurta

Estamos a fines del siglo II a.n.e., en últimas décadas de la República Romana y el escenario es África, donde Yugurta, nieto de Masinisa, disputaba el trono a dos de sus primos luego de que el rey Micipsa muriese, llegando a asesinar a los hijos de éste y se dice que también a muchos de sus parientes y cercanos, inclusive a algunos los crucificó, accediendo sin legitimidad al reino de Numidia, país aliado de Roma. Yugurta fue llamado a rendir cuentas ante el Senado y se comportó de un modo soberbio, inclusive mandó a asesinar a un tercer nieto de Masinisa e hijo de Micipsa, llamado Adherbal, quien entonces se hallaba en la misma Ciudad Eterna. El Senado lo pensó bien,  África era un continente vasto e inhóspito y sin ningún aliado pues todos simpatizaban con el déspota, pero nada pudo evitarse para que se diera inicio la guerra contra Yugurta, muy a pesar de todas las contras. El primer cónsul enviado fue Metelo y a pesar de ocasionar varias pérdidas a los enemigos no pudo ganar la guerra. Entonces fue reemplazado por un nombre encargado de hacer historia: Cayo Mario, quien se percató que no era fácil vencer a Yugurta. Por ello, junto a su jefe de caballería, el patricio Lucio Cornelio Sila, se ideó un plan para atraer al suegro de Yugurta, llamado Bocco, rey de Mauritania, país ubicado en el actual Marruecos. Las promesas valieron una traición de éste último hacia su yerno. Se dice que confiado por el llamado de su suegro, Yugurta marchó a negociar con Sila siendo escoltado por algunos de sus soldados. Sin perder tiempo las legiones le aprisionaron matando a todos sus acompañantes. Tanto él como sus dos hijos caminaron ante el carro dorado de Mario en la Ciudad Eterna. Después fue arrojado a un calabozo bajo el Capitolio y murió seis días más tarde a causa de hambre, sed y frío. Corría el año 105 a.n.e.
Mario en las Guerras Cimbrias
Por el norte las fronteras de Roma estaban seguras desde que se había sometido a gran parte de los celtas, al menos los que amenazaban las zonas más cercanas a Italia. Sin embargo, había gente más indómita al noreste de la península y del otro lado del Rin, que al final nunca llegaron a ser conquistadas por los romanos. Estamos hablando de seres altos, corpulentos, rubios y de ojos azules: los germánicos. El primer pueblo al que enfrentaron los romanos y a los que se les debe el nombre del conflicto, fueron los cimbrios. Venían desde Jutlandia, y debido al mal clima tuvieron que inmigrar, y decidieron marchar hacia el sur. Era el año 113 a.n.e. cuando Roma debió enfrentar esta amenaza por primera vez. Estaba claro que para estos bárbaros tampoco era desconocida la opulencia de la Ciudad Eterna y por ende quisieron marchar hacia allí con la mejor intención de quedarse. Para frenar esta amenaza, los romanos mandaron a un cónsul, Cneo Papirio Carbón , con sus respectivas legiones a detenerles el paso pero fueron derrotados en la batalla de Noreya en la actual Austria y en los Alpes. Así, los cimbrios y algunos aliados germanos que hicieron en el camino, marcharon juntos hacia la actual Suiza y no penetraron más allá de la Galia transalpina. Pero lo peor aún no había llegado pues en octubre del 105 a.n.e., otra vez la alianza cimbria-teutona; así como más aliados germanos que se les unieron, propinan una terrible derrota a las legiones, y para entender tal magnitud, debemos considerar las bajas según las fuentes: 80 mil legionarios y 40 mil más si se tienen en cuenta las tropas auxiliares. La batalla de Aurasio (6 de octubre del 105 a.n.e.) se llevó a cabo en la actual Orange al sur de Francia. Mientras tanto Mario regresaba de su triunfo contra Yugurta, y al ser elegido cónsul varios años, se creyó que era el indicado para resolver este asunto tan grave. Mario era un hombre de armas tomar, y se dedicó a reorganizar a las legiones mientras los cimbrios eran expulsados de la península ibérica por algunas tribus nativas. En la Galia los germánicos, mientras tanto, también hacían de las suyas. Así llegamos hasta el año 102 a.n.e., cuando los bárbaros decidieron que había llegado el momento de marchar sobre Italia. Así ambos ejércitos se encuentran cerca del río Ródano, donde luego de tres días de enfrentamientos previos los invasores deciden enfrentar a los romanos en campo abierto. La batalla de Aquae Sextiae estalló en el 102 a.n.e., en dicha localidad, hoy en día Aix-en-Provence. Según las fuentes se enfrentaron unos 40 mil legionarios contra más de 100 mil bárbaros, si bien algunos la hacen llegar hasta la espectacular cifra de 140 mil combatientes. Luego de que sus soldados se acostumbren a la vista de los bárbaros, es decir simples humanos, Mario decidió que había llegado el momento de atacar y aprovechando que enfrentó primero a un grupo de enemigos que se habían adelantado a sus demás compañeros, sencillamente los exterminó, y luego siguió el campamento de los invasores. Según los cronistas romanos, hasta las mujeres pelearon y antes de verse prisioneras mataron a sus hijos y luego siguieron ellas. La mayoría de víctimas habían sido los teutones, y ahora restaban los cimbrios, aquellos que habían iniciado la guerra. Estos últimos habían marchado hacia Baviera, después dieron un giro y llegaron a los Alpes austríacos para luego descender a la llanura del Po, según se cuenta utilizando sus escudos a modo de trineos. Descendieron con el fin de esperar a los aliados teutones, que jamás llegarían, y por cierto cuyo rey, Teutobod ya estaba camino a Roma como prisionero. Mario llegó entonces victorioso a hacerles frente y se dice que los cimbrios al reclamar tierras para ellos, el cónsul les respondió: “ya se las hemos dado a los teutones y las conservarán eternamente”.
Era el 101 a.n.e., cuando la batalla final tuvo lugar cerca de Vercelli, en la denominada batalla de Vercelae o Vercelli. Así, aplicando otra vez mejores tácticas, las legiones se desenvolvieron muy bien, y no desistieron ni un minuto. Los bárbaros, si bien valientes y buenos combatientes, no igualaron en capacidad táctica a los romanos y fueron vencidos.

Los itálicos decidieron continuar hasta el campamento de los bárbaros, donde uno y otro bando hicieron lo mismo otra vez. Los cimbrios sólo tuvieron que resistir hasta el fin y matar a sus hijos cuando todo estaba perdido. Finalmente las mujeres se suicidaron para no ser esclavas. Los romanos sencillamente no tuvieron piedad y rastrillaron todo lo que encontraron a su paso. Así entonces, los cimbrios prácticamente dejaron de existir y sólo un puñado de ellos continuó viviendo en Jutlandia un par de siglos más. Así Mario volvía a Roma con una resonante victoria, además de esclavos, llenando los mercados al tope. Mario fue considerado lo que Escipión o Camilo en otras épocas, pues había salvado a la Ciudad Eterna y en honor a ello se le nombró como “el tercer fundador de Roma”.
Mario y Sila y la guerra de los aliados (90-88 a.n.e.)
Entre los años 104 y 100 a.n.e. acaeció en Roma la llamada Segunda Guerra Servil, un levantamiento de esclavos, pero después vino otra vez la tranquilidad. Como hemos podido ya deducir, iniciado el siglo I a.n.e., Mario era considerado casi un ídolo en el Ejército Romano. Sila lo seguía de cerca y muy pronto, ambos se convertirían en protagonistas de un acontecimiento mucho mayor y más importante. Una década después de aplastada la revuelta de esclavos, surgió otra amenaza. Esta vez por los propios italianos de los pueblos sureños de la península que no estaban contentos con los abusos de los capitalinos. En Italia, a pesar de que muchos pueblos contaban con la ciudadanía romana, querían exactamente los mismos derechos que poseían aquellos nacidos en Roma. Así entonces, hartos de todo, decidieron despachar a todo cuanto funcionario se plantaba en su ciudad enviado por el Senado. Poco a poco los pueblos meridionales se alejaron de Roma y decidieron crear un estado independiente llamada Liga Itálica erigiéndose la capital sobre Corfinium, eligiendo inclusive un Senado, dos cónsules y funcionarios, se acuñaron monedas (una de ellas tenía a un toro mordiendo a la loba, en clara alusión a la de la leyenda) y formaron un ejército.
El recordado Sila propone entonces que en lugar de ir inútilmente a la guerra, se conceda la ciudadanía a todos los pueblos rebeldes, para que en dos meses como máximo depongan las armas. Parecía que todo iba a acabar, a no ser porque las ciudades del sur no querían rendirse tan fácilmente, pues lo cierto es que aborrecían a Roma, y por ende combatieron siendo derrotados varias veces hasta que llegó Sila y puso punto final a la rebelión armada. Buscando venganza, los del sur hallaron otro aliado, en este caso Mitridates, rey del Ponto. Pero a éste poco le importaba la situación de la lejana Italia, pues más deseaba las conquistas de Asia y de los Balcanes. Así entonces empezaba la Primera Guerra Mitridática, cuando corría ya el año 90 a.n.e. Empero otros acontecimientos surgieron, veamos: antes que nada el encargado de llevar a cabo la guerra contra Mitriades fue Sila, a quién el Senado escogió. Pero durante su ausencia, Mario, totalmente envidioso y ofendido con el desaire, quiso ser embestido con el poder para asumir el control total de la campaña. Su antiguo amigo y ahora enemigo político dio media vuelta y retornó a Roma, para enfrentarse a Mario quebrantando toda resistencia, y por este sencillo acto, sin querer se dio origen a la Guerras Civiles de Roma y las dictaduras. Creyendo Sila que todo solucionado en la capital de la República, entonces marchó a enfrentarse al enemigo Mitrídates. Pero Mario aún estaba vivo y solo había sido exiliado pues se le reconoció el gran mérito que antes había cometido a favor de Roma. Entonces juntó desesperadamente a unos 2 mil hombres y consiguió regresar a la Ciudad Eterna. A continuación, se produjo una verdadera masacre, pues su desquite fue tremendo y mandó a asesinar a todo aquel que odiaba o recordaba su nombre por alguna rencilla del pasado. Los optimates, una facción de los nobles romanos, se vieron verdaderamente muy disminuidos. Se violó, asesinó y saqueó. No se perdonó a políticos o civiles, niños o adultos, mujeres u hombres. Todo el mundo temblaba ante Mario, quién por supuesto se hizo proclamar cónsul. Pero al final no ejerció bien como político y sabía que algún día Sila volvería. Finalmente murió en el año 86 a.n.e., víctima de enfermedades y Roma pareció librarse de una pesada carga de alguien, que casi súbitamente se había convertido de salvador, en genocida.
La Primera Guerra Civil Romana
Antes de empezar a narrar los acontecimientos a partir de estos hechos, existen dos conceptos que deben quedarnos totalmente claros: populares y optimates, que querían, por qué luchaban y en esencia cuáles eran sus diferencias: Los populares estaban constituidos por la aristocracia romana más democrática, que veía con buenos deseos el acabar con el monopolio del poder que ejercían los nobles más conservadores, para esto se daría más capacidad a las asambleas populares en desmedro del Senado; además buscaba extender la ciudadanía romana fuera de la península itálica y ceder más derechos a las clases bajas y de ahí el nombre de “populares”. Respecto a los optimates, por supuesto buscaban todo lo contrario; preferían al Senado como órgano máximo de poder, pues según ellos sería el que mejor dirigiría el destino de Roma; favorecían a los nobles más conservadores y se opusieron al ascenso de todo plebeyo que buscase el poder. Tampoco quisieron la expansión de la ciudadanía romana, ni siquiera a los nacidos dentro de la península itálica, pues veían peligrar su estatus, es más, no estuvieron de acuerdo con que los romanos propiamente dichos recibieron influencia de los griegos y otras culturas consideradas extranjeras. Esto último al menos, con el tiempo, cambió.
Ahora volvamos a la guerra contra Mitrídates. Antes que nada a Roma, poco antes de que Sila partiera por vez primera, le llamó mucho la atención de que exista un ser tan despiadado como el rey del Ponto. Se decía que había encarcelado a su madre y la había dejado morir de hambre y también a su hermano, para asegurarse el trono. Sus hijos, hijas y esposas también se opusieron y les pasó cuchillo a todos. Como ya hemos mencionado, Sila se vio obligado a regresar debido a los trágicos acontecimientos en Roma que Mario ocasionó. Cuando regresó y derrotó a este último creyó que la amenaza estaba acabada. Pero Mario volvió y decidió despojar a Sila de sus cargos e inclusive su casa fue arrasada y se confiscaron varios bienes. Sin embargo desde lejos, el líder de la campaña no dio su brazo a torcer, y decidió ya no regresar. Le preocupaba más el enemigo extranjero, pues delante tenía a un Mitridates que había conquistado ya muchas provincias romanas de Asia además de ejecutar unas 80 mil personas, en especial las de origen itálico. Sila sabía que no tenía más alternativa que ganar si quería volver a Roma por la puerta grande. Por fortuna para él su campaña fue exitosa derrotando a Mitridates. Entonces éste último decide negociar, y así, decidió regresar los territorios anexados, pagar los gastos de la guerra y entregar su flota. Sila además exigió que los responsables de las matanzas, paguen sus delitos, una vez cumplido esto, dejó dos legiones y marchó de regresó a Italia, desembarcando en Brindis en el 82 a.n.e. A propósito, Grecia y otras ciudades de Asia se vieron muy decepcionadas con la sumisión de Mitridates quienes veían en él un libertador ya que los romanos se habían vuelto considerablemente insoportables.
Cuando Mario murió, su hijo, llamado Mario el Joven, no fue mucho mejor que el progenitor. Con 25 años intentó imitar a su padre repartiendo terror. Sila llegó como el gran representante de los optimates para vengar la afrenta de padre e hijo, quienes, en teoría y más por conveniencia, parecían inclinarse por la facción popular. El recién llegado libró las batallas del monte Tifata y de Sacriporto, y finamente sin más ni menos, junto a los muros de Roma se trabó el enfrentamiento decisivo conocido como la batalla de la Puerta Collina, corría el año 82 a.n.e. Durante toda la noche se peleó en las calles de Roma mientras la gente aterrorizada se escondía en sus casas. Al parecer el combate se prolongó durante más de 16 horas. Acto seguido como era de esperarse, ejecutó a cerca de 2 mil enemigos, aunque al parecer fueron muchos más y toda la Ciudad Eterna se tiño de sangre y se inundó con llantos. Mario había logrado huir y consiguió levantar a los samnitas contra la voluntad del dictador Sila. Éste marchó y los rastrilló sin piedad alguna. Todos los líderes populares del partido de Mario iban cayendo uno por uno. Poco después el joven opta por el suicidio.
Se dice que Sila llegó a ser tan cruel que daba recompensas a quién le traía la cabeza de sus enemigos. En Roma y las ciudades aledañas nadie podía respirar tranquilo porque no se sabía cuando iba a empezar sus purgas, al mejor estilo estalinista. Quizá si hoy día eras amigo de Sila, ya no al día siguiente. Asegurándose el poder, éste no tuvo mejor idea que solicitarle al Senado y a la asamblea que lo nombrasen dictador por tiempo indefinido con poderes ilimitados. Claro está, la única respuesta posible era un “sí”. Se podría decir que ni siquiera era amigo de los optimates, ni hablar de los demócratas o populares, pues confiaba y creía solo en sí mismo. Mientras el pueblo se hundía en las juergas y en la anomia, Sila se dedicó a incrementar el número de senadores a 300; pero no en poder; aunque sí lo hizo con el de los tribunos, si bien nunca amenazando su estatus. Además sólo permitió que estos sean elegidos una sola vez en su vida. Los poderes de cónsules, pretores, jueces y administrativos varios, fueron todos cortados. Las políticas y las leyes se habían tornado en meras ilusiones en la Roma de Sila. Sorpresivamente luego de tres años de cruenta dictadura abandona el poder. Y es que quizá su orgullo no le permitía siquiera concebir la idea de que podía ser derrocado a la fuerza. Sobre su retiro mucho se ha especulado al respecto. Una vez fuera del poder se marchó a una esplendorosa quinta en Nápoles. A pesar de que Sila era un noble y sibarita, desquitó su locura asesina contra los optimates y contra los populares. Paradójicamente, llegó a liberar diez mil esclavos. Al final, un derrame acabaría con su vida un año después de abandonar el poder, falleciendo a los sesenta años. Era por entonces el 78 a.n.e. Al menos entre los griegos se lamentó un poco su partida porque los había salvado de Mitridates, curioso teniendo en cuenta que los helenos primero favorecieron al rey del Ponto. Como vemos los acontecimientos de las últimas décadas de la Roma republicana están llenos de ambigüedades, anécdotas y paradojas, tan misteriosas y enigmáticas como lo es el proceder humano. Las luchas entre Sila y ambos Mario son recordadas como los primeros enfrentamientos entre romanos divididos en las dos facciones ya citadas: los optimates y los populares. Era el preludio para una Roma que durante el primer siglo a.n.e., no pararía de tener crisis sociales internas.


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