Marley -un juguetón cachorro de labrador- llegó al hogar de los Grogan cuando éstos eran una pareja de recién casados. Al tiempo que crecía hasta volverse un musculoso adulto de casi cincuenta kilos, también los acompañó en la evolución de la propia vida familiar: un embarazo frustrado, tres hijos, dos traslados de domicilio, cambios laborales... Y aunque no era fácil convivir con un animal activo, optimista y leal, pero también un verdadero huracán destructor, Marley llegó a convertirse en un elemento crucial de la familia. Sin sentimentalismos falsos y con una notable dosis de buen humor, John Grogan nos brinda la crónica de unos años únicos, vividos junto a un ángel incansable, retozón, babeante, con tendencia al hurto y fobia a las tormentas. Pero sobre todo, Marley y yo es una historia de crecimiento y aprendizaje. Porque si bien Marley nunca fue un perro modelo como Lassie o Rin-tin-tín, enseñó a sus dueños la lección más importante de la existencia: el don del amor incondicional.Pocas veces empecé una reseña menos de una hora después de haberlo terminado, ya que me gusta asentar el contenido que acabo de leer y analizarlo antes de tirarles todas estas palabras que ven siempre por estos lares. BULLSHIT
Tuve ocho fucking años para asentar todo lo que este libro me dio en los pocos días que me duró su lectura. Porque lo que viste en la película es lo que vas a leer cuando lo consigas... pero el punto no es llegar al final sino el viaje hasta él.
Este libro casi no necesita presentación... y es que su adaptación del 2008 hizo todo el trabajo de prensa que esta historia de 350 páginas necesitaba para que todo el mundo hubiera escuchado hablar de él al menos una vez.
Si no sos fan de la película, si no reíste, si no lloraste, si no disfrutaste de esos minutos junto a Jennifer Aniston, Owen Wilson y Marley entonces no te acerques. Cerrá la pestaña. Ni te esfuerces en leer la sinopsis si lo encontrás en la librería.
Una vez que empecé a leer el libro me emocionó la linda adaptación que hicieron, porque todo lo que vieron en la película es lo que van a leer acá. Incluso hay transcripciones textuales al guión, lo cual es precioso-precioso-preciosísimo. ¿Y qué mejor que leer sobre Marley the dog? Nada. En serio, nada.
Con el tiempo, habíamos aprendido a tomar con filosofía los daños que hacía Marley, que eran mucho menos que los de Florida, cuando había tormenta. Durante la vida de un perro se caerá parte del estucado de las paredes, se rasgarán algunos cojines y se deshilacharán alfombras. Esta relación, al igual que cualquier otra, tenía un precio. Era un precio que nos avinimos a aceptar y a comparar con la dicha, la diversión, la protección y la amistad que él nos brindaba. Con lo que gastamos en nuestro perro y en todo lo que destruyó podríamos habernos comprado un pequeño yate, pero ¿cuántos yates esperan el regreso del amo junto a la puerta?
Pero, ¿qué es lo interesante de este libro, si la adaptación está tan bien hecha y el guión tiene partes textuales muy, muy, muy bonitas del libro? Ah, mi querido soperútano, si realmente te estás preguntando eso entonces aún no leíste lo suficiente (aunque jamás lo sea).
Lo lindo de la lectura no es saber cómo termina el libro (lo cual sabemos gracias a la peli y a... bueno, la vida misma), sino todo lo que pasa entre el principio y el final. Y no hablo específicamente del nudo de la historia como nos enseñaron en la primaria, sino la experiencia de la lectura, el desarrollo que hace el autor por debajo de lo superficial (aka lo que leen nuestros ojos, no lo que analiza nuestro cerebro).
Lo interesante de esta historia es, justamente, la historia de la familia Grogan con Marley... que es la historia de cualquier familia con su perro, to be honest. No interesa lo muy o muy poco parecida que sea tu perro a Marley, igualmente, si amás a los animales, te vas a sentir muy identificado con muchas o la mayoría de las cosas que el autor cuenta de su día a día.
«Viejo amigo», le dije esa tarde junto a la carretera mientras descansábamos y le acariciaba la nuca. Nuestra meta, el cementerio, estaba todavía a un buen trecho de camino ascendente, pero, al igual que en la vida, me di cuenta de que el destino era menos importante que el viaje en sí.
Y es que el libro se trata de lo personal. He visto a tanta gente hablando al pedo (y perdonen, pero no tengo otra expresión que lo explique mejor) en Goodreads sobre cómo los Grogan son unos irresponsables, cómo no buscaron información sobre la raza antes de comprarlo y bla, bla, bla, que siento la necesidad de defenderlos desde lo más profundo de mi ser.
Cuando Marley entró a la familia de los Grogan corría el año 1991... ¿a quién le importaban cosas como aprender sobre la raza del perro antes de traerlo a casa en esa época? Es más, incluso si hoy en día la familia en cuestión no tiene características específicas (aka hijos chicos, vivir en un departamento, vivir en una casa con mucho jardín, no tener mucha disponibilidad horaria para sacar a pasear a tu mascota, etcétera) muchos ni siquiera se toman el tiempo de hacerlo, aún teniendo toda la información al alcance de la mano gracias a internet.
Lo que esta gente no entiende, desde mi punto de vista, es que este libro trata sobre una historia de vida que no es solamente la de los Grogan; trata sobre crecer, madurar, superar cosas y, sobre todo, aprender a través de un perro. Trata sobre aquello que todos los que tenemos perro(s) aprendemos a través de los años.
Creo, con toda honestidad, que quizá haya sido el perro que peor se portó en todo el mundo, y, sin embargo, comprendió desde el principio, de forma intuitiva, lo que significaba ser el mejor amigo del hombre.
Hasta el año pasado yo tenía cuatro perros. Dos de ellos, pastores alemanes y hermanos, llegaron a mi vida cuando yo tenía unos 7 u 8 años y fue porque extrañábamos mucho a nuestro anterior perro que había muerto hacía poco. Mis padres siempre quisieron que mi hermana y yo nos criáramos con perros; no sólo por acostumbrarnos a tener mascota o por la protección de la casa, sino porque tener un perro (y más que nada tenerlo desde una edad temprana) es tener compañía y fidelidad todo el tiempo, es aprender a leer las señas que te aclaran hasta qué punto podés tirar de la cuerda, es aprender a respetar a otro ser vivo.
Ambos pastores alemanes murieron el año pasado, uno en junio y la otra en diciembre, y no tenerlos conmigo sigue doliendo cada día. No porque no acepte el hecho de que no estén más, lo cual acepté en seguida porque así es la vida y es el final al que todos nos dirigimos tarde o temprano, sino porque muchas cosas que hago durante el día me recuerdan a ellos porque son cosas que me enseñaron con el amor que me dieron. Como dije, ellos dos fueron los que me enseñaron a respetar al otro, a tener responsabilidades (aunque admito que siempre el tema de los cuidados los tuvieron mis papás :P), a aprender de todo lo que pasa a nuestro alrededor sin importar qué tan chico o insignificante sea el hecho. Me formaron como persona, tuvieron un lugar muy importante durante mi infancia, adolescencia y durante los primeros años de mi adultez, y me enseñaron, junto a mis viejos, lo que es la dignidad. Jamás conocí a un humano que aceptara su destino con tanta valentía y entereza, que nos agradeciera tanto en el día a día y, aún más, los días u horas antes de que murieran.
Marley era un elemento central en algunos de los capítulos más felices de nuestra vida. Los capítulos del amor joven, de los nuevos comienzos, de las carreras incipientes y de pequeños bebés, de éxitos resonantes y decepciones devastadoras, de descubrimientos, libertad y reafirmación. Marley se incorporó a nuestras vidas cuando los dos tratábamos de imaginarnos en qué se convertirían; se unió a nosotros cuando lidiábamos con todo aquello que debe afrontar toda pareja, el a veces doloroso proceso de fundir dos pasados distintos para crear un futuro común; se convirtió en parte de la tela que empezábamos a urdir, en un hilo inseparable de la urdimbre en la que nos convertíamos Jenny y yo. Así como nosotros lo habíamos ayudado a moldearse en la mascota familiar en la que había de convertirse, él también nos ayudó como padres, como amantes de animales, como adultos. Y pese a todo, a todas las decepciones y las expectativas no satisfechas, Marley nos había hecho un regalo que era imponderable, a la vez que gratis. Nos enseñó el arte del amor sin condiciones; nos enseñó a darlo y a recibirlo. Y donde lo hay, todas las demás piezas encuentran su lugar preciso.
Esto que cuento, sin querer ser sentimentaloide, es lo que yo vi en Marley y yo en el 2008 y es lo que leí en el libro en el 2016. La historia de vida, el crecimiento, el aprender día a día de una criaturita de cuatro patas que por defecto es menos inteligente que vos pero que parece captar lo que realmente importa desde un principio es lo que vi en esta historia.
Y salvando lo maravilloso de ésta (y de cómo a alguien que ame a los perros le va a encantar porque va a entender), la escritura de Grogan es genial. No hablo de algo poético ni nada de eso porque sinceramente es más que nada algo personal, no ficcionado (al menos la idea principal)... pero veo tanta gente que escribe muy para el upite en mi facultad que me enorgullece leer a un periodista, a alguien con quien compartir mi profesión, que escriba tan bien. Y no hablo solamente del libro, el cual pasa por corrector, editor y demás cosillas editoriales; hablo de lo que escribe él de pluma y letra, de la dulzura con la que se expresa y las palabras bonitas que utiliza.
Marley y yo es un libro para todo el mundo: conmueve a los amantes de los perritos y les ablanda el corazón a aquellos que no comparten esta pasión. ¿No te gustan los perros? ¿No estás seguro de tener uno en tu casa? Entonces este libro es la comprobación de que, si estás dispuesto a ser un buen dueño, la respuesta siempre es sí.
Un perro no tiene nada que hacer con coches de lujo, grandes mansiones o ropas de diseño. Los símbolos de estatus no tienen ningún significado para él. Lo que le gusta es un trozo de tronco mojado. Un perro no juzga a la gente por su color, su credo o su clase social, sino por lo que es en su interior. A un perro no le importa si uno es rico o pobre, educado o iletrado, listo o aburrido. Si uno le brinda el corazón,él responderá brindando el suyo. Era una cuestión bien simple y, sin embargo, nosotros, los humanos, tanto más sabios y complicados, siempre hemos tenido dificultades para discernir lo que de veras tiene valor y lo que no lo tiene.