La primera vez que estuve en Marrakech algo me cautivó. Los contrastes, la luz, la ajetreada vida de sus zocos, sus gentes. Hoy, doce años después, nada ha cambiado. El tiempo parece haberse detenido y he podido recordar, aunque parezca imposible, cada centímetro de sus estrechas calles. En la medina todo sigue igual, nada ha evolucionado y su encanto permanece intacto.
Esta vez me acompañaban tres amigas, dejamos a los maridos e hijos en casa y elegimos esta ciudad para nuestra primera escapada juntas.
El avión llegaba a última hora de la noche y para no andar regateando precios en los taxis nada más llegar, decidimos pedirle al riad donde nos alojábamos que nos proporcionase el transfer. La cara de ellas, que era la primera vez que visitaban un país árabe, era un poema ya en el trayecto: ni cinturones de seguridad, ni semáforos, burros por la calzada… Pero se quedaron blancas cuando el taxista se paró en un lateral de la Plaza Jemaa el-Fna y sin dar explicaciones cerró las puertas por dentro. Cuando le preguntamos que qué hacíamos allí, solo nos respondió que esperábamos a su colega (??). Entre el cansancio, el choque cultural y la situación, creo que a ellas en ese momento solo se les pasaba una cosa por la cabeza, “¿Pero quién me ha mandado a mí venir aquí con éstas?”. Unos minutos después llegó “el colega”, un señor con un carro que vestía americana y sandalias hawaianas algo desgastadas. Arreglao pero informal. Él sería el que nos llevaría las maletas al riad, ya que los coches no pueden pasar por las estrechas calles de la medina. Respiramos algo más tranquilas.
Cruzar la plaza detrás del señor con americana y tirando de un carro, adentrarse por esas calles a ciertas horas de la noche cuando la vida que queda en ella no debe ser de lo mejor y los olores y la suciedad después de muchas horas de comercios en el zoco, no relajó mucho a mis compañeras de viaje.
Llegamos al Riad La Perle d’Azur, por fin. Situado en pleno corazón de la medina y a escasos metros de la Plaza Jemaa el-Fna, el riad es una opción perfecta para alojarse a un precio más que razonable. La suite, ubicada en el piso más alto permite disfrutar de las terrazas y de sus maravillosas vistas sobre la ciudad enmarcada por los imponentes Atlas al fondo.
Ni siquiera esto, pareció relajarlas demasiado. Un sueño reparador cambiaría la perspectiva al día siguiente.
Viernes 20 de octubre de 2018
No me equivocaba. Descansar, desayunar mientras las amables mujeres marroquíes te sirven un té a la menta y la luz del día da otra visión de las cosas.
Lo primero que hicimos nada más salir del riad fue ir a cambiar moneda. No vale la pena venir con la moneda cambiada desde España, aquí las comisiones son mucho más económicas y os ahorraréis un buen pico. En cualquier banco os harán la transacción.
Y para estrenarnos bien, primer timo del viaje. Nosotras, almas cándidas, que por no ser bordes ni pelearnos, nada más llegar nos dejamos engatusar por las mujeres que tatúan con henna. Son timadoras profesionales, empiezan muy amables a cogerte la mano y decirte que solo te lo van a probar para, al final, acabar con toda la mano tatuada con un producto de calidad pésima y cobrándote unos 200 dirhams (20€, aproximadamente). Nosotras, por no ponernos muy bordes, acabamos pagando 50 dirhams y ellas verdaderamente enfadadas. Pero tranquilos de esto se aprende, el resto de los días cuando una se nos acercaba, solo tenía que mirarnos la cara para saber que ya no íbamos a volver a picar. Vale con fruncir el ceño con contundencia y un “no” rotundo, entenderán perfectamente lo que les estás intentando decir.
Cuidado también con los guías no oficiales, salen hasta de debajo de las piedras. Basta con decirles que no estás interesado y, aunque son insistentes, acaban volviendo por donde han venido. Marruecos intenta luchar contra esto, con muy poco éxito, dicho sea de paso, e intenta poner al servicio del turista guías oficiales que cobran del mismo estado y te asesoran sin necesidad de ninguna propina, a no ser, claro, que los contrates para una visita guiada. Son fáciles de distinguir porque llevan una acreditación y amablemente te darán explicaciones sobre horarios y direcciones sin poner la mano después.
Vamos con la visita.
En el lado oeste de la plaza Jemaa el-Fna, se encuentra el monumento más famoso e icónico de la cuidad, la mezquita de la Kutubía que con su minarete de color arena rosada guarda la entrada de la medina desde 1158, tiempo de los almohades. La entrada está prohibida a los no musulmanes, así que hay que conformarse con verla desde fuera.
De camino al Palacio Bahia paramos en una herboristería a comprar los productos típicos como el té o el aceite de argán. En principio es mejor comprar estos productos en lugares marcados con el sello oficial de la oficina de turismo de Marrakech para que no nos den gato por liebre, pero en estos lugares el precio ya viene marcado y no podremos regatear. Para algunos será un alivio, a mí es algo con lo que disfruto mucho.
El palacio Bahia es una de las mayores obras arquitectónicas de Marrakech, lleno de una intrincada marquetería y techos de madera pintada. Su construcción se llevó a cabo en la década de 1860 pero fue embellecido a finales de siglo por un esclavo convertido en visir, Abu Bou Ahmed. La parte más interesante del Palacio Bahía es el harén de las 4 esposas y las 24 concubinas que a su muerte, y junto al sultán, desvalijaron las estancias y dejaron el palacio totalmente vacío. El Gran Patio es una enorme extensión de mármol de Carrara que ciega rodeado por una galería decorada con azulejos de color azul y amarillo. El precio de entrada son 10 dirhams, si logras encontrar la taquilla.
A no mucha distancia, y bordeando el Palacio El Badi, llegamos a las tumbas saadíes, uno de los monumentos más visitados de Marrakech. Fueron abiertas al público en 1917, año en que se descubrieron, pero se construyeron a finales del siglo XVI cuando el sultán Al-Mansur no escatimó en gastos construyendo una sala con doce pilares donde abunda el mármol de Carrara y el estucado decorativo en color dorado. En la sala yacen él, varios príncipes saadíes y los miembros favoritos de la corte. Una segunda edificación, alberga el mausoleo de su madre Lalla Messaouda y en el jardín hay enterrados los restos de otros miembros de la familia saadí y 170 cancilleres. La entrada también son 10 dirhams, a este precio vale la pena no perderse nada mientras dispongamos de tiempo.
Para comer hay varios restaurantes marroquíes en la Place Ferblantiers. Con sillas de plástico, manteles de cuadros y como decoración un jarrón con flores de plástico en las mesas, el restaurante Ferblantiers es un buen lugar para hacer una parada, comer unos tajines y unos cuscus a un precio económico. Olvidaros de tomar una cerveza fresquita o un vino dentro de la medina, no os lo servirán en ningún sitio y si lo hay es a precio de oro.
A media tarde y mientras el adhan resuena en todos los minaretes de la ciudad llamando a la oración, cruzamos el zoco de las especies y la plaza Jemaa el-Fna para adentrarnos en los estrechos callejones de los zocos principales. Babuchas, pañuelos, pulseras de miles de colores y especies de colores inimaginables copan sus laberínticas calles. El regateo es un arte que ellos dominan más que nadie, haciéndonos creer que hemos ganado la batalla. Disfrutad del momento porque no solo sirve para comprar, las conversaciones en torno a tu lugar de procedencia, las risas y las bromas están aseguradas y hay que vivirlo como lo que es, un juego entre comprador y vendedor pero siempre con respeto y ante todo no hacerles perder el tiempo. En caso contrario pueden llegar a enfadarse y con motivos. Solo si estamos interesados debemos entrar en el juego, mantenernos firmes en nuestro límite y aceptar la propuesta en caso de que bajen el precio hasta llegar a nuestra oferta.
La tarde pasa entre artesanos, falsos guías, tatuadoras y las primeras compras, perdiéndonos y pasando una y otra vez por los mismos lugares, sorteando carros y motos que, pitando, se abren paso entre la multitud. Un caos que hay que vivir y disfrutar.
Atardece y en la plaza Jemaa el-Fna, auténtico corazón de la ciudad, empiezan a construirse los puestos de comida que la inundaran de humo y olores. La noche llega y con ella la vida, miles de personas se dan cita en este espacio público llenándolo de cuenta cuentos, acróbatas, aguadores, vendedores de zumos y hasta dentistas callejeros que venden dientes y dentaduras usados. Todo un espectáculo. Desde una de las terrazas de los alrededores se puede observar el espectáculo y descansar un poco del ajetreo de las calles que, al final del día, puede resultar un tanto estresante.
En los puestos de la plaza se degustan carnes a la brasa mientras se comparte mesa con otros comensales. En todos los puestos sirven lo mismo y el precio es muy similar, así que no perdáis mucho tiempo eligiendo el mejor sitio.
Sábado 21 de octubre de 2018
Es inevitable no despertarse con los primeros rayos de sol, cuando se llama a la primera oración del día. No hace falta despertador porque el sonido va de un minarete a otro a modo de eco.
Una de las visitas ineludibles de Marrakech es el barrio de los curtidores. Atravesad la medina a pie en lugar de coger un taxi o un guía y adentraros por las calles recónditas y por zocos donde llegan pocos turistas, salvo algunos que se pierden y sin saber como llegan hasta allí. Acompañaros de un buen mapa y de un buen sentido de la orientación para minimizar los riesgos de perdida, pero si aún y así no os ubicáis siempre se puede volver a la plaza Jemaa el-Fna, hacia donde seguro encontraréis indicaciones. Evitar preguntar a nadie y dar la impresión, siempre, de que sabéis perfectamente donde estáis y hacia donde vais, aunque no tengáis ni idea. Y no habléis muy alto pensando que nadie os entenderá porque no es así, todos tienen la antena puesta para ver que decimos los turistas, y no se les pasa nada por alto. Unas gafas de sol os ayudaran, también, a que vuestros ojos no os delaten. Parece que estoy describiendo una película de espías, pero no podéis imaginar la capacidad que tienen de captar al vuelo toda nuestra comunicación no verbal, bueno, y la verbal también, no nos engañemos.
Me he ido por los Cerros de Úbeda. Estábamos en el barrio de curtidores (Quartier des Tanneurs). Preparad vuestros estómagos y no digáis que no a la menta que os empiezan a ofrecer a medida que os vais adentrando porque el olor es nauseabundo y la menta nos ayuda a neutralizar el olor que respiramos. En este lado de la ciudad viven y trabajan los curtidores de piel, familias enteras que generación tras generación se transmiten unos a otros los secretos de este oficio singular y ancestral.
Para entrar en alguno de los centros de trabajo, hay que hacerlo con un guía de la zona que nos acompañará y nos dará las explicaciones para entender el proceso de curtir el cuero y de las condiciones de vida de las familias que viven (o mal viven de ello) a cambio de una propina pactada previamente y con la condición sine qua non de pasar después por la tienda de productos de piel.
Trabajan con pieles de vaca, cabra, oveja o camello que mantienen en cubas de piedra con cal durante un tiempo para quitarles el pelo. Luego se lavan y sumergen varias semanas en un compuesto especial de diferentes productos mezclados con excremento de paloma, proceso que permite ablandar las pieles mientras jóvenes y niños de pies desnudos las pisotean dentro de las cubas. Para concluir el proceso, las pieles son puestas a secar y estarán listas para que los artesanos las transformen en bolsos, calzados y otros artículos.
La visita puede llegar a ser un poco desagradable, tanto por el olor como por la visión de tanto animal despellejado y más cuando una se considera animalista y no compra ni usa pieles, pero entras en una realidad donde los niños son educados desde pequeños para trabajar aquí y, es posible, que no tengan otro futuro. Donde las mujeres trabajan en un trabajo “de mierda”, literalmente, porque son ellas las que recogen los excrementos de las palomas a cambio del pelo que les quitan a los animales con el que hacen lana que luego venden… Una realidad paralela en pleno siglo XXI.
La vuelta hacia el centro de la medina se vuelve a convertir en un auténtico caos. Calles que no salen en los mapas o calles que sí salen pero no están…
No muy lejos, según el mapa (llegar puede ser eterno), está la Madrasa Ben Youssef que fue durante más de cuatro siglos un hogar para estudiantes en busca de conocimiento en diversas ciencias, incluida la teología. Es, sin duda, el edificio más bonito y espectacular de Marrakech. Tenía 132 habitaciones diminutas y oscuras que podían acomodar hasta 900 estudiantes. La sencillez de los dormitorios contrasta con la opulencia del patio central, con arcos decorados con bellos mosaicos e impresionantes estucos y una pila de agua en el centro. La mejor vista del patio se obtiene desde alguna de las pequeñas ventanas del segundo piso.
Antes de volvernos a adentrar en el laberíntico zoco, paramos a tomar un reconfortante té a la menta en Café Restaurant Jad Jamal, muy cerca de la Madrasa y con una terraza que ofrece unas maravillosas vistas de la ciudad. Es muy recomendable ir haciendo estas paradas de vez en cuando, para descansar del caos y el ajetreo constante de las calles de Marrakech.
Nuestro estómago está un poco resentido. Entre las especias de las comidas del día anterior y el hedor de la mañana en el barrio de curtidores, decidimos darnos un descanso gastronómico y comer algo de fruta mientras descansamos en la terraza de nuestro riad. Hay que coger fuerzas para volver a la trinchera del regateo y del “no me interesa”.
Por la tarde intentamos ir al Jardín Majorelle, un auténtico jardín botánico propiedad de Yves Saint Laurent. Para ello hay que salir de la medina por la Bab Yacout (puerta noroeste) y entrar en el Marrakech moderno con anchas avenidas, tráfico de coches y semáforos que nadie respeta. Cruzar una calle puede llegar a ser una auténtica odisea y puede ser que no te veas capaz de realizar semejante hazaña. Avanzas y retrocedes una y otra vez mientras los vehículos pasan a gran velocidad. Al final te lanzas poniendo todos los sentidos y deseando, de todo corazón, que la aventura acabe en la cera de enfrente lo antes posible.
Todo esto para que cuando llegues al jardín, hayan cerrado sus puertas minutos antes y tengas que volver a hacer el camino inverso sorteando los mismo peligros.
El zoco nos espera.
Los artesanos se ubican por zonas según su especialidad: Los tintoreros, con madejas de lana colgada secadas al sol; los herreros, donde resuenan los martillos golpeando el metal; el zoco de las alfombras, de las aceitunas, de las especias. Un orden dentro del más profundo caos.
La plaza Rahna Kedima es una de las zonas más bonitas y con más luz de los zocos. Aquí confluyen varias calles y hay que volver a acostumbrar la vista a la luz del sol. Los artesanos del mimbre venden sus cestos en la zona central de la plaza, mientras los boticarios y las alfombras ocupan los locales que la bordean. Cientos de olores y colores copan todos los rincones, todo un festival para los sentidos.
Atardece. En la plaza Jemaa el-Fna, los puestos de comida vuelven a desplegar sus carpas. Los cuenta cuentos se rodean de atentos espectadores. Encantadores de serpientes, músicos bereberes. Empieza el espectáculo.
En la entrada norte de la plaza, justo en el acceso a los zocos, el Café Kessabine nos proporciona unas espectaculares vistas de la plaza mientras atardece y una degustación de platos marroquíes que son una delicia. A destacar la pastilla de pollo, un pastel de pasta filo relleno de pollo con un toque dulce y a canela, realmente delicioso.
Para acabar el día y ya que tomar una cerveza por aquí es misión imposible, nos compramos unos zumos naturales en la plaza al módico precio de 10 dirhams y nos la llevamos al riad para tomárnosla tranquilamente en la maravillosa terraza a modo chill out mientras se oyen de fondo los sonidos entremezclados de la plaza Jemaa el-Fna.
Domingo 22 de octubre de 2018
Vuelve a despertarnos el adhan y el canto de los pajaritos que resuenan en el patio del riad.
Preparamos las maletas y las dejamos en la recepción, pero nos queda todo un día por delante hasta que despegue nuestro avión.
Una de las actividades que se pueden hacer en Marrakech es una excursión por el cercano palmeral. Este lugar milenario tiene plantadas cien mil palmeras y está considerado como el origen de Marrakech. Actualmente está considerado una zona de lujo con hoteles y villas propiedad de millonarios pero su extenso terreno hace que no sea demasiado perceptible esta invasión inmobiliaria.
Se puede visitar de varias maneras, en bici, en quad, en calesa, en camello y andando, aunque esta última opción no es muy aconsejable debido a su extensión. No es necesario contratar la excursión en el país de origen, de hecho es mejor hacerlo una vez estemos en Marrakech, los precios son más económicos y es aconsejable regatear.
Nosotras contratamos la excursión en camello para primera hora del día. No sabría decir en que agencia, pero si se que estaba ubicada en la esquina sudeste de la plaza Rahna Kedima. A la hora acordada una furgoneta nos vino a buscar a la plaza Jemaa el-Fna y nos llevó hasta el palmeral, allí nos vistieron como auténticas bereberes y nos montaron en los camellos. Nuestro guía, un chico muy joven con unos dientes extraordinariamente blancos, nos hizo muy ameno el paseo que incluía un té y pastas caseras en un poblado bereber.
Pero si hay una actividad que no puede faltar en Marrakech es un hammam, un baño de vapor para lavarse, sudar y exfoliarse la piel. Lo que en su día introdujeron los romanos es hoy una experiencia típicamente marroquí.
Los hay públicos y privados. Los privados están más dirigidos a los turistas refinados y los públicos son los que usan los locales y están aconsejados para una experiencia más auténtica y con un punto de aventura. En algunos está prohibida la entrada a no musulmanes y siempre están separados los de hombres y mujeres, a veces es el mismo hammam pero cada sexo tiene acceso en diferentes horarios.
Si se opta por uno público, hay que llevar ropa interior de recambio, sandalias y, en algunos, es necesaria la toalla.
Leímos que el hammam Mouassine, activo desde 1562, era una buena opción para principiantes y que hay que mostrar decoro por respeto e ir en ropa interior o bikini. Eso debe ser en algunos porque a nosotros nos recibieron dos señoras con los pechos al aire mientras comían y tomaban un té y de vez en cuando se les escapaba algún eructo. Nos facilitaron las toallas, húmedas dicho sea de paso. Mejor no pensar quien las había usado antes…
Las señoras nos acompañaron a una enorme habitación contigua muy húmeda y donde hacia mucho calor, enseguida empezamos a sudar, y con cubos de agua que iban llenando con rápidos movimientos limpiaron la zona donde nos iban a hacer sentar encima de una bayeta tipo Spontex.
Con los mismos cubos de agua nos mojaron y nos untaron con un jabón negro de propiedades exfoliantes, se enfundaron unos guantes y nos frotaron todo el cuerpo con una energía que parecía que te iban a arrancar la piel. Daba un poco de apuro hasta mirar y ver la cantidad de, llamémoslo, células muertas que llegaron a sacar de cada una de nosotras. Nos trataban como si fuésemos muñecas, meneándonos a su antojo según la zona que hubiese que tratar en ese momento. A cubazos de agua nos aclararon y nos volvieron aa untaro todo el cuerpo esta vez con una especie de barro que, intuyo, debe hidratar y calmar la piel. Nos lavaron hasta el pelo y salimos de allí más limpias que una patena al módico precio de 100 dirhams cada una y con taza de té a la menta incluido.
El hamman no es solo una cuestión de higiene, para ellos es también un ritual y un lugar donde socializarse. Es curioso ver a mujeres por la calle tan tapadas y, en cambio, verlas desnudas y sin ningún tipo de pudor mientras se bañan a ellas mismas o a sus familiares y amigas.
Limpias y con nuestras pieles tersas y suaves, fuimos a comer al restaurante Ferblantiers donde comimos el primer día. Los últimos tajines y cuscus de nuestro viaje relámpago a Marrakech.
Solo nos queda un último té a la menta en la terraza del Café Kessabine viendo atardecer sobre Marrakech y un último paseo por el zoco antes de coger un taxi que nos llevará al aeropuerto.
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