"En un invierno sin gravedad cientos de cadáveres consumen oxígeno privando de él a los vivos. Se pudren tirados en la calle o echados unos encima de otros. Atrapados en la imposibilidad de moverse, de tomar parte en el transcurso del tiempo. Viendo a los hombres que corren y destruyen todo a su paso; sin piedad, sin importar el daño; pisoteando las plantas que tanto sufrieron para crecer allí. Los muertos, con sus cuencas vacías, no acusan la oscuridad...".
Lo he dicho en numerosas ocasiones. La ciencia ficción no consiste en batallas espaciales de naves que surcan el hiperespacio como aquel que corre por las calles de su ciudad, con propulsores coloridos y lanzando destructivos rayos de luz para combatir con todo lo que se ponga por delante. No. La ciencia ficción es otra cosa. Lejos de mostrar una espectacularidad superflua llena de explosiones y fantásticos seres de otros planetas que poseen una asombrosa capacidad para comunicarse con nosotros, la misión de la auténtica ciencia ficción se establece en otros parámetros mucho más mundanos. Son aquellos que se ocupan de generar reflexión sobre nuestra propia naturaleza al exponerla a lugares que no le corresponden.
La rama seria de la ciencia ficción puede, por descontado, ofrecernos aventuras y acción adrenalítica, siempre que estén supeditadas al corolario, a la razón oculta en lo insondable. Todo despliegue de tecnología y especulación ha de servir, en definitiva, como una ayuda extra para definirnos.
Bajo tal razonamiento, Mars Company, novela en cuatro actos de Francisco Miguel Espinosa, es pura ciencia ficción.
Centrándose en tres de las cuatro historias en la space opera, Francisco Miguel Espinosa hurga en los recovecos del género para trasladar no tanto el sentido de la maravilla que brillaba en muchas novelas de las que bebe, que también, sino el parecer y padecer humanos respecto a entornos absolutamente ajenos. El sentimiento de soledad y desamparo que sentimos ante un hábitat hostil e incomprensible rutila durante los cuatro relatos que conforman esta antología, con lo que al final encontramos que el texto utiliza los planetas o tecnologías como una herramienta para desarrollar problemáticas muy humanas.
La construcción de Espinosa se estructura en base a un cuarteto de relatos independientes, pero que comparten un hilo conductor común. Estas cuatro miradas se abocan indudablemente a la vertiente seria del género, sin que ello implique renunciar a la introducción de algunos componentes imaginativos y fantásticos. El volumen comienza por todo lo alto, con el sublime pasaje que abre este artículo. En ese primer capítulo, titulado Lo que grita otro mundo, se nos muestra un grupo de astronautas que han quedado abandonados a su suerte en un planeta que se presenta inhabitable e incomulgable. La sensación de claustrofobia, muy palpable en todos los relatos, es aquí una de las balas del autor, disparada para que avance lenta e inexorable en ausencia de gravedad.
Y comienza aquí el baile de referencias, ya que en esta apertura podemos apreciar ecos del Soy leyenda de Richard Matheson sumados a un componente fantástico que remite directamente a los mundos de H.P. Lovecraft. Todo ello regado con la sequedad de Comarc McCarthy permeando frases y diálogos. La mezcla resulta muy estimulante.
La misma ambientación impregna el segundo relato, Mapa de las tormentas de Marte, que viene a hermanarse con su predecesor en cuanto a concepto pero a una escala más reducida. Tenemos en él a solo dos personajes, uno muy presente y otro que actúa casi como un desconocido, como el reverso de su compañero. Aquí late con fuerza El Marciano de Andy Weir, tanto por la propia estructura del relato —narrado a modo de diario— como por el verosímil detallismo con que el autor describe.
El primer cambio de tercio fuerte llega en Un salto al infinito, donde se hace presente el sentido de la maravilla en toda su magnificencia, en un relato claramente deudor del Hacedor de estrellas de Olaf Stapledon —alucinatorio e imperdible clásico del género—. Espinosa recrea la odisea de una sonda, la Singularity, creada para buscar vida más allá de los confines del sistema solar. Utilizando un sensacional recurso de humanización del aparato —casi convirtiéndolo en un HAL 9000 2.0—, viajamos hasta lugares imposibles sintiéndonos espectadores de primera fila de un espectáculo majestuoso. La curiosa utilización de un narrador omnisciente en tiempo futuro le da al texto una impronta bastante especial.
El último relato funciona como una continuación cuasi apócrifa del cuento anterior. Constituyendo el mayor contraste de todo el volumen, Génesis acude quizá a una concepción más moderna del género, basándose en una formulación a lo Black Mirror para constituir una imaginativa y a la par evidente metáfora de la relación entre hombre y mujer. Aunque puede despistar su inclusión en el libro, me parece un cierre adecuado, ya que de alguna manera sirve de contrapeso a la elevada visión espacial de los anteriores relatos para adentrarnos en nuestra idiosincrasia con una sucesión de escenas muy reconocibles. El efecto de repetición de situaciones funciona como un mantra hipnótico, que además demuestra la versatilidad del autor.
Mi estreno con la editorial Aristas Martínez me ha regalado un reencuentro con mi querida ciencia ficción, aquella de la que me enamoré en la adolescencia y a la que llevaba ya mucho tiempo sin ver. Francisco Miguel Espinosa ha creado todo un homenaje a diferentes ramas de la ciencia ficción clásica pero con una prosa depurada y actual, ofreciendo al amante del género la posibilidad de disfrutar de cuatro piezas de distinto calado que componen un acertado panorama de lo que ha de significar una visión canónica de la temática espacial. Un verdadero placer.