Si Herbert Marshall McLuhan resucitara hoy no le extrañaría lo más mínimo el mundo en el que vivimos: esas galaxias digitales que nos conectan con todo el mundo, a cualquier hora y lugar, en espacios virtuales que seguimos asumiendo prácticamente sin asombro, y en los que nos movemos como peces en el agua.
O como un enjambre de abejas al servicio de la Reina Nube para ser más precisos.
O como cierto virus contemporáneo que ha minado nuestros cuerpos -y bolsillos- para ser exactos.
No le extrañaría nada porque este pensador conocido como el “gurú de los mass media”, nacido en Toronto, Canadá, un 21 de julio de 1911, ya había anticipado las consecuencias de la era electrónica medio siglo atrás: el fin de las fronteras geográficas, el fin de la identidad privada, el fin de la sociedad del respeto, el fin del establishment educativo (“si la literatura enterró a Homero, la literatura puede ser enterrada por el rock”), el fin de una civilización alfabetizada basada en la escritura como única fuente de información y conocimiento.
“La aldea global no fue creada por el automóvil o el avión. Fue creada por el movimiento de información electrónica. La aldea global es tan amplia como el planeta y es pequeña como un pequeño pueblo donde todos están maliciosamente ocupados en meterse en los asuntos de otros”, aseguraba sin atisbo de ironía el monomaniático profesor McLuhan.
Filósofo, erudito, visionario, McLuhan fue una de las personalidades más célebres, y estuvo en el ojo de la tormenta de su objeto de estudio: los medios de comunicación masivos. Este pensador fue todo un rock star ya que llegó a robarles a los músicos de su tiempo, cosa que no es poco decir, una portada en la revista Rolling Stone, y ha pasado a la historia como el hombre que predijo internet y sus consecuencias cuando ni siquiera existía un nombre para verbalizar aquella red que ha configurado nuestro nuevo estilo de vida 2.0.
UN PROFETA
McLuhan es como los poetas fundadores de la poesía moderna: Charles Baudelaire y Walt Whitman. Uno no tiene necesidad de releerlos porque están ahí todo el tiempo. Cuando uno se aburre o sale a extraviarse por las calles de la ciudad, ahí están Baudelaire y su pipa; cuando se está de buen humor, lleno de vigor y deseoso de los placeres del cuerpo ahí está el viejo Whitman. Cuando se mira una radio, una computadora, un diario, un libro, una película… ahí está el profesor McLuhan y su mentón hacia abajo, estirando los labios hacia una esquina del rostro mientras piensa una respuesta a la velocidad de la luz: “La energía eléctrica es información pura”.
Hablar de McLuhan hoy es sin duda un absurdo. Es como si viéramos a un grupo de beatas cuestionando la existencia de Dios dentro de una iglesia. No hay necesidad: su existencia es tácita, un sobrentendido. McLuhan fue un visionario en el mejor sentido de la palabra no solo por la certeza de sus predicciones, sino porque vio a las nuevas tecnologías mucho más allá que una extensión o una metáfora del cuerpo humano. Para el profesor canadiense, que empezaría impartiendo sus teorías en la cochera de su casa a unos pocos interesados –otros geeks como él, seguramente–, los nuevos dispositivos electrónicos no son una mera imitación de la naturaleza, sino la naturaleza misma.
Porque: ¿A quién le interesa cómo se forman las nubes? ¿Por qué sale el sol todos los días? ¿Por qué el mar es inmenso? ¿De qué está constituido el aire que respiro? De la misma manera: ¿A quién diablos le importa por qué las stories duran solo 24 horas? ¿Qué implica el hecho de que podamos tocar la pantalla con los dedos? ¿Cómo es posible que convivan varios medios de comunicación en su solo medio (el celular)? A nadie le importa porque estamos totalmente in. Así funciona el mundo. Resistirse a las nuevas formas de comunicación o cuestionarlas no solamente es un ejercicio inútil, sino hasta contraproducente. Al igual que el CoronaMierda, la energía eléctrica que hace posible no sé cuántos miles millones de publicaciones al día, marcó un punto de no retorno.
“La pantalla es como una extensión de nuestra piel”, tanteaba el visionario McLuhan hace mucho tiempo atrás de la aparición de los smarthpones. Este autor no solamente fue el primer teórico de los efectos de los medios de comunicación, sino también parece haber sido el último.
Libro Artefacto. El medio es el masaje. Un inventario de efectos (1967) reúne una serie de textos breves, acompañados por diseños e ilustraciones, donde el autor da cuenta de sus famosas "exploraciones".
Herbert Marshall McLuhan, autor del que todavía nos queda todo por decir, será un caserito de este blog. Pero por ahora lo dejamos aquí. Ha salido el sol y nos queda todo el día por delante. Necesitamos recuperar ese espacio donde todavía, a duras penas, nos queda algo de libertad: la calle. Feliz cumple, profesor McLuhan.