Hace escasos días, se encontró en la superficie de Marte, una nave perdida en 2.003, la Beagle-2, que consiguió, pese a todo, aterrizar (o amartizar, diría yo) y, aunque incomunicada desde entonces, fue captada por una de las cámaras que orbitan el planeta rojo. La instantánea se corresponde con la imagen tomada por otra nave que sí consiguió comunicarse, obviamente, y nos muestra la superficie marciana.
El hecho de que un satélite que orbita un planeta del sistema solar diferente al que nos acoge, sea capaz de descubrir los restos de otro artefacto enviado hace doce años y que mide poco más de dos metros, debería estremecernos a todos. Probablemente dentro de algunos siglos se nos considere bárbaros, pero la posibilidad de una vida más allá de la Tierra se apunta cada vez como más posible y la tecnología da pasos de gigante para conseguirlo. Ver la superficie del planeta rojo con la resolución ofrecida hace a uno sentirse todavía más pequeño en el seno de un sistema solar que, a su vez, representa una insignificancia en la galaxia, que es solo otra de los millones que ocupan el universo, al menos el que nuestro cono de luz es capaz de suponer.
Mientras tanto Belén Esteban se encierra en Guadalix de la Sierra a hacer caja por hacer sesudas declaraciones desde una suerte de prisión voluntaria.
No somos nada.