Los estudiantes de Medicina empiezan en 4ª su rotación por los distintos servicios del hospital y, entre otras cosas, comienzan a familiarizarse con las cirugías de cada especialidad. Muchos están deseando bajar al quirófano por primera vez, aunque también los hay que prefieren mantenerse a distancia de los cuchillos, no sea que se escape uno.
Operar no es encontrarte el enfermo sobre la mesa y cortarle con un bisturí. Antes es preciso revisar el caso, y con eso no me refiero a comprobar los datos de la lista del dichoso "check-list" en el momento en el que el protocolo lo dicta que, al no estar diseñado por médicos que atienden pacientes en el mundo real, no es el momento más oportuno. Cuando los alumnos están presentes conviene inculcarles cómo han de hacerse las cosas, que sepan que no basta con pasarle un cuestionario al enfermo sino que hay que saludarle y tranquilizarle en la medida de lo posible. Nada funciona mejor que demostrarle que nos tomamos en serio nuestro trabajo y que nos hemos estudiado su historia, aunque sea a última hora. El mirar de nuevo las pruebas es otra oportunidad de hacer docencia.
Arrastro a las alumnas de turno hasta la pantalla del ordenador.
- Vamos a echar un vistazo al scanner. Si vamos de delante a atrás en los cortes coronales, veréis que tiene una luxación del tabique, no respira por el lado izquierdo porque esa fosa está obliterada. Como la desviación es muy anterior, cuando la corrijamos tendremos que hacer algo para apuntalar la pirámide nasal o se nos hundirá.
Las pobres chiquillas me miran como si me entendiesen.
- ¿Cómo se consigue eso? - pregunta una.
- Uno de los trozos del cartílago que saquemos, lo insertaremos en la punta.
- ¿Cómo? -insiste.
- Damos un cortecito en la piel y hacemos un bolsillo para meterlo dentro.
No hay más preguntas. Tampoco me extraña.
Comienzo la cirugía. No sé si porque me temen o porque no saben qué hacer, las alumnas se han retirado al fondo del quirófano. Las llamo.
- Tenéis que poneros detrás de mí para ver algo.
Lo siguiente que sé de ellas es que han salido en busca de una escalera. Supongo que, si no se han atrevido a huir, ya volverán. Así es.
- Este plano azulado es el del cartílago.
- ¿Azul?
En realidad el azulado es un matiz que señala que estamos debajo del pericondrio, si es rosado vamos por encima, no es el plano correcto, aunque con la sangre no siempre es fácil de distinguir. Se precisa cierto ojo, y no es innato.
- Aquí hay una cresta de hueso. Vamos a cortarla.
Coloco la gubia en posición.
- Martillo - le indico a la instrumentista.
- ¡Pero si es un martillo de verdad!- exclama una de las alumnas.
Me río.
- ¡Pues claro! ¿Qué esperabais que fuese?
- No sé, algo distinto.
La enfermera da un par de golpes a la gubia con el martillo. Recoloco la punta del instrumento para tallar la cresta a mi gusto. Toc-toc. Otros dos golpes. Suena el crack de la fractura.
- Pinza.
Extraigo el fragmento de hueso y se lo muestro a las estudiantes.
- ¿Veis? Si no es con un escoplo y un martillo no hay quien corte esto.
El enfermo necesita además un retoque de cornetes con endoscopia. La óptica está conectada a una cámara y el interior de la nariz se muestra en la pantalla. Así las alumnas se hacen una idea del resultado. Menos mal que la cirugía ha sido bastante limpia y todo tiene buena pinta.
- Hemos terminado. Vamos a taponar.
La enfermera me da la esponja de Merocel. El aspecto es el de un palo blanco, de un dedo de ancho y 10 cm de largo.
- ¿Le vas a meter todo eso? -se sorprenden- ¿Y cabe?
Se lo demuestro con el ejemplo. Ya sólo queda despertar al paciente. Supongo que no es una sensación agradable salir bruscamente de un sueño y encontrarte con la nariz taponada en la mesa del quirófano. A nuestro enfermo en concreto no le gusta la experiencia. Quiere levantarse y hay que sujetarle. Intenta arrancarse los tapones. Creo que hasta las alumnas se alegran de los 10 cm que tiene metidos dentro.