Me acaba de escribir Martín Garralda y me manda unas cuantas fotos. Me dice que en el pueblo todo sigue igual. Cuando le conteste le diré que aquí, en Madrid, las cosas también siguen igual. Supongo que en los pueblos las novedades siempre son más sonoras que en la capital del reino, donde a veces, ni siquiera eres partícipe de los cambios, por más importantes que éstos sean. En realidad, salvo que te toque de cerca -delante de tu casa- , ni te enteras.
Madrid es una ciudad inmensa y crece mucho y muy deprisa. Se tiran viejas casas y enseguida se construye sobre ellas y así por todas partes. Una locura. Es muy difícil enterarse de lo que se hace y de lo que se deshace.
Martín Garralda, que es de un pueblo de Galicia, es un entusiasta de la arquitectura local. El otro día me contaba que en su pueblo había dos facciones políticas que se mataban en el Ayuntamiento por una cuestión urbanística. Unos que apoyaban conservar un viejo edificio -un pazo de piedra, sobredimensionado y hecho trizas- y otros que querían echarlo abajo y construir desde cero para crear riqueza -tal vez un parquin para los visitantes o un parque temático con parquin, o algo del estilo-.
En estos términos, hoy en día, hablar de patrimonio, de historia y de conservación, mezclándolo con propuestas de riqueza y de puestos de trabajo y de modernización, es difícil dar una opinión.
Según me cuenta Martín, el viejo edificio que quieren tirar, tampoco es tan viejo. Hablamos del siglo XIX. Y parece que estamos a la vuelta de la esquina, por lo que aquello que parece ser de anteayer no es merecedor de ser considerado interesante y tampoco conservado. En fin, demasiado lío para una casa con algo más de siglo y medio, y además medio deshecha.
En el pueblo de Martín haría falta modernizar la calle Mayor y la plaza de Galicia, es decir el alma del pueblo. En Castilla sería la plaza de España.
Las casas viejas de la plaza no tienen lustre y el camino del Monte se deshace. Para reparar las calles del pueblo y sus casas hace falta dinero y en el pueblo no lo hay. En España entera parece que no hay dinero para nada y, sin embargo, mirando en forma panorámica -mirando al redor o al rededor, que también se dice- no se nota o se nota poco.
El viejo edificio del siglo XIX del pueblo de Martín, que está situado en una de las entradas de la población, es propiedad del Ayuntamiento, por cesión de un particular que lo entregó -desconozco los términos- , un conde que dejó de serlo por sus deudas -vendió el título- , paradójicamente de Lugo, y no de lujo, y que luego acabó viviendo malamente en una pensión, alcoholizado y demente perdido. Algo parecido a lo que hace la Iglesia con sus propiedades, legítimas o usurpadas y, casi siempre ruinosas. Cuando no quieren o no pueden mantenerlas, o cuando las deudas con los ayuntamientos son muchas, las ceden y se desentienden así de sus obligaciones con la comunidad. Muy cristiano. Y muy aristócrata.
Arquitectónicamente, el pazo, tiene algún valor, aunque, al no estar integrado en el casco urbano, parece resultar prescindible en la conservación del patrimonio histórico de la ciudad. Al fin y al cabo se trata de una casa más -en ruinas- de tantas que hay diseminadas por el entorno.
Me dice Martín que la propuesta del municipio consiste en enajenar la finca, unos 3.000 m2, incluyendo la edificación, a favor de una inmobiliaria de Madrid, la mejor postora, que haría varios bloques de viviendas de veraneo, además de unos locales comerciales y un parquin. El parquin siempre presente. El Ayuntamiento ganaría en la operación una zona verde pública de 400m2, con infraestructuras asumidas por la constructora, haciéndose cargo el municipio del mobiliario urbano, iluminación y viales de acceso. También se acondicionaría un parque infantil con instalaciones de la marca sueca “Lycka”, con mobiliario de madera y superficies en suelo de alta seguridad tipo “tartán”.
El antiguo pazo se derribaría y el material resultante de la demolición se utilizaría, según la promotora, para acondicionar espacios del pueblo de carácter historico, como el antiguo parque de los Penedos, reacondicionado en 1973, que perdió todo el meterial de piedra que poseía; o el Cantón dos Carballos, cuyo palco histórico también desapareció en 1981 por extrañas maniobras e intereses entre políticos y empresarios. En este caso se haría una réplica, dado que se conservan los planos originales. También se podría hacer aguna fuente monumental o, incluso, ensalzar la figura de algún prócer del municipio o de un provecto vecino merecedor de reconocimiento, improvisando un artístico conjunto escultórico.
Al final, según se ve, lo que prima es el interés epeculativo, que es lo que proporciona fáciles dividendos a partir de nulos esfuerzos.
Acaba diciéndome Martín Garralda, que ya me conoce, que no me lo tome muy en serio, y menos que me aturulle. Que en su pueblo muchos velan por el futuro y luchan por el progreso. Y que lo del pazo es más un asuntillo de enemistades que de negocios.
Seguro que es como él dice. Se ve que el interés general pasa siempre por el interés de los que hacen que la cosa sea interesante. Es decir, que lo que hace que un “negocio” -la negación del ocio, la acción- sea ventajoso es el propósito mismo de obtener un beneficio, ya sea a instancias de un organismo público o privado. Es esta liviana diferencia la que algunos no acabamos de entender, aunque así contada parezca tan obvia.
(De la serie “Retazos encontrados”, de E. R.)