Si no fuera porque afecta directamente la vida de más de siete millones de personas, la política catalana de hoy en día sería calificable de auténtico chiste. Un Parlament que funciona los meses bisiestos, con un presidente que ni pincha ni corta, con una derecha independentista en el poder que critica a sus socios independentistas de izquierdas de ser poco independentistas; con unos socialistas catalanistas federalistas que ni son federalistas, ni catalanistas, ni socialistas; con una derecha nacionalista española que solo hace que desbarrar para que alguien les oiga; una izquierda que flota como el corcho y otra que no quiere saber nada de Madrid, pero va a Madrid a hacer no se sabe qué... la realidad es que la política que se tiene que padecer por estos lares es más parecida a un vodevil italiano de los años 60 que a algo serio. Sea como sea que la política estatal tampoco mejora el vergonzoso show, la verdad es que estos episodios de política de manicomio se han repetido con cierta asiduidad en la historia catalana. Valga como ejemplo el follón mayúsculo que se formó en 1410 cuando murió sin designar sucesor el rey Martí l'Humà (Martín el Humano). Un rey aragonés, último de la Casa de Barcelona que, para más cachondeo, se cuenta que murió de un ataque de risa. Así como lo lee.
Que la política no es fácil, con solo "disfrutar" de la presidencia de una comunidad de vecinos tendrá la confirmación más absoluta. Si a esta dificultad innata de poner orden en una olla de grillos, añadimos la falta de un liderazgo claro y los intereses por acceder al poder a toda costa, ya tendrá los ingredientes con que se encontraba la política catalano-aragonesa a principios del siglo XV. Pues bien, esto que puede parecer que pintaba mal, se complicaba un poco más con el hecho de que al rey Martín, la cuestión sucesoria se le había puesto toda del revés. En 1409, el rey, con 52 años, era un auténtico anciano para la época, y de los cuatro hijos que había tenido solo le sobrevivía el primero, llamado también Martín. Éste, con 33 años, había tenido dos hijos, uno con su primera esposa (María de Sicilia) y otro con su segunda esposa (Blanca de Navarra), pero ambos hijos habían muerto prematuramente (así como la primera madre) para alegría de su abuelo, Martí l'Humà. Con todo, las correrías mujeriegas de Martín el Joven, que era rey de Sicilia desde 1392, habían producido dos bastardos, una chica -Violant d'Aragó- y un chico, Frederic de Luna, que no tenían derechos reales. La cosa se ponía muy chunga.
Ante semejante disloque sucesorio, los posibles " tronistas" alternativos iban dándose codazos como un pelotón ciclista a 100 m de la meta a fin de colocarse en la mejor posición para obtener el poder cuando Martí l'Humà abandonase su particular valle de lágrimas. Previendo la situación, el rey de Aragón y el de Sicilia (el abuelo y el padre, vamos) intentan legitimar en lo posible al príncipe bastardo Frederic para meterlo en la linea sucesoria a machamartillo pero, en 1409, el que muere de malaria ( ver Bioterrorismo nazi en Italia o cuando los mosquitos se convirtieron en soldados de Hitler) es Martín el Joven, lo que hace que, presionado por su corte, el rey Martín el Humano se case de nuevo con la jovencita de 21 años Margarida de Prades para intentar tener un vástago que le resuelva el embrollo. Si no querías caldo, toma tres tazas.
Los otros aspirantes a acceder al máximo poder aragonés, cual jauría ante un trozo de carne a punto de caer, se dedican a montarse una guerra entre ellos por lo bajini al mejor estilo medieval ( ver La sangrienta batalla "light" de Bremule), la cual cosa convierte la Corona de Aragón en una casa de tócame Roque. El rey, enfermo, cansado, más seco que un flash de duro por intentar cumplir con la joven reina por si sonaba la flauta y algún soldadito despistado acertaba al real óvulo, la ingesta de pócimas afrodisíacas más que dudosas y su obesidad, provocan que, el 29 de mayo de 1410, el rey Martín caiga enfermo de indigestión, después de una cena (no ha trascendido el menú, pero puede imaginar que una ensaladita no sería) en el monasterio de Valldonzella, hoy ubicado en el barrio de Sant Gervasi, en Barcelona.
La gravedad de la situación mueve a todas las fuerzas vivas del reino y de la corte, de cara a definir el sucesor, ya que el rey, enfrascado en su faena de refocile urgente, de reconocimiento progresivo de Frederic para que no fuera tildado de ilegítimo (no había costumbre de oficializar bastardos, al contrario que en Castilla) y conociendo al bidé lleno de pirañas que aspiraba al trono, no había nombrado a nadie. De esta forma, estando el Humano más allá que aquí, se suceden las visitas de los camarlengos reales y representantes de las cortes para manipular la voluntad real según sus intereses, consiguiendo un escueto "hoc" (si) cuando le preguntan si desea que la sucesión de sus reinos pase a quien le toque " por derecho". El rey, de esta forma, medio inconsciente y sin casi poder hablar, la acabó por liar parda, ya que lo dejó todo desatado y bien desatado... ¿quién era el heredero? ¿a quién le tocaba por derecho? Un chiste malo de su bufón personal -un tal mosén Borra- le produce tal ataque de risa al viejo rey Martí (¿fue el chiste o se imaginaba el follón que dejaba?) que acaba por morir en la mañana del día 31 de mayo de 1410 sin haber dejado constancia fehaciente del sucesor de la corona. Sucesor que, para más inri, habría caído en la persona de Frederic de Luna (de 7 años) al día siguiente ya que el rey Martí pretendía oficializarlo, con la venia del papa Benedicto XIII, el día 1 de junio. Una desgracia.
A partir de este momento, el caos se apodera del reino y todos los aspirantes (al final son 7, incluido el bastardo Frederic) se lían a garrotazos entre ellos durante dos años. Conquistas de ciudades por unos y otros, invasión de tropas castellanas, multitud de reuniones de las cortes de los tres reinos (Aragón, Valencia y Catalunya -que incluía Mallorca), incomparecencias, chantajes, alianzas, cambios de chaqueta... provocan que, al final, todo quede entre Jaume II d'Urgell, conde de Urgell y mayor terrateniente del reino y Fernando de Antequera, duque de Peñafiel y mayor terrateniente de Castilla. Llevándose el gato al agua el de Antequera en el Compromiso de Caspe del 24 de junio de 1412, tras convencer a los representantes de los reinos aragoneses con una convincente estrategia diplomática de "te meto mis tropas hasta la cocina y a ver qué votas". De esta manera quedaba inaugurada la dinastía de los Trastámara al frente de la Corona de Aragón; una dinastía que acabaría de forma confusa con otro follón sucesorio, esta vez a manos del conocido como Fernando el Católico ( ver Germana de Foix, cuando la unidad de España pendió de un espermatozoide).
En conclusión, que, históricamente hablando, pedir a la política catalana que sea coherente y estable es poco menos que pedir peras al olmo. Los intereses de unos y otros nunca han sido lo suficientemente predominantes como para evitar el conflicto, la cual cosa ha llevado desde el principio a la necesidad de buscar continuos consensos para mantener los equilibrios de poder. Un sistema pactista (actualizado en el "peix al cove" de Pujol) que está a años luz del sistema de " ordeno y mando" vigente en Castilla y que es el que, en tanto que potencia ibérica dominante, ha seguido usando el gobierno de España hasta la actualidad ( ver El negado derecho a decidir que independizó Cuba de España). Dos sistemas incompatibles que jamás han coexistido bien y que han sido foco continuo de problemas en España desde Felipe V por la imposibilidad del método castellano de gestionar la diversidad política catalana, y por la imposibilidad del sistema catalán de encontrar la estabilidad dentro de su propia diversidad. Sea uno o sea otro, el conflicto está servido.
Como para morirse de risa.