Pero vayamos a los hechos acontecidos en la sala de cine de verano. La velada comenzó bien y Martina se sentó ceremoniosamente, aparentando calma, justamente la que precede a la tempestad. Delante había otra niña de la misma edad, cuya madre nos comentó que era muy nerviosa, no como la nuestra que parecía, en esos momentos, una figura hierática, entre otras cosas porque estaba dando buena cuenta de una generosa ración de palomitas. Cuando el haz de luz del proyector inundó la pantalla, un grito silenció a la sala. Un atronador "¿ECHO QUE ES?????" fijó la mirada del público en ella. Era el principio, pues, pasados unos minutos, abandonó su asiento y comenzó su particular circo de tres pistas. Cada cinco segundos te mortificaba pidiendo aguapepsi, exigiéndola de forma imperiosa, hasta el punto de arrebatarnos a todos las botellas de tan conocido refresco y, a golpe de "¡Hecho es mío!", emprender una frenética huida con su apreciado botín que acabó en el suelo, rodando debajo de los asientos y perdiéndose entre las filas de butacas. En un momento dado, debió pensar en practicar el nudismo, así que se quitó la ropa y la arrojó por encima del público allí presente, quedándose en pañales y con los dedos de los pies por encima de las sandalias. Con esas pintas deambulaba justo delante de la pantalla, con unos andares estrambóticos, hasta que decidió imitar a los personajes de la película e iba rugiendo a diestro y siniestro. Imagínense que están viendo una película y se les acerca un personaje diminuto en pañales emitiendo sonidos guturales y alaridos. Mi mujer andaba ya por esos momentos detrás de ella intentando ponerle la ropa y maldiciendo "¡Te voy a vender al mejor postor!". No hubo manera. Como se había zampado todas la palomitas, sin dejar a los demás probar bocado, por aquello de "echo es mío", compré más, las mismas que acabaron en el suelo, gracias a la niña en forma de fiera corrupia que se abalanzó sobre ellas con el célebre grito de propiedad exclusiva. Como el popular alimento cinéfilo acabó en el suelo, Martina acabó pastando en el mismo, cual caballo percherón, ante las regañinas infructuosas de sus progenitores, que en varios intentos quisieron atarla al carro, con sus correspondientes fugas. Perdió el pitete (Chupete) y mi mujer juraría que, en algún momento, acabó con una colilla entre los dientes. Cualquiera sabe, quizás pensó que era un buen sustituto. Tuvo una feroz disputa con la niña, aparentemente nerviosa de la fila que nos precedía, en la que afirmaba que el carro de la misma era de su propiedad, ignorando que a pocos centímetros estaba el suyo, el de toda la vida. Dos mejor que uno. Todo en medio de sus gritos puntuales ante lo que pasaba en la pantalla: "¡MÍA PAPÁ, MÍA MAMÁ, MÍA INÉS, UNA EPOCHA (MARIPOSA)!!!!!". En un descuido, le arrebató el móvil a su madre y fue, cual acomodador de cine, deambulando por todas partes hasta terminar por dejarlo bloqueado, ante la desesperación de su progenitora. Acabada la sesión y conforme nos dirigíamos a la salida, la gente nos miraba de forma extraña ante el espectáculo ofrecido, una perfomance no incluida en el precio de la entrada. Subida en el carro, se negaba a subir al coche, porque pretendía dormir toda la noche en plena vía pública. Pero yo soy más fuerte que semejante individua y conseguí emprender el regreso. Así es Martina, agotadora, rebelde, indisciplinada y tremendamente divertida, una forma eficaz de combatir el aburrimiento. ¿La película?. Ni idea, parecía simpática.
¿Quién da más miedo?