Hace unos seis años, Dª Maruja Torres afirmaba en El País que unos ocho millones de hijos de puta habían votado al Partido Popular. Forma curiosa de entender la democracia desde el progresismo que caracteriza a esta mujer, intelectual y comprometida. Supongo que la Sra. Torres ha depositado su confianza en Alfredo pe punto, lo mismo que casi otros ocho millones de votantes; la diferencia estriba en que uno, desde este espacio, respeta profundamente su elección, tan válida como haber votado a Izquierda Unida o a Amaiur, gracias a la incomprensible tolerancia de un Tribunal Constitucional que toma decisiones más políticas que jurídicas. El problema estriba en que el respeto no es mutuo: Los cejeros pueden calificar de hijos de puta a los votantes populares, pero Dios nos libre de que algo parecido suceda al revés. Afortunadamente no suele pasar, pese a las lindezas dialécticas que se dedican a los populares por parte de conocidos personajes progresistas, como Cristina Almeida, dispuesta a quemar los libros de César Vidal, por ejemplo. El respeto, el respeto mutuo, se entiende, es básico para la convivencia pacífica y el adecuado progreso de la sociedad en la que vivimos, donde resulta imprescindible la alternancia en el poder. Hoy los populares disfrutan de una mayoría absoluta que en unos años, pasará a ser socialista. Y nadie puede ser calificado de hijo de puta por votar a uno u otro partido. Además de ser irrespetuoso, es una notable falta de educación.