Revista Moda
En el imaginario popular español existe un personaje histórica e injustamente denostado, se trata de la maruja. Es el calificativo "maruja" el que se refiere a nuestra tradicional ama de casa. Generalmente una señora trabajadora en su hogar, que se preocupa de sus seres queridos sin mayor pretensión que la de recibir el afecto de los que la rodean.
Esta señora podríamos definirla por su humildad, su carácter amable y la sencillez en su forma de vida. Siendo la visita semanal a la peluquería, el mayor de sus tics sibaritas. Todo un ejemplo de cordura en estos tiempos que corren.
La maruja, sin embargo, es un ejemplar que inexorablemente va camino de la extinción. La incorporación de la mujer a la vida laboral, el cambio de rol -¡qué expresión más políticamente correcta, oiga!- del género femenino en la sociedad y la creciente complejidad de nuestro mundo, están acabando con la cálida, servicial y entrañable maruja. En su lugar se abre paso con fuerza en la jungla social un nuevo personaje con el firme propósito de sustituirla: la maleni.
La maleni es un ser plenamente integrado en la sociedad moderna. No necesariamente tiene que ser ama de casa como fundamento de su condición, es más, de serlo lo niega o hace lo imposible por no parecerlo. Algunas incluso trabajan en los más diversos oficios: esteticién, dependienta en una tienda de ropa rápida o hasta celadora en una clínica de cirugía plástica a crédito. Es decir, estamos ante una mujer profesional, independiente, segura de si misma… y cualquier otro tópico digno de los mejores presentadores de las pasarelas de los años 70.
En contra del conservadurismo propio de la maruja, la maleni es un ejemplar mucho más progresista y, por tanto, tiene inquietudes mucho más allá de las propias de buscar la excelencia en la ejecución de las tareas domésticas. De este modo, la maleni es una gran conocedora del mundo de la moda, si bien este conocimiento no se ve reflejado en su indumentaria. Y es que la maleni tiende más a imitar a sus ídolos televisivos, verbigracia Belén Esteban y Terelu Campos, antes que innovar y recubrirse de prendas que pudieran no causar sensación entre los selectos círculos sociales en los que se desenvuelve habitualmente.
A la maleni también le gusta viajar. Recordemos que los viajes son la quintaesencia de la sociedad moderna. Si no se está un poco viajado, no se puede despuntar en los influyentes grupos que frecuenta cualquier maleni que se precie. Por ejemplo en feisbuk. Porque la maleni tiene que tener su cuenta reglamentaria en la red social por excelencia y promulgar urbi et orbe su agitada agenda social. De esta forma el resto de la tribu puede perpetrar comentarios tipo “q bien q te lo montas wapa!!!”, en referencia a la foto con la piña colada, las trenzitas y un envidiable rojo carabinero en Cancún.
Las diferencias entre ambos personajes los podemos percibir en cualquier ámbito de la vida. Por ejemplo en la cocina. La maruja es fiel a la cocina tradicional. Con un poco de carne picada y unos ingredientes más, hace unas extraordinarias albóndigas; o unas exquisitas croquetas con los restos del cocido del día anterior. La maleni, más proclive a la comida precocinada, cuando se sumerge en la cocina requiere de toda clase de ingredientes exóticos, traídos de los rincones más insospechados del globo terráqueo, para poner encima de la mesa un plato medianamente comestible. Lógicamente estas sofisticadas viandas tienen que tener nombres a la altura de tan elaborada creación, como ejemplo los arrasadores cupcakes, que vienen a ser las magdalenas de toda la vida.
Como vemos esta suerte de sustitución entre especímenes de nuestra fauna social, no es una mera cuestión de matices. Mientras que la maruja es una persona con pocas pretensiones, la maleni representa justamente lo contrario. Refleja la maleni a esa clase media con pretensiones nacida al albur de los años del ladrillazo que se instaló para no marcharse y eso que pintan bastos. Se trata, por tanto, de la personificación de la elegancia perdida.
P.S. Mi agradecimiento a Raquel a volver a perpetrar un artículo ante el evidente abandono al que las musas de la inspiración -¡cursilada al canto!- me tenían sometido.