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¿Marxismo en el siglo XXI?

Publicado el 24 noviembre 2014 por Gabrielfp19
El pasado 17 de noviembre, el diario francés L'Express publicó una entrevista a Jürgen Habermas. La entrevista no descubrió nada insospechado del viejo profesor. De Habermas ya conocíamos el análisis que realiza del marxismo y del materialismo histórico como estructura interpretativa de la realidad capitalista postmoderna (por lo que sé, este es un rasgo compartido por la denominada Escuela de Frankfurt, desde Horkheimer a Habermas, y la denominada Teoría Crítica). También recordamos su reivindicación de la desobediencia civil como una forma legítima para remover conciencias ante la injusticia, y que, además, solo puede tener un fin último: reivindicar y ganar más democracia. En definitiva, es un filósofo crítico con las estructuras económicas y políticas actuales, un pensador que nos ofrece un planteamiento ligado a la izquierda y plenamente democrático. Pero volvamos a la entrevista. Habermas comienza constatando dos evidencias: primera, el euroescepticismo aumenta como ideología refugio en tiempos de crisis; segunda, en la actual Europa las desigualdades se hacen más profundas, incluso en aquellos países que a priori parecen más fuertes, como es el caso de Alemania. A partir de aquí, ¿cuál es la solución que nos propone Habermas? Simple: más Europa.
Para Habermas, la liberación del mercado financiero mundial y la voracidad con la que se comporta, están poniendo en peligro los sistemas de cobertura social en el viejo continente. Durante la crisis actual, los estados se han visto incapaces de hacer frente a la presión del capital y han sucumbido con facilidad a esa presión (recordemos aquí, a título de ejemplo, la reforma del artículo 135 de la Constitución Española propuesta por Rodríguez Zapatero y apoyada por PSOE y PP, en 2011, después de recibir la fuerte presión de los mercados y de la UE). Alemania ha sido quien ha vehiculado esa presión dentro de la Unión Europea como consecuencia de la ideología conservadora de su canciller Angela Merkel y de su posición dominante en Europa. La deuda pública española, griega, irlandesa o portuguesa, pero también la italiana o la francesa, han sufrido el acoso de los mercados sin que sus gobiernos pudieran hacerles frente. Los estados europeos han estado, literalmente, en manos del capital. Solo la intervención del BCE y de su presidente Mario Draghi consiguieron rebajar el interés de las deudas soberanas y aliviar el creciente gasto por el pago de esos intereses. Dicho de otra manera: lo que los estados por sí solos no pudieron, sí lo pudo el BCE, es decir, una entidad supranacional europea.
En otro momento de la entrevista de L'Express, señalaba Habermas un hecho curioso. Por un lado, Alemania sigue obstinada en las políticas de ahorro y control presupuestario, mientras que Francia parece reclamar inversión y políticas de solidaridad, pero, a pesar de esta divergencia, tanto en un caso como en otro se reclaman políticas conjuntas desde la UE, es decir, políticas supranacionales que puedan hacer frente al acoso de los mercados financieros. Es como si Alemania y Francia hubieran comprendido que nada pueden hacer por sí solas y que solo una Europa unida puede salvar a Europa. Sin embargo, no parece que nadie esté dispuesto a renunciar a parte de su soberanía estatal para reforzar así la UE. Los estados quieren más Europa, pero no quieren menos estado. ¿Cómo salir del atolladero al que nos aboca esta contradicción? Para Habermas vuelve a estar claro. Solo podremos salir de esta situación con un diálogo abierto sobre el futuro de la Unión Europea que supere el derrotismo y refuerce sus estructuras, un diálogo sincero y sin miedos que afronte abiertamente los retos ante una economía globalizada. En definitiva, construir y ahondar en la idea de Europa.
Pero el problema de la desigualdad necesita, además, ser analizado en detalle. Según el Director General de Oxfam-Intermon, José María Vera, España es el segundo país más desigual en la UE y, además, es un pésimo ejemplo en la lucha contra la pobreza. En España se ha sufrido con mayor virulencia las consecuencias de la crisis, sin duda por las políticas conservadoras del Partido Popular. Aunque también es cierto que en toda Europa han aumentado las desigualdades entre unos cuantos ricos y una gran mayoría que sufre los vaivenes económicos. Así pues, en el primer mundo también aumentan las desigualdades, pero, ¿por qué? Thomas Piketty, el economista francés autor de "Le capital au XXI siècle", explica este hecho: el crecimiento de las rentas del capital siempre es mayor que el crecimiento económico o el de las rentas provenientes del trabajo. Así pues, en un escenario de crisis en el que las rentas del trabajo están en retroceso y el paro aumenta en algunos estados hasta niveles insoportables, las rentas del capital siguen aumentando y enriqueciendo a una parte de la población que solo debe especular y recoger beneficios. La brecha de la desigualdad se hace más ancha y honda. ¿Qué propone Piketty ante esta evidencia? Aumentar la inversión en educación y en desarrollo del conocimiento, además de un impuesto global y progresivo sobre el patrimonio a nivel mundial. Insisto: a nivel mundial. Para Piketty el problema de la desigualdad no se puede afrontar desde cada uno de los estados, ésa es una guerra perdida. El capital navega por el mundo sin que las fronteras puedan limitar su acción y su poder. Las políticas impositivas deben tender cada vez más a ser globales y a gravar la acumulación de bienes y capitales para redistribuir la riqueza y dinamizar la economía. En una entrevista publicada por el diario El País el pasado 15 de octubre, afirmaba Piketty sobre Europa: "Debemos dar un salto importante, hacia la mutualización de las deudas públicas nacionales, hacia la unión fiscal, hacia la preponderancia de la inversión por encima de la preocupación sobre el nivel del déficit presupuestario". Dicho de otro modo, Piketty también reclama más Europa.
Ni Habermas ni Piketty son comunistas. No seamos tan simples como para reducirlo todo a categorías de parvulario. No se trata de eso. Se trata de saber si es posible analizar críticamente el sistema económico actual para poder superar así las desigualdades y las injusticias sociales. Y parece que sí. Tanto a Habermas como a Piketty les preocupan estos problemas y quizás ellos nos señalan el camino hacia un nuevo pensamiento de izquierda capaz de oponerse al dictado del capital. Más Europa es la receta que reclaman dichos autores, emborronar las fronteras nacionales para buscar un horizonte común en Europa. Quizás esto se parezca en algo al viejo ideal de la izquierda: la internacionalización como respuesta a un enemigo común, el capital. Sin embargo, y como para contradecirles, en la Europa actual el euroescepticismo crece. El euroescepticismo y el nacionalismo. Preguntado por su parecer sobre el aumento de las reivindicaciones nacionalistas en Europa, afirma Habermas que este sentimiento nacional responde precisamente a la creciente desigualdad social y a la inseguridad que provoca la crisis económica. En una situación de crisis, los prejuicios entre naciones crecen y los populismos de derecha encuentran un caldo de cultivo perfecto para engordar en votos. Nosotros lo podemos observar más de cerca en los comportamientos de la derecha nacionalista española o en la euforia del nacionalismo catalán. Para todos ellos, la nación necesita de salvadores que rescaten sus bolsillos ante un poder siempre extranjero y malévolo. Las fronteras familiares, culturales o idiomáticas, nos dan la seguridad que un mundo globalizado y en crisis no perecen ofrecer. Habermas llega a asimilar a los diferentes partidos nacionalistas europeos con el Front National en Francia. En todo caso, para Habermas está claro que ni el ensimismamiento nacionalista ni el inmovilismo de los estados puedan ser la solución. Para él, Europa debe ser el horizonte futuro.
Así pues, en un momento en que la izquierda parece buscar ideas sobre las que proponer nuevos horizontes, Europa y la superación de las fronteras del estado-nación pueden ser el nuevo reto. Aunque, como ya hemos visto, no podemos aceptar cualquier Europa ni a cualquier precio. Es ahí donde la izquierda debe construir un discurso propio. ¿Qué Europa queremos? Siguiendo a Habermas, quizás deberíamos reivindicar definitivamente un ámbito de debate público abierto europeo, un ámbito en el que los ciudadanos europeos definamos y podamos defender nuestros derechos y libertades con la única herramienta de la razón y el diálogo, libres de cualquier presión de poder y superando los prejuicios que no nos dejan crecer en equidad y libertad. Debemos recuperar el papel innovador y progresista que en muchos momentos de la historia tuvo Europa. Encontrar y defender ese ámbito es, quizás y de manera urgente, el reto de la nueva izquierda. Ése es, quizás, el reto del marxismo del siglo XXI.
Gabriel Fernández Paz

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