Revista África

Más allá de la burocracia...

Por En Clave De África

(JCR)
Alice no está de acuerdo con el aforismo que afirma que fumar mata. Unos minutos antes de que se declarara el terremoto de Haití, hace tres años, salió de la oficina Más allá de la burocracia...de Naciones Unidas donde trabajaba en Port-Au-Prince para fumar un cigarrillo y apenas lo había encendido cuando la tierra tembló y el edificio de donde acababa de salir se derrumbó como un castillo de naipes matando a 130 empleados, sus amigos y colegas de trabajo, que se encontraban en su interior. Esta mujer corpulenta y siempre sonriente, natural de Cabo Verde, está a punto de jubilarse y cuando habla de la ONU enumera los países donde ha trabajado: Angola, Mozambique, Liberia, Sierra Leona… todos ellos lugares conflictivos. Cuando estoy en Bangui y acudo a su despacho, repleto de ceniceros, para que me firme los documentos de seguridad que me hacen falta para viajar disfruto escuchando a esta veterana de misiones internacionales, con quien entre muchas otras cosas comparto aficiones por la música de su desaparecida compatriota Césarea Evora.

Siempre había aborrecido la burocracia, hasta que llegué a la República Centroafricana para trabajar en Naciones Unidas. Vivo en Obo, a 1.200 kilómetros de la capital y por el momento estoy solo en un lugar donde aún no hay sede oficial de la ONU y me hospedo en la parroquia. Allí tengo la responsabilidad de representar a la ONU en esa zona devastada por la temible guerrilla del LRA. Cada seis o siete semanas acudo a Bangui para participar en reuniones y recuperarme un poco. En Obo no hay más burocracia que la que me quiero imponer yo a mí mismo, pero cuando, en la sede de la capital, me di cuenta de que tenía que pasar por diez despachos diferentes para obtener un simple documento comencé maldiciendo el tiempo que perdía. Al poco tiempo, sin embargo, me di cuenta de que podía ser una gran oportunidad de conocer a mucha gente y hacer nuevos amigos. Cuando alguien de la administración, de la seguridad, de comunicaciones o de recursos humanos te dice que te sientes y esperes no te dejan en silencio y te entretienen con una charla siempre interesante y llena de calor humano. Son las ventajas de tener compañeros de trabajo africanos y que además han recorrido mucho mundo, como si se tratara deun microcosmos del continente.

Samar, la simpática eritrea que me entrega los cheques (ojo, siempre hay que llevarse bien con quien te da el cheque, sea quien sea, ¿de acuerdo?), me cuenta lo impresionada que le dejaron los años que pasó en Liberia y me pregunta mucho por Uganda porque, según dice, su sueño sería trabajar allí. Gladys, de Ghana, que ha pasado muchos años entre Irak y Afganistán, encargada de la oficina de asuntos de la mujer, me pregunta siempre por lo que pueden hacer para mejorar la condición de las mujeres de Obo. Jean Francis, un camerunés inteligentísimo, uno de mis jefes de la sección política, conoce la guerrilla del LRA de primera mano al haber acompañado a su antiguo jefe, el ex -presidente mozambiqueño Joachim Chissano, a negociar con Joseph Kony en la selva de la Garamba durante el tiempo de las conversaciones de paz de Juba. Eddie, centroafricano, se desvive en atenciones conmigo para asegurarse que siempre tenga mis visados en orden.

Marcel, un abogado congoleño que trabaja en la sección de derechos humanos ayuda a los Hermanos de la Caridad en el proyecto que han empezado hace apenas dos años para que los enfermos crónicos de las prisiones del país disfruten de condiciones más dignas. Papienne, de Burundi, fue durante tres meses como nuestra madre que siempre se preocupaba hasta el más mínimo detalle de que mi compañero y yo tuviéramos todo lo que necesitábamos para sentirnos a gusto en la oficina. Margaret Vogt, la representante especial (la jefa, para entendernos) es de Nigeria y tiene ya más de 60 años. Durante mucho tiempo fue profesora en la principal academia militar de su país, y se le nota que sabe poner en vereda a un batallón si hace falta. Sabe organizar, escuchar y tomar decisiones difíciles, nos conoce a todos por el nombre, siempre quiere saber cómo nos encontramos y se las arregla para invitar a los más de cien empleados de la misión por turnos a cenar en su casa. La mujer tiene una gran visión de temas de política africana, transmite autoridad moral y sabe utilizarla discreta y eficazmente cuando hay problemas serios en el país y acude a cualquier hora del día o de la noche para intentar calmar las aguas en algún lugar de las altas esferas donde está a punto de concebirse un estropicio.

Uno de los compañeros que más me impresionan por su humildad y su espíritu de servicio es un militar de Burkina Faso y está en el despacho de al lado. La primera vez que llegué al aeropuerto de Bangui procedente de Obo me encontré solo y llamé a mi jefe para preguntarle si llegaba alguien a buscarme. “Ahora mismo se presenta allí el coronel”, me respondió. A los quince minutos estaba allí el coronel Dauda Milogo, de riguroso uniforme, un burkinabé simpático y sencillo a quien me cuesta imaginarme dando órdenes a una compañía de soldados, llevándome la maleta e introduciéndome en el coche mientras me preguntaba a dónde quería que me llevara. Ni harto de vino me habría yo imaginado que un día vendría un coronel a ofrecerme sus servicios de chófer para lo que gustes, hermano, que para eso estamos aquí, para ayudarnos. El coronel Milogo trabaja en la desmovilización de antiguos rebeldes y se siente orgulloso de las armas que ha podido recoger y destruir en varias partes de la República Centroafricana, un país inestable donde no han faltado nunca grupos rebeldes de diverso pelaje que, con ayuda de la comunidad internacional, se intentan desmovilizar para que sus miembros ocupen su tiempo en ocupaciones más productivas.

Desde finales de mayo de este año este es mi nuevo ambiente de trabajo, por lo menos cuando vengo cada pocas semanas a Bangui. Me encantan mis compañeros y ellos me transmiten que debajo de la burocracia que a veces puede parecer estéril hay personas con experiencia, conocimientos y dedicación que tienen la capacidad de representar a la comunidad internacional en uno de los muchos países que se sostienen con pinzas. Si sigo sentándome a charlar mientras espero que me firmen el sinfín de documentos que necesito para mi trabajo diario, Alice llegará a convencerme de que fumar no es malo para la salud. De momento yo, aunque la comprendo infinitamente, no me dejo enviciar.


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