¿Habría existido el 15M si hubiera hecho de la “auto-ubicación” ideológica un carnet de entrada exigido a la puerta de las plazas? ¿Tiene sentido insistir en el eje “derecha-izquierda” cuando uno de los dos partidos del régimen en España lleva en su nombre el adjetivo “socialista”?¿Es de izquierdas el sindicalista que levanta el puño y canta la Internacional saliendo del juzgado donde ha sido imputado por el caso de los ERE?¿Es de derechas igual la iglesia de base que la jerarquía? ¿Es igual de derechas el Papa Francisco que Benedicto XVI o Juan Pablo II?¿Putin es de derechas o de izquierdas? ¿Tienes que cargar por ser de izquierdas la responsabilidad de Stalin, Pol Pot o de los que han puesto coches bomba en un Centro Comercial? ¿Es de izquierdas el que está a favor de acabar con los medios privados de producción pero desprecia a las mujeres, a los inmigrantes o devasta el medio ambiente? ¿No nos ubica con más “confusa claridad” hoy, en la crisis del modelo neoliberal, saber quién está arriba y quién está abajo? ¿No es más sencillo saber si echamos nuestra suerte con los de arriba que con los de abajo? No es nada fácil responder. Tampoco para la ciencia política. Porque es más fácil saber quién es derechas que quién es de izquierdas. Porque todos somos, de una manera u otra (que se lo pregunten a las mujeres o a los inmigrantes), bastante de derechas.
Es cierto que cuando alguien dice que no es ni de derechas ni de izquierdas, casi siempre habita ese lugar del egoísmo, de la apuesta por el orden antes que por la justicia, de la defensa del privilegio, la cobardía o la pusilanimidad que hemos identificado históricamente como “derecha” (he dedicado a esto casi todo un libro). Pero definir qué es la izquierda ha difuminado en exceso los contornos. Si alguien quiere seguir teniendo una presencia social de secta en España, sólo necesita insistir con verdad de catecismo en que sólo hay salvación en la pureza ideológica. Hay que revertir casi medio siglo de desarticulación ideológica. Un sentido común sólo se combate con otro sentido común que se cuele por los intersticios. Si la letra no entra con la sangre, la ideología tampoco. En esa enseñanza, es tiempo más de poetas y músicos que de ideólogos. De emociones que desvistan la razón. No es que no hagan falta ideas, sino que para desaprender todo lo que hay que desterrar hace falta convencer y no vencer. Tiempo de persuasión. Por eso, no tiene sentido de futuro ningún proyecto político que no le regrese a la gente toda la política delegada en las últimas décadas. Acertó Podemos al hacer de las primarias el punto de arranque de su proyecto.
Como en el 15M, los que tengan todo muy claro que den un paso atrás para que los que más necesidades ideológicas tengan puedan servirse su propio plato. De lo contrario, por mucho que se den en las espaldas con látigos curtidos en los viejos almacenes de la izquierda, estarán sembrando la hegemonía de esa derecha que creen combatir. Cosas de estos tiempos de confusión donde parece que sólo la derecha sigue teniendo las cosas claras.