Esta historia podría estar basada en hechos reales aunque no lo esté, y nos la podríamos aplicar muchos de nosotros, porque desgraciadamente es más habitual de lo que pensamos.
A veces ocurre que conocemos a alguien, nos casamos sin saber muy bien lo que eso conlleva y, muy ilusionados, montamos una casa. La decoramos hasta el más mínimo detalle, sin preocuparnos precisamente de esos detalles que sí deberían importarnos como la complicidad entre tú y tu pareja, el grado de confianza, el deseo mutuo o la atracción verdadera.
Nos dejamos llevar hacia el altar empujados por la rutina, las conveniencias, las ganas de salir de la casa paterna o, simple y llanamente, porque es el siguiente paso a dar. Y entonces vienen los problemas…
Lucas y Silvia eran novios desde el instituto: de clase media alta, ambos con planes de futuro, estudios universitarios y ganas de formar una familia.
Silvia estaba criada entre algodones en el seno de una familia conservadora y muy religiosa, en un ambiente bastante estricto. Lucas creció como único hijo varón de una familia de comerciantes muy adinerados: con estudios en el extranjero y bastante más libertad. Aquello anunciaba boda por todo lo alto y en un corto espacio de tiempo. Justo lo que tardaron ambas familias en conocerse.
Lucas adoraba a Silvia y Silvia bebía los vientos por Lucas.
Todo ocurrió como “debía de ocurrir”. Pasaron diez años de matrimonio y su día a día se convirtió en algo tan vacío como el tiempo que estaban solos el uno con el otro. Llenaban sus agendas con quedadas de amigos o con comidas familiares sin darse cuenta que, sin esos eventos anotados en sus cuadernos, un hondo silencio lo ocupaba todo. Un silencio espeso y gris que ninguno de los dos sabía cómo despejar.
Lunes, 07:00h.
—”Otra noche durmiendo arrinconado. Hay que ver lo que se mueve el niño en la cama, pero al menos me abraza al girarse y recibo algo más de cariño que unos pies fríos que buscan un remedio rápido —que no un roce con posibilidades—.
Ducha dada y café tomado. Parecemos habitantes de un piso de Erasmus que se hablan en idiomas distintos. Tengo ganas de salir de casa de una vez. Me matan los silencios incómodos y el ostracismo que se ha instalado en lo que antaño fue un hogar. Aún así, la sigo queriendo. Me la cruzo por el pasillo y es inevitable intentar rozarla, darle un beso casto, hacerle un gesto… pero pasa de mí como de la mierda. Con lo que me pone y con lo que yo la deseo en el fondo…
En fin: me voy. Si al regresar no atisbo un mínimo cambio de actitud, voy a empezar a pensarme en serio si prolongar esto tiene algún sentido. Comienza a apagarse mi vela y la paciencia no es eterna.”
—”Siete de la mañana en el reloj. Lo apago casi sin abrir los ojos. De nuevo la cama vacía a mi lado. Llevo cerca de seis días seguidos sin dormir con él. Seguramente ha dormido con Edu en su camita, o saldría a correr… No sé.
Edu vestido y desayuno casi acabado. Termino de recogerme el pelo frente al espejo del recibidor. Mi marido pasa tras de mí, me besa en la cabeza y sale de casa casi sin hacer ruido.
Me siento sola. Miro a Edu que me guiña su pequeña carita haciendo muecas y sonrío, ¡hay que empezar la semana!”
14:30h
—“Vaya mañanita de trabajo. Lo que viene siendo no parar. Quedé en recoger yo a Edu del colegio pero estaba en la otra punta de la ciudad y he tenido que wasapearla sobre la marcha: menudo cabreo tendrá ahora cuando entre en casa. Justo lo que me faltaba.
Yo entiendo que también ella tiene sus movidas y sus obligaciones, pero ¿qué puñetas hago? No puedo estirar más el día de lo que ya lo intento, ni todavía tengo el don de la ubicuidad. Hago lo que buenamente puedo. Lo peor es que, si la cosa ya estaba tensa, la tarde va a ser de órdago. Me la tendré que reservar entera con el niño porque si no voy a salir hasta en los papeles de los churros, aunque mañana tenga más carga de curro. Esto es la pescadilla que se muerde la cola.
Llave en la cerradura. Suspiro profundo y a ver lo que me encuentro… ¡Hola!”
—“Lucas llega de trabajar como si los demás estuviésemos de vacaciones, me frustra mucho que sea siempre yo la que tenga que dejar de hacer lo que sea que esté haciendo para salir corriendo a por Edu. Es como si la responsabilidad fuese siempre mía, y en exclusiva.
Terminamos de comer juntos los tres en la cocina y aún sabiendo que no estoy receptiva me busca la vuelta para irnos a la cama juntos. No piensa en otra cosa que no sea sexo. Sé que se masturba frente al ordenador, he visto el historial del buscador y me da auténtico asco. Me callo, siempre me callo estas cosas. Me da miedo que vuelva a echarme en cara que no tenemos relaciones.
No las necesito. Me incomoda. No me apetece. A veces me siento un poco violenta. Cuando se empeña en bajar entre mis piernas y utilizar su boca sobre mí… no me gusta. Me siento mal. Ojala no tuviera que auto obligarme a esos encuentros. Todo sería mucho más sencillo si elimináramos el sexo de nuestro día a día.”
21:00h
—“Bueno, pues día echado. Uno más y uno menos. Al final la tarde no ha sido tan dramática como la esperaba. Pura y dura indiferencia nada más.
Intenté acercarme a ella una vez más después del almuerzo, pero está muy claro que no le apetece. Es más: creo que he dejado de gustarle.
Llevo todo el día dándole vueltas a qué hacer y esto me consume por dentro. Ni rindo en el trabajo como debería, ni me siento bien interiormente, ni encuentro en ella lo que yo necesito a diario, pero después de lo que he luchado en esta vida para tener lo que tengo, me niego a perderlo todo porque haya dejado de desearme. No quiero ser otro divorciado más de los que se quedan tirados en la calle y ven a su hijo cada quince días: lo quiero demasiado y sé cuánto nos necesita a los dos.
Tendré que buscar fuera lo que ya no me dan en casa y callar, porque al final la vida en pareja parece ir más de callar que de contárselo todo. Imagino que esto no es lo que ninguno de los dos pensábamos que sería, pero las circunstancias cambian como cambian las personas.
Vamos levantando paredes donde antaño había espacios diáfanos para compartir, y al final nos transformamos en oscuros y rutinarios personajes encerrados en pequeñas estancias de supervivencia que nos acotan lo que jamás imaginaríamos que podíamos ser.
Si ella es capaz de sobrevivir enclaustrada entre sus paredes yo también seré capaz de buscar soluciones más allá de mis muros.”
P.D. Dedicado, como honda reflexión, a todas aquellas parejas que aún tienen en su mano la posibilidad de coger un mazo, derribar los muros que ellas mismas han levantado y mirarse a los ojos buscando soluciones.
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