Revista Libros
John Erhard, esperaba a su prometida en el salón de visitas de la casa grande. Era un sitio esplendido con pisos de madera reluciente, muebles de cedro impecable, muy lujosos, tenía ventanales amplios desde donde se veían las muchas tierras de las que los Fox, se sentían muy orgullosos. Oh si, como disfrutaría cuando esas tierras fueran de él, o por lo menos una parte de ellas, ya que la otra parte tendría que repartirla con el imbécil de su hermano y con la estúpida niñita malcriada que tenían por hermana menor.Miró los esclavos y los sintió desde ya, suyos, Los Fox tenían más de 200 esclavos para sus cultivos de tabaco y algodón. Eran famosos en New Orleans, por su riqueza. El fin de semana pasado había estado con el padre de Beth y habían recorrido la plantación. El hombre le mostraba sus tierras muy orgulloso, pero John sabía que también lo hacía porque quería darle a entender que si se casaba con su hija, sería dueño de una parte de todo eso y para ser sinceros, ya Beth estaba un poco quedada. La que la mayoría de las chicas casaderas, contraían matrimonio desde los dieciséis años. Se imaginó que su padre también lo pensaba y ahora estaba tratándole de comprar a su hija un buen marido, y cualquiera que tuviera dos dedos de frente querría casarse con una mujer hermosa, virtuosa, fértil y de buena familia, que además fuera rica. Recordaba cómo había visto los hermosos campos de algodón y tabaco, toda la casa grande estaba rodeada de árboles de roble. Eran dueños de más de mil acres de tierra que comprendían cuatrocientos acres de tierras altas y el resto eran pantano, lo que les favorecía, ya que nunca le faltaba agua a los cultivos. Mientras que otros dueños de plantaciones sufrían en el verano por la escasez del precioso líquido y muchos cultivos se secaban, los Fox tenían las mejores cosechas de Nueva Orleans y siempre su situación económica era boyante. La casa grande era una mansión, de la cual se decía que el padre de Thomas Fox, había estado al pendiente de cada uno de los materiales con los que se construiría la gran edificación. La construcción duró cuatro años y él había empezado antes a recopilar la madera de ciprés para luego curarla debajo del rio por cuatro años, después era cortada en planchas y secada. La característica más notable de esta madera era la durabilidad y resistencia a las termitas. Los ladrillos con los que habían hecho la casa, se cocían en los hornos de los esclavos y el diseño de la gran mansión estuvo a cargo de un reconocido arquitecto, que gustaba mucho de darle cierto estilo griego e italiano a sus obras. Si, definitivamente la íba a pasar muy bien en esa plantación. —Buenas tardes, señor Erhard. —dijo una voz con marcado acento sureño, que interrumpió sus pensamientos.—Buenas tardes, señorita Fox. —le dijo quitándose el sombrero. —Está usted muy hermosa. —Gracias. —le respondió sin entusiasmo. —Por favor tome asiento.Ella se sentó y él lo hizo a su lado, más cerca de lo debido.— ¿Hace una tarde calurosa verdad?—Ciertamente. En estos días la temperatura ha subido mucho. ¿Le gustaría una limonada?—Me encantaría. —le respondió él, admirando su belleza. Sus ojos azules eran muy expresivos, sus pechos generosos, resaltados por lo profundo de su escote y esos hermosos labios, lo habían tenido loco desde hace mucho tiempo. El único problema era que siempre había sido la favorita de la sociedad y la que más pretendientes tenía. Era joven y podía darse el lujo de escoger. En ese entonces nunca lo volteó a mirar, pero cuando el tiempo pasó y ella no se decidía por uno de los muchos interesados, el empezó a vislumbrar la posibilidad de que la famosa Bethany Fox, fuera para él. Era una chica orgullosa, eso le gustaba, pero en cuanto se casaran íba a educarla para que fuera más obediente. A veces era necesario darles unos cuantos golpes a las mujeres, para que entendieran quien era el que mandaba. Era lo mismo que sucedía con las yeguas, unos cuantos azotes y caminaban derecho. Su padre lo había hecho muchas veces con su madre y el resultado no podía haber sido mejor. Ella era una mujer sumisa, como debía ser, callada y obediente. Muchas veces su padre se íba con su amante a desfogarse y ella lo entendía perfectamente, lo esperaba y cuando llegaba, ordenaba un copioso desayuno para él y le preparaba un baño.Ella se veía poco dispuesta a recibirlo y él sabía en lo que se metía cuando le dijo a su que sí, a su propuesta de que se unieran las dos familias a través de un matrimonio entre ellos. De todas formas no le afectaban para nada sus desplantes.Cuando llegó la limonada y el pastel de manzana, los dos se dedicaron a comer en silencio.— ¿Le gustaría dar un paseo? —decidió preguntarle a ella.—Suena agradable, podríamos ir al jardín o al hibernadero.—Muy bien, entonces ¿Vamos? —le dijo ofreciendo su brazo.
Jeremiah estuvo todo el tiempo pensando en Beth, mientras trabajaba solo la veía a ella y a su hermoso cuerpo saliendo del agua. Se preguntaba cuando la vería nuevamente, faltaban tres días para el domingo y el no creía aguantar tanto. Le gustaba oir su voz, la manera suave y lenta en la que hablaba, el cuidado con el que hacía cada cosa. Quería volver a verla, esa noche no pudo contenerse y fue a buscarla a la casa grande, pero ella estaba en su habitación. Sabía que ella lo había visto y se sintió feliz, cuando no lo acusó con el amo, por estar mirando a su ventana. Estuvo mirando por un buen rato hasta cuando ella se alejó de la ventana y luego se fue a su choza, pero por lo menos ya sabía cuál era su habitación.— ¡Jeremiah! —le gritaron. El se sobresaltó y se volteó a mirar. Ezequiel estaba junto a él, mirándolo con odio.— ¿Estás pensando en algo agradable? —No. Estaba trabajando como todos. —le dijo.—No seas mentiroso negro. Te vi con la mirada perdida, no trabajabas para nada. —le dijo con rabia. —hablaré con el amo de ti, vamos a ver qué opina él de tu pereza. —se alejó de allí y fue a molestar a otros esclavos.Una hora más tarde lo mandaron llamar de la casa grande. Cuando estaba llegando escuchó a dos personas hablando, un hombre y una mujer. Las voces llegaban desde el hibernadero, pero lo que más llamó su atención, fue la que la voz de la mujer se parecía mucho a la de Beth, de manera que se acercó. Vio a una pareja hablando, el hombre estaba muy cerca de ella y le tomaba la mano para besarla. Ella se alejaba y seguía caminando consciente de que él la seguía. De repente el hombre la tomó por el brazo y le dijo algo que la hizo ruborizarse y mirar hacia otro lado. Jeremiah se acercó un poco más para saber de lo que hablaban.—Bethany…Señorita Fox, déjeme demostrarle mi verdadero afecto hacia usted, deme la oportunidad de cambiar la opinión que tiene de mí.—No necesito cambiar mi opinión, yo sé las cosas de las que usted es capaz, vi lo que le hizo a la pobre Emily. Porque todo el mundo habla de ella, pero nadie dice nada de usted que es el culpable de su deshonra.El la miró sorprendido, pero enseguida lo disimuló.—No sé, lo que le habrán dicho, pero tiene usted la versión equivocada de lo que sucedió con la señorita Dickinson. —le dijo aparentando confusión. —Le garantizo que si oye mi versión de los hechos quedará más tranquilas en cuanto a sus dudas con respecto a mí.—No quiero escucharlas señor Erhard. Mi padre quiso que no fuera descortés, pero la verdad es que yo no veo futuro en un compromiso con usted. Pienso que los hechos hablan mejor que las palabras y usted ya ha hecho demasiado para demostrarme qué tipo de persona es. —se dio la vuelta para irse.En ese momento sintió que la halaba por él brazo y la besaba a la fuerza, golpeándola en la boca, hiriéndola. Tan rápido como sucedió, dejó de pasar. De un momento a otro John Erhard, ya no estaba sobre ella, pegando sus labios a los suyos, sino que estaba del otro lado del hibernadero inconsciente. Se quedó aterrada pensando que había sucedido, y en ese mismo instante sintió que alguien le tocaba la mano. Se asustó y se alejó, solo para ver que no había ningún peligro. Jeremiah era quien estaba a su lado y la miraba preocupado.— ¿Está bien ama? —le preguntó, casi sin poder reprimir la ira que lo consumía.—Sí…sí Jeremiah, estoy bien. —le dijo temblando. —No has debido hacerlo, ese hombre es poderoso y sabes que el pegarle a un blanco tiene pena de muerte. —Lo sé, pero ese hombre íba a hacerle daño y no podía quedarme sin hacer nada.—Yo puedo defenderme sola, el no íba a propasarse conmigo, en mi propia casa.—Con todo respeto ama, si él hubiera querido aprovecharse de usted y luego comprometerla, este era el sitio para eso.Una vez más ella se quedó pensando en su inteligencia, en su manera de ver las cosas y le agradeció a Dios, que él hubiera llegado en ese momento. Ella no sabía en realidad lo que John quería, ya que no había pasado de un beso forzado, pero con la fama que tenía, no le parecía extraño que quisiera propasarse para que después ella tuviera que casarse.—Llamaré a mi padre. —le dijo nerviosa. Por favor vete, a lo mejor no te vio y si me preguntan, yo no diré que fuiste tú.—No señorita, diré que fui yo, que la estaba defendiendo de ese desgraciado que le estaba haciendo daño.—No seas terco Jeremiah, te estoy dando una orden. ¡Vete! —le dijo con rabia.—Está bien, pero si se mete en algún problema, hablaré. —le dijo antes de salir del hibernadero.Beth, esperó que él se fuera y se echó a llorar por los nervios, se acercó a John y vio que respiraba. Gracias señor, no está muerto. Cuando tocó la cabeza vio que había sangre y tenía una herida grande a un costado de la cabeza. Salió corriendo a buscar a su padre.