Jeremiah tuvo la cabeza baja todo el tiempo, lo hacía en parte para poder enterarse de todo lo que ellos decían , sin que Dawson se diera cuenta de que él escuchaba detenidamente la conversación y en parte para demostrar sumisión y no sentir ese maldito dolor nuevamente en la espalda. No se explicaba cómo sus antepasados habían pasado por ese dolor y habían sobrevivido.
Luego cuando el hacendado les pagó, y los hombres se fueron con los demás esclavos, llamaron a un hombre grande que llegó pronto donde el “Amo” sonriendo.—Isaac, llévate a estos a las barracas y que se bañen y les den comida. Más tarde, llevas al grande, al campo para que comience de una vez con su trabajo, y quítale las cadenas, pero si se trata de escapar pónselas nuevamente. —le dijo señalando a Jeremiah.—Sí amo. —le contestó sonriendo, pero Jeremiah notó que cuando el hombre se descuidó, la sonrisa del esclavo murió.—Vamos. ..Le hizo señas a Jeremiah para que lo siguiera. Caminó detrás de él, ya que no podía seguir su paso por las cadenas y aprovechó para mirarlo detenidamente. Era un hombre grande y muy alto, de piel negra, no un poco más clara como la de él, estaba vestido con camisa de algodón, pantalones y zapatos, también tenía un sombrero de paja. Estuvieron caminando un rato hasta que llegaron a las barracas donde Isaac le mostró cual sería su lugar para dormir, era una esquina en el piso sobre una especie de colchón relleno de paja, le dijo que esperara un momento y cuando volvió venia con ropa y zapatos para él.—Esta es tu dotación, no pierdas nada de esto, porque solo tienes derecho a esta ropa para todo un año. Si la pierdes, lo más seguro es que te castiguen o el amo te deje muriéndote de frío. Cuando comience el invierno, necesitarás estar abrigado. En esa época llueve mucho por aquí y si estás sin camisa y sin zapatos será más fácil que te enfermes.Le dio la ropa y Jeremiah pudo ver que eran una camisa, un pantalón de algodón burdo y un par de zapatos que parecían sandalias.— ¿De quién era esto? Son del un esclavo que murió hace poco, era más o menos de tu tamaño, si algo te queda pequeño me lo dices y la señorita Beth se encargará de eso.La ropa se veía usada pero olía a limpio.— ¿La señorita Beth? —le preguntó Jeremiah.—Sí, la hija del amo.A Jeremiah le sorprendió ver que el rostro huraño del hombre, se endulzaba de veras, al hablar de la muchacha.¿Ella cose la ropa de los esclavos?—Una señorita nunca haría eso. Ella tiene un grupo de mujeres esclavas que cosen la ropa de los demás esclavos cuando hay que remendarla o hay que hacer ropa nueva de verano o invierno.—Parece buena persona. —le dijo pensando en lo que le había dicho Isaac.—Lo es. —le dijo parco. —Ahora vamos, te mostraré donde te bañaras, pero primero te quitaré esas cadenas.Cuando lo hizo Jeremiah sintió un gran alivio y alegría, todavía le dolía pero ya sentía la sangre circular. Isaac, lo llevó hacia un pozo y le dijo que sacara agua y llenara los dos baldes que estaban junto a él, luego que fuera a la caseta que estaba atrás y que se bañara allí, le dio una barra de jabón y se fue. Jeremiah hizo lo que el hombre le dijo y se acercó a la caseta. Era una caseta pequeña donde apenas cabía él, estaba hecha con adobe y techo de paja igual que las barracas, tenía un hueco a manera de ventana, que él se imaginó, era para dejar pasar un poco la luz. Luego de terminar, salió y se encontró a un muchachito que le dijo que lo siguiera hasta una casa que parecía una choza, donde lo esperaba una mujer grande, anciana, que le dijo que se sentara y le dio una vasija hecha de calabaza que contenía un guiso de carne y verduras, le dio un pedazo de pan y agua. La comida le supo a gloria después de dos días sin comer nada. A penas pudo ver el sitio donde se supone viviría con los demás esclavos. Había otro esclavo de los que venían con él, que no quería comer y estaba muy herido con azotes y golpes en la espalda. Vio cuando un hombre le dio un plato de comida y le dijo que si quería volver a ver a su familia tenía que recuperar fuerzas. Eso pareció convencerlo y comenzó a comer, pero en su cara se veía el dolor que sufría por sus heridas. Una anciana entró a la barraca con una vasija, los hombres a su alrededor la saludaron con respeto, no era como el resto de los esclavos, tenía ropas de mejor calidad y tenía un turbante en su cabeza. Tomó un poco de una especie de ungüento que llevaba en la vasija y se lo aplicó a las heridas que tenían tanto el hombre como él, esa cosa ardía como el demonio, pero al rato sintieron que el dolor se calmaba.— ¿Cómo te llamas, hijo?Él le tendió la mano—Mucho gusto, mi nombre es Jeremiah.—La mujer lo miró extrañada un rato y luego como si temiera que le hiciera daño, le extendió muy lentamente su mano.—Saludas como los blancos. ¿Por qué?— ¿Vienes del otro lado?—No sé de qué otro lado me habla. Simplemente así se saluda de donde yo vengo.La mujer levantó una ceja y lo estudió, luego se levantó y se puso a hacer otras cosas.Jeremiah pensó que debía ser más discreto, porque errores como ese que acababa de cometer con la anciana, podían costarle muy caro. Nadie podía saber que no era como los demás esclavos.
Terminaba de comer cuando Isaac apareció en la entrada de la cabaña.—Vamos, se hace tarde y al amo no le gusta esperar.Se levantó y se fueron juntos a él sembradío de tabaco. Era grandísimo y vio que el amo estaba allí, verificando que todos cumplieran con su labor. A él lo situaron al lado de un hombre mayor que se agachaba y cortaba las hojas por el tallo y luego las colocaba en una canasta hasta que la llenaba y un muchacho como de unos quince años colocaba otra canasta vacía, lista para llenar. Le dijeron que lo hiciera igual al hombre y él lo hizo así. Cuando el hacendado vio que ya había aprendido como cortar y recolectar el tabaco, se fue hacia otra parte del sembradío.Estuvo cortando hojas y llenando canastas hasta las nueve de la noche. La espalda le dolía, cuando llegó a la barraca, solo quería acostarse y dormir. Tenía que averiguar la manera de escapar de esa pesadilla.¿Cómo pude equivocarme tanto con esa anciana?Pensaba y pensaba y no lograba entender porque esa mujer le había hecho ese daño. El solo la había ayudado y ella le pagó usando brujería para enviarlo a esta época de porquería donde no era más que un animal, su intelecto no contaba aquí. No podía seguir en este tiempo. Tenía que escapar.A la mañana siguiente, todos se despertaron muy temprano, antes del amanecer y se cambiaron para irse a los cultivos. Las mujeres ya estaban haciendo el desayuno y los hombres se sentaban esperando su ración. Jeremiah todavía se sentía adolorido, como si no hubiera descansado nada, y así se tuvo que levantar y hacer lo mismo que los demás. Cuando estuvo listo comió un poco de pan y algo parecido a la avena, y de allí salió con los demás esclavos a su destino. En los sembradíos había muchachos jóvenes recolectando las hojas de tabaco y luego las colocaban en la canasta, que luego llevaban a la casa donde las colgaban y dejaban secar. A medio día todos se detuvieron, era la hora del la comida, según le dijo el hombre que estaba a su lado. Vio a una mujer pasar al lado de un carro que era halado por caballos, ella les iba dando a cada uno, un guiso espeso con una carne que parecía de cerdo y pan de maíz, los que querían tomar agua, lo hacían de los baldes que habían en el carro. Les dieron una hora de descanso y siguieron trabajando hasta la nueve de la noche. Jeremiah sentía que no podía con su espalda, solo llegó a la barraca y se durmió. Al poco tiempo sintió que lo despertaban y pensó que se había pasado muy rápido la noche y que no había podido dormir mucho.—Jeremiah —lo llamó una voz de mujer, pero él no quería levantarse. Luego lo volvieron a llamar y tuvo que abrir los ojos porque muy en el fondo pensó que si no se despertaba el capataz vendría y lo azotaría.Abrió los ojos, vio a la chica a la que había ayudado cuando venían para la plantación.—Jeremiah. —solo le dijo eso y le extendió el plato con comida.Se dio cuenta de que todavía era de noche y de que se había quedado dormido por el cansancio. Tomó el recipiente con la comida y la dejó a un lado. La chica le hizo señas de que comiera. El notó que no sabía absolutamente nada de inglés.—Comida. —le dijo. Le hizo la demostración lo que significaba la palabra. La chica comprendió enseguida y repitió la palabra.—Co-mi-da. —Bien.— ¿Cómo te llamas? Volvió a hacerle señas, esta vez diciendo su nombre y señalándose a sí mismo, luego la señalaba a ella. La chica no comprendía hasta que por fin, su rostro se iluminó.—Yuma.—Yuma, bonito nombre. — le sonrió.Ella también sonrió y luego se levantó y se fue.El se quedó allí pensando, en esa pobre muchacha separada de su familia, lejos de todo lo que le era familiar y querido, su corazón le dolió por ella. Comenzó a comer y cuando terminó se durmió nuevamente.Pasaron dos días más, era Domingo y supuestamente ese día los esclavos no trabajaban. Él ya tenía la ruta de escape, había visto un pequeño bosque cerca de la plantación y aunque uno de los capataces, no le quitaba la vista de encima, el no le prestó atención, ni se dejó amedrentar, preparó todo, un poco de comida pan que había estado guardando de cuando le daban su ración de comida y una camisa y otro par de zapatos que se había logrado robar.Isaac y un negrero, como se le llamaba a los negros encargados de cuidar a otros negros, le habían dicho que ayudara con el techo de una de las cabañas. En todo ese terreno había barracas divididas donde dormían hasta doce esclavos por cada división, pero también había unas cabañas, con cierta forma de chozas africanas donde también dormían varios esclavos, pero no tantos. La verdad es que donde vivían los esclavos, se parecía a un pequeño pueblo, había herrería, carpintería, había una partera, tenían parcelas pequeñas donde cultivaban yuca y otros tubérculos, además de plátano y también los dejaban ir al río con un supervisor y pescar o recoger camarones, ostras, cazar patos, incluso cocodrilos por lo que había oído. Aún así seguía siendo una vida dura, teniendo en cuenta que no tenían su libertad y que en cualquier momento podían ser vendidos y no en todas las plantaciones el trato a los esclavos era igual que en esta, en algunas, vivían todavía mucho peor.Empezó a ayudar con los quehaceres para no generar sospechas de su escape. Ayudó con las parcelas donde había verduras, quitando los gusanos de los tomates y la maleza, también ayudaba con el techo arreglando los huecos que había en él y que dejaban pasar el frío en la noche. Escuchó desde la parte de atrás de la barraca, una algarabía y niños riendo y gritando. Se acercó a ver lo que sucedía y entonces vio a la hermosa chica que estaba hablando con el hacendado, cuando lo estaban comprando. Sabía que se llamaba Beth, porque escuchó a su padre decir ese nombre cuando la regañaba por estar allí.—Niños, tranquilos. Saben que hay suficiente para todos. —les decía a los niños que la tenían rodeada y que extendían sus manitas para recibir los dulces que ella traía.—Yo quiero uno.—Pero hay que decir por favor. ¿Verdad? —lo miró dulcemente.El niño de unos tres años más o menos, bajó la cabeza y en su hablar balbuceante trato de decirlo.—Po-fa-vo, niña Beth.Ella sonrió y su rostro se iluminó por completo. El pensó que se parecía mucho a un ángel con su andar elegante y sereno y su forma de actuar tan delicada.Era una mujer bellísima, tenía hoy un vestido verde amplio, como los de la época, con pequeñas flores estampadas en tonos rojos y verdes oscuros, colores que hacían resaltar el hermoso color de su cabello rubio. Jeremiah no podía dejar de mirarla, ahora que la tenía cerca tenía una piel como de porcelana, sus mejillas eran redondas y tenían un leve color rosa, esos labios lo tenían hipnotizado y se dijo a sí mismo que le gustaría probarlos, tomarla por su pequeña cintura y apretarla contra él, dejándole sentir su deseo por ella, luego le…. ¿En qué diablos estas pensando?—pensó. Tú no estás aquí para seducir a esa muchachita, en lugar de pensar estupideces debes encontrar la forma de irte a tu tiempo.Beth se acercó a Tilly, una de las esclavas más antiguas, que tenía un niño en los brazos.—Hola Tilly.—Niña Beth, sabía que vendría hoy. Usted no puede dejar de leerles un cuento todos los domingos a estos diablillos. —le dijo con dulzura.—Tilly, sabes que me gusta venir a traerles dulces a los niños y provisiones a ustedes, después de la iglesia.—Dios te bendiga, mi niña.Beth sonrió fue al fondo de la barraca y dejó en la parte de atrás una cesta grande con dulces, tarta de manzanas, azúcar, harina y otras cosas. Detrás de ella venía una esclava con otra cesta que tenía ropa y medicina. A pesar de que el doctor iba seguido, ella prefería tener medicina en su casa y también dejarles cada tanto, para que curaran los pies muchas veces con ampollas o las heridas por látigo de algunos.—Oh, no sabía que había alguien aquí atrás.—Eres muy hermosa. —le dijo sin poder evitarlo.—Gracias. —le sonrió. —Eres el esclavo nuevo de papá.—No pertenezco a nadie. —le dijo molesto.—Sé que es difícil ser un esclavo, pero es mejor que te hagas a la idea porque si no lo haces, te castigaran. —lo miró con compasión.—No tienen porque tratar a la gente de color de esta manera, somos humanos y tenemos tantos derechos como ustedes.— ¡Por Dios! Que nadie te oiga hablar de esa manera o te azotarán.En ese momento llegó Ezequiel, el negrero que siempre le tenía un ojo echado, viendo cómo podía causarle problemas o acusarlo para que lo castigaran.— ¿Pasa algo señorita Beth? ¿Este negro la está molestando?Jeremiah rió por dentro y se preguntó ¿Qué color de piel creería él que tenía?—No pasa nada, estaba hablándole a Jeremiah, preguntándole lo mismo que le pregunto a todos los esclavos cuando acaban de llegar aquí. —le dijo en una actitud altiva. —Vete a tus quehaceres Ezequiel.—Sí, Ama.Cuando el hombre se fue, ella lo volvió a mirar y quiso decirle algo pero él no la dejó. No podía seguir cometiendo errores de ese tipo, se darían cuenta de que él no era como todos los esclavos, si no hablaba como ellos.—Perdone, Ama Beth. No debí hablarle de esa manera.Carly se sorprendió al oírlo hablar. —lo miro con ojos entrecerrados. El estaba fingiendo que era inculto, fingiendo una humildad que no tenía. Lo dejó así por el momento, ya después vería como averiguar de dónde venía y quien le había dado educación. —Está bien, no tiene que disculparte por decir lo que piensas delante de mí. Pero te aconsejo que no lo hagas frente a otros. —Se dirigió hacia la parte delantera de la barraca y salió para sentarse en una mecedora, donde comenzó a leerles a los niños.Jeremiah la encontraba adorable. Estaba leyendo una historia de la biblia y los niños estaban absortos en ella. En realidad no solo los niños, pues a medida que la historia se ponía más y más interesante, veía que tanto hombres como mujeres, también tomaban un lugar al lado de Beth, para escuchar la historia, el también se sentó a escucharla.Estuvieron todos oyéndola durante una hora, tiempo que él aprovechó para admirar su belleza, sus gestos, la manera cómo inclinaba la cabeza cuando algún punto de la historia llamaba su atención. Ella también lo miraba de vez en cuando y cuando terminó la lectura, se despidió de todos, les dio un beso a los niños y salió de la barraca.Jeremiah la siguió y cuando ella lo notó, le dijo a la esclava que la
acompañaba que siguiera sin ella hacia la casa y que si su madre preguntaba, le dijera que se había quedado en la capilla orando. Él se sorprendió agradablemente de que ella mintiera por él. Eso quería decir que ella tampoco era indiferente a la química que había entre ellos.