Revista América Latina

Más chavista que ayer.

Publicado el 06 octubre 2012 por Jmartoranoster
Posted on 6 octubre, 2012 by

Reinaldo Iturriza Lòpez

Más chavista que ayer. Acto de cierre en la Av. Bolívar, jueves 4 de octubre de 2012. Mientras escribo, Caracas va siendo ocupada por el pueblo chavista que, desde todas partes de Venezuela, viene a participar en el cierre de la campaña. Temprano por la mañana la ciudad prácticamente ha colapsado. Hace tres días que Chávez “galopa” la recta final, en un recorrido que inició en Sabaneta, su ciudad natal, y culmina hoy en Miraflores. Sin duda, la intensidad de los últimos días habrá inspirado a mucho chavista, que amaneció con el convencimiento de que no quiere perderse la cita histórica con un hombre que nunca ha traicionado la causa popular. Apenas cuatro días atrás, el antichavismo protagonizaba su cierre de campaña con una numerosa movilización que partió de siete puntos de la ciudad capital y confluyó en una Bolívar abarrotada. Aprehensiones aparte (no olvidamos que una manifestación similar terminó abalanzándose sobre Miraflores hace diez años), la verdad es que no pude evitar sentirme satisfecho, orgulloso incluso, de vivir en un país donde manifestaciones de tal magnitud transcurren sin problemas, a pesar de los agoreros y de los pescadores en río revuelto, que nunca faltan. Hace tiempo perdí la cuenta de las veces que he agradecido a la diosa fortuna la oportunidad de vivir este momento. Como nunca antes en la historia, en Venezuela respiramos democracia. La democratización de la sociedad venezolana, con todo y lo que falta por hacer (hace falta, y mucho, radicalizar la democracia), ha sido una experiencia realmente traumática para una parte de la población venezolana. Para algunos, más democracia significa pérdida de privilegios. Hay algo de este afán “igualitarista”, de esta irrupción del pueblo “igualado”, que es padecido como tragedia. Supongo que esta sensación de pérdida es lo que está detrás de la inquietud de ánimo que hoy se apodera de aquellos que el domingo pasado marcharon entusiastamente contra Chávez, pero ahora no pueden evitar expresar su malhumor, su rabia, con el chavismo que se desparrama por las calles, con su escándalo, su color rojo, su desparpajo. Se nota en las miradas de desprecio. Se expresa en los comentarios desafiantes que, a viva voz, hacen en el quiosco del periódico, en la panadería, en los pasillos, en el ascensor. No han aprendido a dejar quieto al que está quieto. El antichavista promedio padece esta explosión de democracia porque le cuesta lidiar con la diferencia. No sólo se avergüenza de la existencia misma del chavismo (que nos malpone frente a las democracias “civilizadas” del planeta), sino que hace todo lo posible porque el chavista se siente avergonzado de serlo. Tal vez por eso exista, a estas alturas, y aunque cueste creerlo, tanto chavista de clóset: porque el antichavista promedio es profundamente intolerante, y recurre a la gavilla cuando se sabe mayoría. Es algo que nunca llegará a sentir un antichavista de barrio, donde usted puede ser lo que sea, porque es, ante todo, alguien del barrio. El estruendo que viene de la calle inunda mi apartamento mientras intento hacer balance de lo que hemos conquistado. Ya no somos lo que fuimos. Hemos hecho de nosotros algo mejor. La revolución bolivariana nos ha hecho desear ser mejores, como personas, como pueblo. Por eso, hoy me siento más chavista que ayer. Además, saber que este 7 de octubre se juega no sólo el destino de la patria, sino de los pueblos que en el mundo luchan por su liberación; que millones de ojos están puestos sobre lo que habremos de decidir; que millones de corazones palpitan junto a los nuestros, hace que me sienta más chavista que ayer. No es posible entender al chavismo si no se le asocia con el sentido de pertenencia que le es intrínseco, y que contrasta abiertamente con la sensación de pérdida que caracteriza al antichavismo. Con el chavismo, son millones los que han encontrado su lugar en el mundo. Muchos antichavistas sienten que lo han perdido. Al menos esto retrata con bastante fidelidad al núcleo de su base social: el sifrinaje. Mi amigo Jody McIntyre me comentaba que en Inglaterra sería inconcebible una manifestación como la realizada por el antichavismo en ocasión de su cierre de campaña en Caracas: sin presencia policial visible, mucho menos intimidatoria. “Extraña forma de dictadura”, decía. Para el antichavista promedio, para el sifrinaje que decidió, en respuesta a la insurgencia del chavismo, incursionar en un campo que no es el suyo, la política, la precisión de McIntyre no puede ser sino una aberración. La dictadura, la tiranía, es siempre el punto de partida. Si es posible manifestarse libremente por las calles de Caracas, no es porque exista tal libertad (lo que está reservado al mundo “libre”), sino porque estamos a punto de “recuperar” la democracia. Esta puerilidad en el juicio tiene que ver con algo que he escrito de pasada, pero que constituye lo central: al incursionar en política, el sifrinaje ha incursionado en un mundo que no es el suyo. A partir de la insurgencia del chavismo, debo insistir, el sifrinaje se siente fuera de lugar. Porque no sabe, porque no tiene cultura política, porque no se ubica, el antichavista promedio es altanero y acomplejado. De hecho, es posible identificar una cierta relación de familiaridad con eso que Arturo Jauretche llamaba “tilingos”. Jauretche distinguía a “guarangos” y “tilingos” así: “Pero digamos que en el guarango está contenido el brillante y también la madera para el mueble. En el tilingo nada. En el guarango hay potencialmente lo que puede ser. El tilingo es una frustración. Una decadencia sin haber pasado por la plenitud. Si el guarango es un consentido, satisfecho de sí mismo y exultante de esa satisfacción, el tilingo es un acomplejado. El guarango es la cantidad sin calidad. El tilingo es la calidad sin el ser. La pura forma que no pudo ser forma. El guarango pisa fuerte porque tiene donde pisar. El tilingo ni siquiera pisa: pasa, se desliza. Por eso el tilingo es un producto típico de lo colonial“. Mi amigo Felipe Real lo traducía para el caso venezolano: en general, los antichavistas “son muy tilingos… son pura forma, sin esencia, imitan y no son. Creo que algunos de esos hombres duros, curtidos por el sol caribeño, que tal vez no sean chavistas, pero piensan en el país, en su terruño, son los guarangos”. La candidatura de Capriles Radonski es, sin duda alguna, la expresión más acabada de “tilingaje”. En estos días, entrevistado por Carlos Croes en Televen, afirmaba: “Este gobierno en sus inicios planteó un proceso de cambios. Había una nueva realidad política. Nadie se puso en contra de la nueva realidad política. Porque era lo que el pueblo, en su momento, el año 98, había decidido”. Por supuesto, Capriles Radonski, la clase que representa, el sifrinaje, el mantuanaje, estuvo siempre “en contra de la nueva realidad política” que encarnaba (y sigue encarnando) Chávez. Intentando disimular, ahora dice haber reconocido la decisión del pueblo. Quiere ser pero no puede. Mientras tanto, el chavismo es. Este 7 de octubre, votemos porque siga siendo.

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