(JCR)
“Yaya, iríi maber?” Siento una gran alegría cada vez que mi niño de tres años saluda así a su abuela ugandesa cuando hablamos con ella por teléfono. Cuando, el año pasado, estuvo en nuestra casa de tres meses en Madrid le contaba cuentos en su lengua alur antes de acostarse y nuestro hijo –y su hermana de casi dos años- está creciendo escuchando tres lenguas en casa. Conozco muchos ugandeses en Londres y una de las cosas que me da más pena es ver cómo, por circunstancias muy comprensibles, sus hijos nacidos en el Reino Unido pierden la lengua materna de sus padres. Al mismo tiempo que aprenden el español y el inglés, no me gustaría que nuestros hijos se sintieran unos extraños cuando vayan al país de su madre y no pudioeran comunicarse con sus primos. El que aprendan al menos algo de la lengua alur es también una cuestión de que se sientan orgullosos de sus raíces.
Por desgracia, no son sólo los africanos que viven en la diáspora los que están en peligro de perder sus lenguas nativas. Acabo de leer que, según la UNESCO, África es el continente que tiene el mayor número de idiomas en peligro de extinción . Según este organismo de Naciones Unidas que se ocupa de temas de educación y cultura, nada menos que el 75% de las lenguas tradicionales de África se encuentran en moderado o grave peligro de desaparición. Es una proporción muy alta si lo comparamos con el 43% de lenguas en el mundo, que según la UNESCO, están en peligro.
En el mundo hay más de 6.000 lenguas. El continente africano es el que tiene la mayor concentración de lenguas, algo más de 1.000. Hay que tener en cuenta que detrás de cada lengua hay toda una historia y una manera de interpretar el mundo y la existencia humana. Lo entendí muy bien al poco tiempo de llegar yo a Uganda con un ejemplo que me chocó: saludabas a una mujer en inglés y te respondía en la misma lengua sin nada de particular. Pero la decías los buenos días en luganda e inmediatamente caía de rodillas, bajaba la mirada y te respondía con un tono de voz muy distinto. No seré yo quien defienda comportamientos culturales que colocan a la mujer en una posición de inferioridad, pero es evidente que una reacción así ilustra la relación entre lengua y cultura tradicional. Más tarde, cuando aprendí la lengua acholi del Norte del país me maravilló la cantidad de expresiones muy gráficas, refranes, historias populares y giros que tenían que ver con una enorme riqueza expresiva. Por eso, la desaparición de una lengua significa que se borra de la faz de la tierra una cultura única en la que han crecido generaciones de muchas personas. Según los datos de la UNESCO, en Camerún, por ejemplo, 32 de sus hablas se encuentran amenazadas (cuatro han desaparecido en la última década), Sudán cuenta con 59 en peligro (seis desaparecidas), mientras que en Nigeria las amenazadas son 27.
Tomemos, por ejemplo, el caso de Kenia. De las 40 lenguas que se hablan en este país al menos siete se encuentran amenazadas. El burji, por ejemplo, lo hablan sólo unas 7.000 personas, el suba cuenta sólo con 30.000 hablantes, y otras como el omotik y el ongamo apenas lo hablan poblaciones que no superan el centenar de miembros.
Las causas de este estropicio parece que tienen que ver con las migraciones y con el sistema escolar. Los idiomas locales han desaparecido del currículo y cuando la gente va a vivir a Nairobi o a alguna de las otras ciudades de Kenia el inglés y el suahili se imponen y la gente deja de hablar su lengua materna en casa. La mayor parte de los gobiernos africanos tienden a favorecer las lenguas ex coloniales y las hablas indígenas más importantes, como el suahili, el hausa, el lingala, el chichewa y otros. Es uno de los precios del progreso y de la sociedad de la globalización.
Una de las cosas que llama más la atención de la vida cotidiana en África es la facilidad con que la gente se suele expresar en varios idiomas. Un niño de pocos años que viva, por ejemplo, en Kampala, la capital de Uganda, hablará la lengua de sus padres, más el luganda que es la lengua franca del sur del país, aprenderá el inglés en la escuela, y si juega con los niños de sus vecinos de otra tribu acabará por expresarse en la lengua de sus amigos. Vivir en un ambiente multi-lingüístico es, qué duda cabe, una riqueza cultural que debe promoverse. Sudáfrica es uno de los pocos países africanos que sí ha apostado por apoyar las lenguas nativas. Nada menos que once de ellas gozan del carácter de lengua oficial, y es muy normal que un sudafricano se exprese con fluidez al menos en cuatro o cinco de ellas y que se sienta orgulloso de poder hacerlo.
Durante mis primeros años en Uganda, allá por los años 80, me sorprendió gratamente ver cartillas escolares, diccionarios y libros de texto escritos hacía varias décadas por misioneros europeos que dedicaron buena parte de sus energías a la educación y comprendieron que los niños tienen que empezar por hablar y escribir bien su propia lengua materna como primer paso antes de sumergirse en otros universos culturales. Siempre me fijé en que muchas personas de más de 60 años que he conocido allí y que terminaron su educación secundaria o incluso universitaria hablaban y escribían con una gran corrección su lengua acholi, además del inglés, lo que les permitía encontrarse a gusto en dos mundos culturales que se entrecruzan y fecundan mutuamente. Las cosas parecen haber cambiado mucho con generaciones más recientes. Durante mi último año en el Este de la República Democrática del Congo hacía a menudo un experimento con estudiantes universitarios que no fallaba nunca. Les preguntaba que cuántas lenguas internacionales conocían y me respondían siempre de la misma manera. “inglés y francés”. Yo les ponía siempre la misma objeción: “Pero también hablas suahili”. Sí, me respondían, pero eso no es una lengua, es un dialecto. “De ninguna manera”, protestaba yo, “es una lengua internacional, mira: se habla como primera o segunda lengua en el Congo, en Uganda, Tanzania, Ruanda, Burundi, Kenia e incluso en partes de Mozambique, es mucho más internacional que el alemán o el italiano, por ejemplo”.
Me da pena que haya africanos que valoren tan poco lo que es muy suyo. Si sus propios gobiernos y los organismos culturales internacionales pusieran más medios y esfuerzos por promover las lenguas africanas, tal vez no llegaríamos a una situación en la que manejemos porcentajes preocupantes de idiomas de África en peligro de extinción.