Me perdonareis que de nuevo haga mutis y salga de la escena, pero la situación por la que estamos atravesando en ABC me empuja a ello. Ayer, miércoles 19 de diciembre, hubo nuevos despidos, y entre ellos los de personas a las que quiero mucho y con las que he convivido muy de cerca durante los últimos años: Ana, Paloma, Miguel, Virginia... Hace una semana despidieron a Nano, y hace ya unos meses a Julián... Cada uno ha dejado, más o menos profunda, huella en mí. Virginia y Nano entraron conmigo en el periódico... Recuerdo perfectamente aquel verano de 1985. Yo estaba de noche en Cultura, y Virginia, que estaba en Local, iba un día sí y otro también a cubrir las fiestas y verbenas... Era una época en que los ordenadores eran minoría en la redacción respecto de las máquinas de escribir, y yo, de natural amigo de las maquinitas, me había hecho con uno de ellos. Virginia regresaba de la fiesta que le hubiera tocado y se sentaba a mi lado con sus notas en el regazo para dictarme la crónica. Allí se cimentó una amistad que mantenemos. Nano y Paloma son dos grandes amigos, y además dos seres humanos extraordinarios: generosos, vitales, divertidos... Muy buena gente. Miguel y yo compartimos en el verano de 1989 un kafkiano viaje a Mérida. Fuimos a cubrir una «Medea» que protagonizaban Montserrat Caballé y José Carreras. La función terminó cerca de las dos de la madrugada y después estuvimos un rato en el camerino. A las siete de la mañana estábamos de pie porque nos habían mandado a cubrir en Rosal de la Frontera (Huelva) la apertura de la frontera con Portugal... Trescientos kilómetros por unas carreteras infames. El acto era a las doce, pero las autoridades portuguesas no tuvieron en cuenta la diferencia horaria y se retrasó hasta la una. El primer vehículo que atravesó la frontera fue un carro tirado por un burro. Vuelta a Mérida, donde yo había quedado para tomar un café con José Carreras. Mientras, Miguel revelaba las fotos. Eran otros tiempos, no había cámaras digitales. Cuando volví escribí las dos crónicas y él trataba de enviar las imágenes a través de unos transmisores de rodillo antediluvianos... Se cortaba una y otra vez... Cumplimos nuestro trabajo y nos fuimos a cenar antes de volver al teatro romano, donde se estrenaba un ballet, «Romeo y Julieta», dirigido por Rostropóvich. Cuando terminó la función y tanto Miguel como yo soñábamos ya con poder dormir, se derrumbó una plataforma colocada sobre un hoyo en la que había varias filas de espectadores, entre ellos Montserrat Caballé, que cayeron al agujero. Se produjo un revuelo extraordinario y Miguel, muy atento, se puso a hacer fotos entre amenazas del alcalde de Mérida. Volvimos al hotel, llamamos a la redacción y transmitimos las imágenes y las fotos. Terminamos más allá de las cuatro de la mañana, agotados los dos. Y Anita... Hemos estado sentados mesa con mesa durante los últimos meses y nuestro «noviazgo» es público.
Decía un compañero ayer, en medio del terremoto -la redacción, lo podreis imaginar, era un funeral-, que las bombas caían cada vez más cerca. No hay mejor símil para reflejar el ánimo que tenía ayer. Un ánimo muy triste. Muy, muy triste.