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Es lógico, me parece, que ocurra esto, pues si normalmente no nos fijamos en las cosas pequeñas, cúanto más las pasaremos por alto en un lugar tan espectacular y tan lleno de portentos.Pero hay, a la vista de quienes quieran mirar, muchos lugares y objetos que, sin deslumbrar, hablan de una cultura y una forma de ser que aprecia el detalle, lo pequeño; que no se queda en lo fundamental, sino que intenta darle a todo un acabado personal, un toque especial; que se entretiene en la pincelada de la finura y la belleza hasta en lo que quizá no vea nunca nadie. Pero lo ponen, por si acaso alguien se fija.
O por el simple gusto de saber que está ahí.
Entre los elementos que me siguen llamando la atención y que revelan ese carácter minucioso y preciso de los británicos, están los bancos de los parques y jardines que hay por toda la ciudad.Desde los inmensos y famosos Hyde Park, Regent’s Park, St James’s Park, etc, hasta los jardines menos conocidos, como Paddinton St Gardens o Gordon Square, por ejemplo, en todas partes hay numerosos bancos de madera para sentarse a descansar y a disfrutar del entorno. Y cada uno de esos bancos, que es a lo que voy, tiene una inscripción diferente, porque cada uno está dedicado a alguien diferente, a alguien que dejó un recuerdo en alguien y cuya memoria se honra con esas inscripciones.Algunas de ellas son solamente un nombre y una fecha; otras tienen alguna frase alusiva a la persona a la que se dedica el banco; y otras, que reflejan el dolor de una ausencia, son verdaderamente conmovedoras.
Recuerdo uno de esos bancos, dedicado a un muchacho fallecido a los diecinueve años; otro a alguien que “se deleitaba a diario en estos jardines”. Y otros que nos invitan a sentarnos y disfrutar del lugar como lo disfrutaba la persona a la que se recuerda.
Stephen Allison. Amado hijo, devoto marido, cariñoso padre, entrañable hermano. Un ser extraordinario. Nunca olvidado, eternamente amado.
Para Emily Bickerton 1965-2008. Detente un momento aquí y disfruta un instante de paz en uno de sus lugares favoritos. De su familia y amigos.
Otro detalle que me gusta mucho son esos mosaicos azules, preciosos, que aparecen en muchas fachadas, a poca distancia del suelo, y que dejan constancia de lo que hubo en el lugar en otro tiempo.
Me parece una forma muy sencilla y eficaz, sin alharacas, de rememorar aquello que ya se ha perdido pero que no deja de formar parte de la ciudad, de su historia y por lo tanto del presente. Eso es tener memoria, conocimiento y respeto por los que estuvieron aquí antes que nosotros, y por sus obras. Para ilustrar la cuestión, estos dos mosaicos aluden, respectivamente, a Cripplegate, una de las puertas de la muralla que en tiempos pretéritos rodeaba Londres, y a la conducción de agua de Aldermanbury, "que proporcionaba agua gratis" a la población. Desde 1471 hasta el siglo XVIII.
Por último (en esta entrada, claro) quiero referirme a un detalle que me parece muy gracioso. Como todo el mundo sabe, el señor Arthur Connan Doyle creó un personaje conocido universalmente: el muy británico y detectivesco Sherlock Holmes, al que domicilió en la calle Baker (ya se sabe, el 221b de Baker Street). Pues el detalle gracioso es que la estación de metro de dicha calle está decorada con azulejos en los que se reproduce la silueta –la clásica silueta- del sagaz investigador.
Y es que, me parece a mí, la cultura anglosajona tiene la peculiaridad de guardar en su bagaje sus aspectos más puramente eruditos y académicos junto con los más populares, dándole a cada uno su importancia, su valor y su significado, sin menospreciar y también sin exagerar. A veces incluso, con excesiva modestia.
Digo esto porque creo que tendemos a pensar que algo que es popular –y no me refiero a lo populachero ni populista- tiene que ser necesariamente de menor calidad o de menor trascendencia que lo académico, lo intelectual y minoritario. Y quizá el carácter de una verdadera obra de arte esté en su capacidad de llegar a muchos, sea cual sea su formación. Como Shakespeare y Dickens, por ejemplo, que fueron muy populares a la vez que genios literarios.
A lo mejor es que todos somos capaces de apreciar las obras del intelecto humano pero no siempre tenemos ocasión –o ganas- de conocerlas. O nos distraemos con otras fruslerías que nos parecen más atractivas y fáciles de digerir.
Seguramente todo esto le parecería elemental al querido señor Holmes.
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