No han sido pocas las familias que comentando mi segundo embarazo me decían que el nacimiento de su segundo hijo supuso el inicio de un periodo bastante duro. Duro es la palabra que siempre empleaban y, aunque debo decir que siempre concluían con que todo se supera y al final se encarrilla una nueva rutina tan agradable y feliz como la anterior, creo que la palabra es perfecta.
Me gustaría decir que todo va como la seda y que estoy encantada pero con el corazón en la mano sólo puedo decir que este momento de mi vida me está resultando uno de los más duros por los que he pasado y que mi estado de ánimo sube y baja constantemente. Del baby blues, afortunadamente, estoy mucho mejor, aunque inevitablemente el cansancio y el mal-dormir están haciendo mella junto con otras muchas cosas.
El problema, creo, está en la conjunción de dos circunstancias que, por separado, tendría más que controladas:
- Por un lado, el Mayor, que de la noche a la mañana ha vuelto a tener rabietas, sobre todo en las primeras tres semanas tras el nacimiento (horribles), y que se ha puesto muy pegón. Como digo, las rabietas han mejorado pero el tema de tener la mano suelta es un verdadero quebradero de cabeza. No obstante, yo tenía ya más que controlado el día a día con él y aunque ahora sea más difícil por este cambio, si sólo fuera eso, no sería mucho agobio.
- Por otro lado, Bebé es lo que se suele llamar un santo, pero por la noche duerme bastante regular y se despierta mínimo tres o cuatro veces, cuando no cinco o seis, además de que los gases le tienen frito. No sería mayor problema si pudiera dormir durante el día, que es lo típico que se suele hacer cuando sólo tienes un hijo: recuperar horas de sueño cuando buenamente se puede. Pero eso ahora es imposible.
Si sólo tuviera a Bebé, esto sería coser y cantar, me río yo ahora de los agobios típicos de cuando nace el primer hijo. Y si sólo tuviera a Mayor, pues tres cuartos de lo mismo, me río yo ahora de los agobios que he tenido cuando se ponía imposible a última hora de las largas tardes de invierno. Pero la conjunción de ambos a la vez, y eso que el papá de la criatura está en casa, es un cóctel explosivo. Ni con ayuda tengo tiempo para nada, ni asearme, ni hacer la comida, ni recoger o limpiar, ni, sobre todo, atenderlos a cada uno individualmente como a mi me gustaría. Tengo una horrible sensación de estar abarcando mucho y no apretando en nada, de ser incapaz de organizar una rutina que me ayude a tener menos estrés. Los días pasan sobre mi, es como si me arrollaran… Me siento un poco inútil y admiro a otras madres que estando mucho peor que yo tienen tiempo de pintarse las uñas y hacer bizcochos caseros para que sus hijos se alimenten sin bollería industrial.
Para colmo, hoy he añadido una nueva tarea: la operación pañal. Pensaba dejarlo para el mes que viene o incluso para agosto, pero he empezado a verle incómodo y el pestazo de los pañales por la conjunción de pis, sudor y falta de transpiración me ha terminado de decidir. De momento la cosa no va ni bien ni mal, si por bien entendemos que haya hecho una buena meada en el WC con adaptador y por mal que entre medias se haya hecho pis encima (pequeños chorrillos de pocas gotas) como siete u ocho veces. Eso sí, mi nivel de estrés cuando se ha hecho pis sin avisar cuatro veces seguidas mientras Bebé lloraba porque le he tenido que quitar de la teta para atender al Mayor no tiene descripción posible.
Y todo esto lo cuento, sobre todo, porque aunque por la calle últimamente sólo vea madres con apariencia de perfectas y mucho más organizadas que yo, me da que no debo ser la única que esté pasando por algo similar. Haciendo tribu, que es muy necesario.