Que se me permita un abrazo en esta tarde de invierno…
Que se me oponga la vida misma si ha de negarmelo. Quien fuera aquel que de osado peque a prohibirme una caricia llena de calor. Y bienvenido quien muera de envidia al verme besar el dorso de aquellas manos tan finas.
Esas mismas manos que estremecen el alma en cada caricia que acomparsa el beso. Aquellas que provocan mis más crapulosos sonrojos y mis más íntimos pensares.
Que la dicha me permita celebrar una caricia en la mejilla de aquel rostro angelical. Que me agobie el miedo tratando de ser lo más sutil posible… Recorrer esa piel tersa con la delicadeza necesaria para no mancharla. Como quien cuidadosamente admira la más preciada obra de arte.
Con admiración he de versar, narrar y promulgar tus gestos, manías y sonrisas. He de presumir al mundo lo que en llamas me tiene el corazón hace tanto tiempo. Porque de eso tratarán las historias nuestras. Porque de libertad trata tu amor.
Ese mismo cariño que de a pocos nos va robando sonrisas cómplices. El que nos permite entendernos con un solo gesto, sin palabra alguna. Solamente con una mirada que jamás dejará de sorprendernos.
Que el mundo recorras y que a mi volvieras susurrando que tenía razón, que estoy loco y que no terminas de creerlo. Te dije que llegué tarde, pero llegue. Que no sé cómo, ni cuando, ni donde… Pero que si has de necesitarme, no importa el qué… Yo iré.
Porque de locos nos mantenemos en este espacio solo nuestro. Atados al tiempo, a las responsabilidades y al destino. Pero pudiendo escabullirnos cada cierto tiempo en relatos, llamadas o recuerdos que se pasan por alto los limites. Ya sabes, pensares que te cobijan el corazón.
Que se me permita hoy y ahora postrar una rodilla al suelo, extender mi mano y sostener la mirada a tan bella damisela delante mío. Que no lo negará nadie que de testigo pueda andar… Ni hombre o mujer víctimas de envidia que hablen.
Que se relate en cantares, en libros y versos…
Que aún en estos tiempos de cólera, hubo un par que decidió amar a colores entre tanto amor plastificado a blanco y negro.
Que se conoció a un caballero que retó al destino soñando con volverse príncipe. Y que una Reina fantaseba con cada susurro suyo, volviendose princesa nuevamente.
Vamos todos.
Que se me permita hoy, aquí y ahora relatar la verdad misma. Que este amor es más que simple idilio. Que este romance estará vivo por mucho más tiempo…
Para que el mundo entero sepa que «La Coneja y El Escribidor» es más que un simple cuento.