Había un hombre. Era enjuto, de barba triangular y ojillos de agua. Era un hombre solitario pero no por elección. No quería sufrir la amarga sombra de un vacío, de un silencio como estruendo de tormenta en su corazón, el aguijoneo ruidoso de sus pensamientos, quedos en su realidad diaria. Su edad le pasó factura, se sentía inútil y rechazado. Pero la verdadera historia de este hombre no comienza aquí sino cuando otra de sus malditas mañanas de bello amanecer, de preciosos trinos entre ramas desnudas molesto en los oídos del hombre, este se decidió a salir a desayunar un café. Su pensión era escasa, lo decían sus calcetines llenos de rotos mal remendados por la artrosis de sus manos, lo decía su canoso y despeinado cabello, mal arreglado porque para él ir a la peluquería suponía un capricho y también lo decían aquellas lágrimas que en algún momento se le escapaban. Soledad, llanto, pobreza, rechazo. Alguien da más? De pronto, sentado a la mesa redonda de mantel rojo acabado en sinuosas puntillas de ganchillo, dándole un sorbo a su cortado y mirando a través de la ventana la rapidísima calle, tan transitada apenas quieta o callada ya en el incipiente día. A esto que oyó a dos tipos murmurar en la barra mientras compartían un espacio entre tránsito y ruído con dos buenas birras que, sin duda, eran las responsables de sus risas y buen rollo. El hombre escuchó decir a uno de ellos:
– Más sabe el diablo por viejo que por diablo!
Y el hombre, el hombre enjuto, de ojillos de agua, que mordisqueaba ahora una galleta como hacía en cada desayuno dejando barritas de chocolate, magdalenas y galletitas a medio comer.
«Más sabe el diablo por viejo que por diablo» repitió el hombre en su mente y olvidó el aguijoneo de motores, claxon y cacharreo de tazas y platos. Entonces pensó: «yo soy viejo pero no sé mucho y soy diablo». Pequeño diablo, gato por vivir en el centro de Madrid en el año 1980 recién instaurada la democracia y se le ocurrió, se le ocurrió que el por qué no leer, por qué no ver el telediario o documentales, escuchar debates en la radio. En una sola palabra: CONOCIMIENTO. Así no se sentiría tan solo.
La Luna como una afilada y plateada navaja amenazaba a las pocas estrellas que se atrevían a salir en el firmamento y desafiarla con su brillo. Allí, en su modesta casa, justo a las doce de la noche, hora de las brujas empezó todo, todo que no tiene otro nombre que: CONOCIMIENTO.
Lo que ocurrió durante los siguientes años y aunque esto sea un cuento, no viene a cuento. Se puede suponer. Los malditos días de soledad fueron suplantados por interesantes jornadas llenas de libros, películas, documentales, periódicos, radio…. Como dísparos láser los conocimientos eran recibidos por cada neurona pasando por su respectivo axón.
«Más sabe el diablo por viejo que por diablo» se repetía el hombre y también la solución a su soledad: CONOCIMIENTO. El hombre era feliz.
3 años después
La habitación era aséptica y blanca, parca en mobiliario y había una mujer menuda y con gafitas al otro lado de una generosa mesa. El hombre estaba sentado con sus ojillos de agua abiertos como platos y anonadado por no saber por qué una ambulancia le había llevado al hospital. «Ah, sí. Mi hija llamó» recordó.
– Le haré una sola pregunta – Dijo la mujer menuda al enjuto paciente – Qué sabe usted de cultura? – Y sonrió, desvergonzada, muy maliciosamente.
Seguía siendo viejo, más viejo aún si cabe y seguía siendo un solitario, desde hacía tres años consumidor de cultura empedernido. La verdad es que le agradó la pregunta así que contestó rápidamente:
– Bien, empezaré por contarle que fue Cervantes quien descubrió América en 1616
año en que murió Kennedy premio Nobel de la Paz por ser defensor y auspiciar a leprosos y desamparados como Marilyn Monroe protagonista del cuento «La vendedora de fósforos» escrito por Elvis Presley con otros éxitos como»Cantando bajo la lluvia» o «Susanita tiene un ratón». El primer libro prohibido por los sacerdotes durante la dictadura fue «La teoría de las especies» escrito por Leonardo Da Vinci que defendía la creencia de que no estamos solos en el Universo y la existencia de marcianos y venusinos pero cuando…
– Está bien. Pare, pare.- Le interrumpió la psiquiatra – Va a ir usted a un sitio muy bonito. – Y sonrió maliciosamente la muy desvergonzada.
El resto ya os lo podéis imaginar. El hombre murió viejo, diablo y loco pero no en soledad sino alrededor de todos sus compañeros de viaje en un cotizado manicomio de Madrid