Hemos coincidido en el tiempo varios sobre el asunto de la Iglesia y el dominio de la religión por ella, a lo publicado por mí añado lo que publica Cotarelo en Palinuro, uno de ellos comentario de otro de Manolo Saco. Dado el interés de los comentarios, amplio un poco la información. Las insolencias de la Iglesia a finales de año llegan a molestar bastante. Recuerdo la relación de lugares ateos que publiqué en abril pasado.
El País publica dos artículos, uno que extracto algunos párrafos, el otro lo publico entero.
Investigar o someterse, he ahí el dilema. JUAN G. BEDOYA 04/01/2011
La Teología, con mayúscula, la disciplina académica que presumía antaño de ser la emperatriz de las ciencias, aparece hoy encerrada en una capilla de catequistas … pensadores cristianos producen su obra cobijados en centros universitarios laicos,
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La sabiduría popular, la más afectada por las feroces guerras de religión que asolaron Europa durante siglos, acuñó la expresión "¡Y se armó la de Dios es Cristo!", para escenificar las consecuencias de las disputas teológicas sobre si Jesús de Nazaret era hijo de Dios, y no un simple mesías.
El Vaticano II proclamó que se habían acabado los métodos del Santo Oficio -crueles, muchas veces criminales, con decenas de miles de personas quemadas vivas o asesinadas por otros medios-, ante el escándalo de que tres de los principales papas del pasado siglo hubiesen sido molestados por el inquisidor de turno como sospechosos de herejía o desviaciones pastorales. Fueron Benedicto XV, Juan XXIII y Pablo VI.
König, uno de los grandes aperturistas del Vaticano II, tenía motivos para decirse escandalizado. No solo se estaba pisoteando la proclamación conciliar de la libertad religiosa y de conciencia, sino la idea de que se debía proteger el trabajo de los teólogos.
Durante siglos, la Iglesia romana se opuso a la traducción de los textos sagrados a las lenguas de cada pueblo. Cuando Lutero publicó la Biblia en alemán, el Papa arreció en sus exigencias de que le llevasen a Roma la cabeza del monje agustino. Con las ideas de Jesús en manos del pueblo, Roma no podría justificar su poder terrenal, ni sus pompas y vanidades, ni el afán de dominación, o la marginación de la mujer.
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No ha habido un solo aspecto de la vida en que la Iglesia no se creyese con derecho a dar su dictamen e imponerlo. Monarcas autocráticos, los Papas practicaron durante siglos la doctrina de Gregorio VII en Dictatus Papae, de 1075: solo el romano pontífice puede usar insignias imperiales, "únicamente del Papa besan los pies todos los príncipes", solo a él le compete deponer emperadores, sus sentencias no deben ser reformadas por nadie mientras él puede reformar las de todos.
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Leonardo Boff, forzado a abandonar la orden franciscana. "Mi experiencia de 20 años de relación con el poder doctrinal es esta: es cruel y despiadado. No olvida nada, no perdona nada,
"Gestapo eclesial", "máquina de estrangular", "camarilla indecente e ignorante"... He aquí algunos calificativos contra la inquisición romana en boca del dominico francés Yves Congar.
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El jesuíta Juan Masiá, expulsado de la cátedra de Bioética en la Universidad Pontifica de Comillas, sostiene que la Iglesia católica habla de derechos humanos hacia fuera, pero no los respeta dentro.
La silla de Galileo. JUAN JOSÉ TAMAYO 04/01/2011
Astrónomos, físicos, paleontólogos, médicos, biólogos, matemáticos, psicólogos, historiadores, filósofos, teólogos, moralistas, poetas, canonistas, antropólogos, místicos, fueran hombres o mujeres, seglares, religiosos, religiosas, sacerdotes u obispos. Ningún campo del saber ha escapado a la censura eclesiástica, llamárase Inquisición, Santo Oficio, Índice de Libros Prohibidos o, más modernamente, Congregación para la Doctrina de la Fe. Un dato bien significativo: durante sus apenas 11 años de pontificado, San Pío X puso ¡150 obras! en el Índice de Libros Prohibidos.
Los inquisidores han ejercido su papel con verdadero celo antievangélico, sin parar mientes en que los -para ellos- herejes fueran sacerdotes ejemplares como Antonio Rosmini; científicos de prestigio como Galileo y Darwin; místicos que irradiaban santidad como el Maestro Eckhardt, Juan de la Cruz y Teresa de Jesús; renombrados teólogos como Roger Haight y Ion Sobrino; biblistas con un gran bagaje de investigadores como Renan, Loisy y Lagrange; científicos que querían compaginar ciencia y religión como el jesuita Teilhard de Chardin, incomprensiblemente caído en el olvido.
Los inquisidores no han librado de la condena ni siquiera a sus colegas, como Ratzinger a Hans Küng; ni han tenido en cuenta su anterior etapa de mecenas como Ratzinger con Leonardo Boff, a quien pagó la publicación de su tesis y luego condenó al silencio; ni a asesores conciliares que luego fueron acusados de desviaciones doctrinales como el teólogo Schillebeckx y el moralista Häring, inspiradores de la reforma de la Iglesia y del diálogo con la modernidad en el Vaticano II.
Todos han tenido que sentarse en la silla de Galileo con el veredicto de culpabilidad dictado de antemano, que se traducía en retirada de la cátedra, censura de sus publicaciones e incluso destierro, como le sucedió a Yves Mª Congar, nombrado luego cardenal. Peor suerte corrieron otros que dieron con sus huesos en la hoguera como la beguina Margarita Porete -cuyo libro Espejo de las almas simples fue también quemado- en la Plaza de Grève (1310); el científico Giordano Bruno, quemado en el Campo de las Flores (1600) -¡qué cruel ironía!-; el reformador Jan Hus (1415), consumido por las llamas delante de las murallas de Constanza, y Miguel Servet, cuyo libro condenado fue igualmente pasto de las llamas con él en la colina ginebrina de Champel (1553). La silla de Galileo o la hoguera han sido las dos salidas de la Inquisición para los heterodoxos.