Revista Sociedad

Más vale la paciencia que la arrogancia.

Publicado el 12 agosto 2013 por Luih
Más vale la paciencia que la arrogancia. Pedro RUQUOY, cicm

"Más vale paciencia que arrogancia. No te dejes arrebatar por la cólera, porque la cólera se aloja en el pecho del necio."

(Eclesiastes 7,8-9)

"¿Cuál es la primera cualidad del misionero? ¡La paciencia! Y ¿cuál es la segunda cualidad? ¡La paciencia! y ¿La tercera? ¡Siempre la paciencia!" Es lo que aprendí en los primeros años de formación.


En aquel tiempo, estas palabras del maestro de novicios me parecían más como una broma que como una real enseñanza; pero en el transcurso de los años, descubrí que sin paciencia, la vida se volvía amarga y que un misionero sin paciencia se parecía a un soldado sin fusil. Pues, la paciencia es sin duda el arma más importante de todo misionero. Y sin embargo, más vivo con los más pobres, más siento mi falta de paciencia. ¡Cuántas veces me he mostrado arrogante! ¡Cuántas veces he dejado la cólera invadir mi corazón! ¡Cuántas veces he perdido de vista el consejo del libro de Eclesiastes: "Más vales paciencia que arrogancia. No te dejes arrebatar por la cólera, porque la cólera se aloja en el pecho del necio."

El misionero debe siempre estar dispuesto a empezar de nuevo. Esto supone una buena dosis de paciencia. Desde el 15 de marzo pasado, no ha caído una sola gota de lluvia. Durante la temporada seca, toda la sabana se transforma en un verdadero desierto. Para aprovechar la tierra durante el tiempo de sequía, hemos contratado una compañía para forrar un pozo tubular de 70 metros de profundidad en medio de nuestro conuco y hemos instalado una bomba de agua. Poco después de la cosecha de maíz, decenas de azadas se pusieron a preparar nuevos surcos que poco a poco acogieron a más de dos mil repollos. Y así el desierto se iluminó con 2,000 lucecitas verdes que llenaron de esperanza la vida de los 90 huérfanos de la casa.

 Ya estábamos haciendo planes para transportar nuestro tesoro a la ciudad y para depositarlo preciosamente en el mercado donde, seguro, íbamos a conseguir una pequeña fortuna. Pero, hace tres semanas, durante una noche de luna, más de 20 vacas, tercas y hambrientas, hicieron irrupción en nuestra tierra y, antes del amanecer, acabaron con los 2,000 repollos. Cuando los muchachos encargados del rancho se levantaron para lavarse la cara, descubrieron con horror, miles de biscochos nauseabundos en lugar de los vegetales. Las malditas vacas no sólo habían devorado todos los repollos sino que se habían tragado más de 350 kilos de maíz que se encontraban almacenados en nuestra enramada. ¡Desolación y tristeza! Mis 90 carajitos no podían esconder su decepción. Pusimos una querella formal contra los dueños de las vacas y exigimos reparación pero sin mucha esperanza. De hecho, hasta el día de hoy, lo único que hemos podido conseguir es la devolución de los 350 kilos de maíz. Entonces, organizamos una asamblea con todos los habitantes de la casa: "¡No podemos desanimarnos! ¡Vamos a empezar de nuevo! Ahora sabemos que no podemos sembrar nada en nuestro conuco sin primero construir una empalizada. La próxima semana, vamos a cortar los postes y vanos a comprar el alambre.  Dentro de dos semanas, nuestro conuco debe estar listo para recibir nuevos repollos..." Mientras yo hablaba, un silencio absoluto reinaba en la sala de reunión. Yo sentía que toda mi pequeña tropa aprobaba mi mensaje, De hecho, hoy la empalizada está casi instalada y las semillas de repollos están germinando en el vivero.

El misionero debe siempre estar dispuesto a aceptar los fracasos con paciencia y a reconstruir las ruinas caídas. Hace un poco más de un mes, Kasonde, nuestro hijo mayor vivió uno de los momentos más importantes de su vida: su graduación como profesor. Después de dos años de esfuerzos, él conseguía su diploma. Con sus demás colegas, vestido como un catedrático, deambulaba en las calles de la ciudad de Kabwe, al ritmo de la banda municipal y aplaudido por centenares de personas que no escondían su admiración. Cuando Kasonde regresó a nuestra casa, todos los niños y niñas contemplaron con admiración las fotos de su hermano mayor, vestido como un príncipe y mostrando con orgullo el diploma adquirido. Ya estaba haciendo planes para que Kasonde pueda tomar en mano la dirección de nuestra casa cuando, como un relámpago, una noticia desbarató todos los bonitos planes: Kasonde había metido la pata con la hija de la vecina y ésta se encontraba embarazada. Aquí en Zambia, este tipo de comportamiento provoca la ira de todo el pueblo y exige negociaciones y reparación inmediata. Kasonde había perdido la cara frente a todo el vecindario y frente a todos los habitantes de nuestra casa. Cuando lo llamé para conversar con él sobre la situación, él había desaparecido y nadie sabía dónde se encontraba. Obviamente, movido por la vergüenza, él había decidido abandonar nuestro hogar. Cinco días pasaron: ¡Cinco día amargos! Hasta que, de repente, nuestro hijo mayor llamó por teléfono para anunciar su regreso: "¡Llegaré mañana en la mañana!" De una vez, me puse a preparar unos cuantos pasteles para celebrar el acontecimiento. Y ¡llegó el muchacho! Con la cabeza baja, se sentó en mi habitación, esperando la tormenta, sin decir ni una palabra. Lo miré y sólo le dije sólo esto: "Kasonde, hace seis años que estás conmigo. Te he acogido aquí como uno de mis hijos. A lo mejor pensaste que yo te iba a botar. Nunca ha sido mi intención. Quiero ayudarte. No sólo tienes que asumir la paternidad del pequeño ser humano que está creciendo en el vientre de tu amiga. También tienes que reconstruir tu reputación. Te propongo quedarte aquí y trabajar conmigo. Tu recibirás un pequeño salario que servirá para tu hijo y su madre. Es sólo una propuesta. Piénsalo bien y dame tu respuesta mañana." Kasonde levantó la cabeza, me miró, me sonrió y salió de mi habitación. Al día siguiente me dio su respuesta. "¡Está bien! Voy a trabajar contigo." Ahora, Kasonde está encargado del conuco. Bajo su vigilancia, nuestro adolescentes están construyendo la empalizada y, dentro de unos días, sembrarán nuevos repollos.

Una de las cualidades más sobresalientes de nuestro Dios es su paciencia. Nunca se cansa de empezar de nuevo. A pesar de nuestras debilidades y de nuestros fallos, siempre está dispuesto a levantarnos de nuevo y a llevarnos al desierto para vivir con nosotros una nueva luna de miel. Editado en Neiba, Cabecera de la Provincia Bahoruco, República Dominicana.

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