Masa enfurecida

La crisis de Bankia y la posibilidad, cada vez más probable, de que España sea intervenida, han convertido a este país en centro de todas las miradas. Hace sólo dos días, la revista Time aprovechaba para hacer un repaso de nuestra actualidad, un ejercicio en el que no faltaron alusiones, entre otras cosas, a una prima de riesgo por encima de los quinientos puntos, al cocinero Karlos Arguiñano y, como no, al ‘caso Bankia’. El artículo se titulaba “The pain in Spain: a banking scandal makes the crisis no joke“, o lo que es lo mismo: que el escándalo de esa entidad financiera hace que la crisis en España ya no sea una broma.

Además de hacer un recorrido por los últimos acontecimientos económicos, la corresponsal de la revista en Madrid hacía hicapié en un aspecto inquietante. A su juicio, hasta ahora los españoles habían aguantado el chaparrón estoicamente, apretándose el cinturón sin apenas rechistar. ¿No resulta extraño que, con la que está cayendo, las últimas protestas civiles convocadas no hayan sido especialmente secundadas? El sentimiento general parecía ser el de hacer una piña en los malos tiempos, gobierne quien gobierne, para echar esto adelante, asumiendo incluso recortes de derechos adquiridos y, llegado el caso, una sobrecarga impositiva. España, decíamos, no es Grecia.

Pero como señala Time, las cosas se están empezando a torcer de manera directamente proporcional al incremento del cabreo de los ciudadanos. Porque vale que haya recortes en Educación y Sanidad para pasar el bache, de acuerdo. Pero si a renglón seguido te gastas el mismo dinero que has ganado al quitar esos derechos en reflotar a una empresa privada, cuyos ejecutivos siguen cobrando primas millonarias y que ha mentido deliberadamente sobre sus cuentas, mal asunto. La gente está ya más que mosca, está enfureciendo. Y una masa enfurecida, recordando a Mary W. Shelley, puede irte a buscar al castillo, antorcha en mano, para acabar de una vez con el monstruo que has creado.