Cuando la mitad de los estadounidenses apoya el derecho a poseer armas es lógico que alguien enloquecido cometa de vez en cuando asesinatos masivos como el del pasado viernes en la Escuela Primaria Sandy Hook en Newtown, Connecticut.
Que no extrañe, pues, que tuvieran armas o defendieran el derecho a poseerlas las familias de la mitad de los veinte niños y siete adultos víctimas del joven Adam Lanza.
Aunque en Connecticut, Estado del noreste poco más grande que la Comunidad murciana y 3,6 millones de habitantes, el porcentaje podría ser de un tercio porque están muy anglo y francoeuropeizados.
Aun así, al menos las familias de nueve víctimas defendían poseer armas.
Y si en EE.UU. hay tantas armas legalizadas como habitantes tiene el país, que se construyó a tiros prácticamente ayer, lo extraño es que no haya muchas más masacres similares: los estadounidenses son más comedidos que los europeos, que con menor libertad de posesión de armas han protagonizado masacres mayores, recuérdese al noruego Breivik y sus 77 asesinados en 2011.
La madre de Lanza era propietaria del armamento usado en la masacre, y tenía aún más en casa, por lo que a Adam le fue fácil matar inspirado por en cualquier juego violento de ordenador, el ansia de venganza o de notoriedad, cualquier jihadismo religioso, o por el extremismo libertario que exige eliminar al Gobierno.
Es tal la influencia del revólver que el común de los estadounidenses ha adoptado un gesto del “lejano oeste”: no usar tenedor y cuchillo simultáneamente porque una mano debe estar preparada para disparar.
Sometido a una durísima oposición a sus proyectos de ampliar la seguridad social y legalizar la inmigración masiva mexicana, Barack Obama difícilmente conseguirá que sus conciudadanos usen tenedor en la mano izquierda y cuchillo en la derecha.
Al Gore perdió las elecciones en 2000 en parte por prometer un control más estricto de las armas, aún sin contravenir la Segunda Enmienda constitucional que permite poseerlas. Para usarlas, naturalmente.
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SALAS