Editorial Impedimenta. 417 páginas. 1ª edición de los relatos: 1957-1996. Ésta es de 2014.
Traducción de Joanna Orzechowska
A comienzos del curso 2016-2017 (al ser profesor sigo midiendo los
años por cursos académicos) leí Solaris de Stanisław Lem (Lvov, Polonia, 1921-Cracovia, 2006), un libro que
realmente me impresionó. Me dio pena no haberlo leído de adolescente, cuando era
un gran lector de literatura de género (principalmente de ciencia-ficción y de
terror). Intercambié algunos mensajes con su editora Pilar Adón, que me envió a casa Máscara. No sé por qué razón,
el libro estaba empezando a quedarse sin leer en un altillo de mis estanterías,
hasta que al finalizar el curso consideré que ya era el momento adecuado para
ponerme con él.
Máscara está formado por
trece relatos que, por su extensión, en algún caso llegan a ser novelas cortas.
Hasta ahora no se habían publicado en España. Según leemos en el prólogo, los
relatos fueron publicados en forma de libro en 1996 por la editorial polaca
Interart. Son cuentos que, en muchos casos por su extensión y no por su
calidad, se quedaron fuera de las antologías clásicas del autor. «Relatos que,
sin importar su calidad y su trascendencia, se hurtaron durante años a los
lectores de Lem.»
Hasta cierto punto, tenía ciertas dudas de si, después de la buena
impresión causada por Solaris, esta
recopilación podría ser la mejor manera de seguir con la obra de Lem. Pero nada
más leer el primer cuento, La rata en el laberinto, mis dudas
se disiparon. En él, dos científicos de acampada son testigos de la caída desde
el cielo de un gran objeto en llamas. «Un sentimiento de rareza se apoderó de
mí: no era miedo exactamente, sino la apabullante sensación de estar
aproximándonos a algo increíble, inefable, a algo que, cuando menos lo
esperábamos, emergía de la opaca claridad y se haría visible ante nosotros,
como venido de otro mundo. (…) Me parecía que algo ominoso estaba a punto de
ocurrirnos» (pág. 22). Ya he comentado alguna vez que cuando llega el verano me
apetece leer relatos de terror o ciencia-ficción, como cuando era adolescente. A
medida que me adentraba en las páginas de La
rata en el laberinto, tenía la sensación de estar leyendo un relato de H. P. Lovecraft sobre seres primordiales
venidos del espacio. Esto me resultaba muy divertido: siempre asocio el calor
del verano y las vacaciones con el terror, y si es un poco serie B, mejor. Sin
embargo, los grandes temas de Lem están aquí presentes: la evolución de la vida
en distintos puntos del universo puede ser tan diferente que resulte imposible la
comunicación, como ocurría con el planeta Solaris. «Es una tontería imaginarse
que el Cosmos pueda repetir el mismo proceso evolutivo que nosotros, que derive
en las mismas formas, los mismos cerebros, las mismas cuencas oculares, labios,
músculos…» (pág. 31). Hacía el final, Lem nos da una posible explicación científica
de lo ocurrido a nuestros protagonistas, cuyo rigor trasciende las encantadoras
limitaciones de la ciencia-ficción de serie B.
Invasión vuelve a ser otro cuento largo (o novela corta) sobre
un posible contacto con extraterrestres que llegan a la Tierra. De nuevo, los
terrestres no tienen nada claro si van a poder comunicarse con los seres
alienígenas, y se desatan las especulaciones y los temores. Hacia el final, un
científico da una doble explicación sobre lo que puede estar pasando: «Señores,
sé que quieren escuchar de mí la verdad, pero he de decirles que existen dos
verdades en realidad. La primera se la dedico a los semanarios que incluyen
artículos ilustrados de mayor extensión: las peras vidriosas son ejemplares
procedentes de jardines botánicos pertenecientes a entes estelares altamente
desarrollados. Estos seres los han cultivado con la única intención de
satisfacer sus necesidades estéticas. La segunda verdad, igualmente válida,
está destinada a la prensa diaria, sobre todo a la vespertina: las peras son
monstruos cósmicos que disfrutan de la destrucción del universo, que a su vez
constituye su forma de ser y de reproducirse como individuos» (págs. 94-95).
Este párrafo que reproduzco aquí me ha hecho pensar en Jorge Luis Borges, con quien a menudo relacionan a Stanisław Lem, en
concreto en el cuento Tema del traidor y del héroe, en el
que la verdad es un concepto mutable que depende de quién quiera interpretar
los hechos.
No todos los relatos aquí reunidos tratan de encuentros con
extraterrestres. Otros tienen que ver con la evolución de la inteligencia artificial.
Me ha gustado mucho el titulado El amigo, que trata del encuentro entre
un joven aficionado a la radiotransmisión con un solitario y asustado hombre
mayor, que tiene que construir una máquina de la que no sabe nada, siguiendo las
órdenes que le da «un amigo». El narrador es el joven radioaficionado, que cada
vez se irá involucrando más en la historia. El comienzo de este cuento me ha
recordado también a H. P. Lovecraft, pero su desarrollo es diferente a un
cuento clásico de Lovecraft.
Con estos tres cuentos hemos leído ya ciento cincuenta páginas del
libro. Cada uno tiene unas cincuenta páginas y son, por tanto, más novelas
cortas que relatos. Las sensaciones son buenas. Con estas tres novelas cortas
podríamos tener un libro satisfactorio, pero aunque quedan diez cuentos por
leer.
La invasión de Aldebarán es bastante más corto que los
anteriores y muy divertido. Nos encontramos aquí con un inteligente juego de la
perspectiva narrativa.
Moho y oscuridad, sobre unas pequeñas bolas que van creciendo
en la casa de un hombre solitario, me ha recordado mucho a un cuento de terror
de Thomas Ligotti. Gran creación de
atmósfera.
En El martillo nos adentramos en el espacio de los viajes
interestelares y la inteligencia artificial. En la página 197 los robots gritan:
«¡Noooo! ¡Noooo!» cuando los desenchufan, y yo he pensado en Ray Bradbury. «Cualquier cosa, por
atrevida u original que fuese, resultaba macabra, independientemente de las
armaduras con las que las hubieran cubierto. Una esfera en forma de calavera,
un torso alargado, un trozo de cristal con aparatos incrustados, una oscura
frente convexa con los micrófonos y el altavoz sobresalientes… Todo aquello
resultaba falso e irritante; por ello, finalmente optaron por abandonar los
diseños rebuscados» (pág. 213). En este cuento, Lem reflexiona sobre la
imposibilidad de asimilar la inteligencia artificial para la mente humana, que
al final siempre cree estar conversando con una persona y le resulta
inconcebible hacerlo con una máquina: «Por primera vez, comprendió que en el
fondo de su subconsciente ardía el impronunciado, desconocido, sordo e ingenuo
convencimiento de que, dentro del baúl de hierro, hubiera alguien escondido,
como en el interior de un armario, como en un cuento, alguien acurrucado que
hablaba con él a través de las cubiertas amarillas…» (pág. 229).
La formula de Lymphater incide en el cuento del científico que
cree haber dado a luz a la inteligencia artificial perfecta. La perspectiva es
nueva, pero las ideas quizá no tanto, sobre todo después de haber leído los
cuentos anteriores. Aun así, si alguien leyera sólo este cuento en una
antología no podría negar que es bueno. Pero, mezclado entre los demás, el
relato empieza a mostrar planteamientos repetitivos. En este cuento se aporta,
en cualquier caso, una nueva idea inquietante: los humanos son necesarios
(simplemente) para crear la inteligencia artificial, que será un nuevo estadio
en la vida del universo que superará todas las limitaciones de la mente y el
cuerpo.
El diario es el cuento que menos me ha gustado. Tras más de
veinte farragosas páginas sobre un ser que engendra universos, se informa al
lector que lo leído es «un fragmento, simplificado y bastante abreviado, de la
traducción del denominado “Diario”, que forma parte del material científico
reunido por la tercera expedición de Alfa Eridani» (pág. 286). Es decir, hemos
estado leyendo el diario de un ser extraterrestre que tiene la capacidad de
crear mundos. Me costaba conectar con el texto; la apuesta de Lem en este caso
me ha parecido demasiado experimental y arriesgada.
La verdad, sobre unos científicos que creen haber descubierto
vida orgánica en el fuego, es un cuento de terror clásico y muy divertido.
Máscara es, posiblemente, el relato más largo del libro, y creo
que también el mejor. Se trata de una estupenda novela corta, y solo por ella
merece la pena leer el libro. La historia está narrada en primera persona por
un robot que cree ser una doncella en un mundo con aspectos medievales (reyes,
castillos, jardines…). La propuesta es muy original y la prosa muy densa,
poética y medida. Al leerlo he recordado al Franz Kafka de La guarida o La metamorfosis. El relato
transmite a la perfección las dudas existenciales de la conciencia pensante en
busca de sus orígenes.
Ciento treinta y siete segundos vuelve a ser un relato muy
divertido sobre científicos e inteligencia artificial.
El acertijo es un cuento de tan sólo cinco páginas. En él se nos
plantea un universo muy original e interesante: un mundo habitado por robots,
que tienen su propia religión y que saben que en un momento necesitaron al
hombre (ya extinguido) para existir, ha conseguido crear en el laboratorio un
cerebro humano capaz de pensar.
La colchoneta, acerca de las dudas de un millonario sobre la
realidad o no del mundo que habita, parece influenciado por la narrativa de Philip k. Dick, autor al que Lem leyó y
admiró.
A pesar de alguna repetición de ideas en algunos cuentos, Máscara
es un gran libro de relatos y resulta extraño que no estuviera disponible para
el público español hasta que no lo tradujo y editó Impedimenta en 2013 (tanto
la traducción como la edición son magníficas, por cierto). Sólo el relato largo Máscara es una obra maestra de la narrativa del siglo XX. No tiene
sentido decir que es una obra maestra de la ciencia-ficción, porque la
inteligencia de Lem trasciende los géneros literarios. Ciencia-ficción
filosófica, terror cósmico, acertijos sobre los confines del universo y la
vida; el mundo de Lem es atractivo y convincente. Me llama la atención que casi
no haya referencias a la Polonia comunista en la que vivió y escribió. Lo
cierto es que el lector tiene la impresión de que son cuentos que transcurren
en Estados Unidos, por el desarrollo tecnológico y, en más de un caso, porque
los sitúa allí realmente. Si Stanisław Lem hubiera sido norteamericano,
imagino que ahora mismo sería mucho más conocido. Aunque tampoco se pueda decir
que no sea conocido y celebrado. Stanisław Lem es un gran escritor del siglo XX
y me basta para afirmarlo haber leído Solaris
y Máscara. Dos libros muy
recomendables, estupendamente editados por Impedimenta.