De pie frente al espejo de la habitación, se quita la cara de dormido y en su lugar calza la que le gusta mostrar cada mañana: feliz y emprendedor. Guarda en su maletín las que utilizará durante el día: la de preocupación en el trabajo, la de buen compañero y dos diferentes según el ánimo del jefe. Para la noche, incluye por las dudas la de intelectual y una de divertido. Las pesadas e incómodas suele dejarlas en su casa. Solo allí usa las de amargura y de angustia. Algunas noches, de un cajón desocupado del placard, saca y se mide la de enamorada que dejó su mujer antes de abandonarlo. A la de traición se la llevó.
© Sergio Cossa 2012